Parece claro que el gas se ha convertido en la estrella energética del futuro. En tres ámbitos: para consumir electricidad, como minorista y como materia prima del mercado mayorista, en buena parte especulativo, de la energía.

Y así, mientras Trump y Putin hablarán de gas –sí, de gas- en su próxima cumbre, Europa tiembla ante las consecuencia de la decisión de Emmanuel Macron de privatizar Engie y una Alemania que deberá decidir entre el gas ruso de Gazprom o el gas argelino, de red o regasificado, que procede de las plantas españolas y francesas. 

A más a más, una de las claves de la geopolítica global radica en la alianza Moscú-Teherán: entre ambos países controlan más del 35% de la producción mundial de gas. E Israel considera a Teherán como el peor de sus enemigos. Más que Siria.

Mientras, la privatización de Engie por parte de Macron, así como el eje Moscú-Teherán, convierten al gas en la estrella energética del futuro

Por último, el futuro está en el gas porque ni hasta los eco-panteístas, la nueva religión de moda, más recalcitrantes pueden aceptar que las renovables suplan a nucleares y petróleo. Por las mismas, saben que el coche eléctrico no sustituirá mañana al motor de combustión. Resulta un tanto paradójico que los verdes lleven décadas luchando contra la energía térmica del carbón y contra las nucleares, para cavar en la energía térmica del gas.

El futuro está en el gas, futuro térmico por menos contaminante que el carbón o el petróleo (aunque las nucleares contaminan menos que el gas). O al menos, así estamos haciendo el futuro.

Y todo esto termina en que Repsol, petrolera española por antonomasia, se ha metido a eléctrica y le ha comprado a Viesgo, antes alemana de E.ON, ahora de un fondo (Macquarie) intermediario que ha encarecido la operación, 2.350 MW, entre cectrales hidroeléctricas y dos ciclos combinados, o quemar gas para producir electricidad. Además, quizás, lo más representativo: Repsol ha comprado 750.000 clientes.

Ojo, no ha comprado Viesgo… pero ha vaciado de activos a Viesgo. Este matiz tiene importante consecuencias contables de las que ahora no procede hablar.

Repsol ya es una eléctrica. Y no es la última central de ciclo combinado que comprará la petrolera.

Porque el gas es el futuro, aunque sigamos en la edad térmica. No sé si le va a gastar la operación a la muy eco-panteísta ministra de Energía (perdón, de cambio climático) del Gobierno Sánchez, doña Teresa Ribera. Para doña teresa, eco-panteísta conversa, lo mejor será volver ala caverna pero sin quemar leña del bosque para hacer la cena. Resulta de lo más contaminante.