El director del Conservatorio de música de París escucha tocar el piano, de forma excepcional, a un joven en una estación de tren, donde ese instrumento está a disposición de los pasajeros que pasan por el andén. Todo su afán se centrará en convencer a este chico, de un barrio marginal, de que acuda a su conservatorio para perfeccionar sus dotes, ayudado de una eficiente profesora a la que denominan “la condesa”. Porque su objetivo es ambicioso: que el muchacho se presente a una competición nacional de piano que puede cambiarle la vida.

Cada cierto tiempo llegan a la cartelera películas donde un profesor con verdadera vocación saca lo mejor de un alumno con talento. Son historias positivas, de superación, que dejan un buen sabor de boca, como ocurre con La clase de piano.

Se intuye, mientras se contempla el film, lo que el director de la película, Ludovic Bernard, ha manifestado: su amor por la música clásica, en especial por compositores de la talla de Mozart o Chopin. De ahí que un pilar del largometraje sea disfrutar de esas composiciones musicales que se convierten en un personaje más de la trama pero que están perfectamente insertadas en el desarrollo del relato. También ha confesado que encontrar al joven adecuado le supuso hacer un casting exhaustivo porque, para resultar más creíble, quería encontrar a un joven que fuera pianista de verdad. No obstante, finalmente, en el que encontró la chispa adecuada fue en el joven actor Jules Benchetrit que resulta verosímil siempre en su personaje.

Al final, lo que más agrada de La clase de piano es la constatación de que los barrios marginales, donde vive el protagonista, y los lujosos, en los que habita el director del conservatorio y su exquisita profesora, no están tan alejados si se tiene sensibilidad hacia la música: el arte que más conmueve.

Para: los que les gusten los dramas sobre maestro-alumno