El Premio Príncipe de Asturias de las Artes ha sido concedido este año a la majadera serbia Marina Abramovic, la reina de la ‘performance’, ese anglicismo que permite tantos significados como se consideren convenientes. Vale para un roto y para un descosido.

marina

O sea, que en mi pueblo astur premian a una chiflada que un día se deja pegar por el público, al otro se exhibe en cueros -esto siempre resulta extraordinariamente artístico, a fuer de vanguardista- y un tercero se expone ella misma en un escenario durante horas para ser mirada, no sé si admirada, por el público. Recuerdo aquel episodio humorístico donde el sobrino de un Duque intentaba sacarse un dinero presentando a su pariente a todos los curiosos que, a cambio de unos dólares, quisieran tener el honor de despachar con un aristócrata.

Con Abramavic pasa lo mismo que con el Traje del Emperador: el emperador va desnudo pero sólo un niño se atrevió a decir la verdad. El jurado de los Príncesa de Asturias no se ha atrevido.

Es decir, lo que los medios progres, por ejemplo RTVE, han calificado como una obra “no exenta de polémica”.

Los galardones asturianos se hunden, aún más, en el ridículo… y están unidos a la Casa Real: ¡Pobre Leonor!  

No voy a decir que el prestigio de los Príncipe de Asturias se haya hundido porque lleva hundido desde que nacieron.

Alterna los galardones políticamente correctos y aquellos que se otorgan a los chiflados. Y lo malo es que Felipe VI ha unido la monarquía española a unos premios que más parecen yugo.

¡Pobre Infanta Leonor!