Podemos y los sindicatos han convertido la semana vencida en un punto de reivindicaciones contra el Gobierno Sánchez (sí, ya sé que Podemos está en el Gobierno pero no exijan demasiado de mí).

Insisten en derogar la reforma laboral de Fátima Báñez, de la que se cumplen ahora nueve años.

La segunda línea reivindicativa es la reforma de las pensiones. Tras conseguir, como repite Escrivá -patética, su figura- que el consenso en el Pacto de Toledo ha sido grande y ebúrneo, los sindicatos el Gobierno se ha visto obligados a echarse la soga al cuello y asegurar que mantendrá el poder adquisitivo de las pensiones.

La tercera pataleta de sindicatos y PSOE es mantener el llamado escudo social de forma permanente.

Criar niños en España es una ruina. Entonces la natalidad baja, la población envejece y las pensiones se convierten en un problema irresoluble

Pues bien, la reforma laboral de Fátima Báñez, concepto en el que se engloban buena parte de las medidas ya incoadas por Zapatero y un montón de decretos de Rajoy, flexibilizó un poco, no mucho, el despido y desabrochó la camisa de fuerza de la negociación colectiva, al tiempo que reducía, quizás lo más importante, los tipos de contratos de trabajo.

Pero se quedó corta. CCOO y UGT aseguran que fue un león cuando tiene más pinta de armadillo. La reforma laboral que España necesita y el mundo exige se compone de tres elementos; despido libre, eliminar las cuotas sociales y la consiguiente subida de los salarios bajos.

Esa es la única forma de alcanzar el pleno empleo.

Reforma de pensiones. Mantener el poder adquisitivo de las pensiones no es posible y José Luis Escrivá lo sabe. Pero para cuando llegue el colapso, Escrivá ya no será ministro.

La reforma laboral de Fátima Báñez se quedó corta: ahora hay que implantar el despido libre, eliminar las cuotas sociales y subir los salarios bajos

La reforma de las pensiones que exige Europa pasa por retrasar la edad de jubilación, mínimo hasta los 70 años y, aún más importante, fomentar la natalidad. Pues bien, la tomadura de pelo de Escrivá consiste en que promete poder adquisitivo al tiempo que se carga la ya mínima ayuda social a la maternidad (100 euros al mes por niño y sólo hasta los 3 años). Críar niños en España es una ruina. Entonces la natalidad baja, la población envejece y las pensiones se convierten en un problema insoluble.

El escudo social, del que tanto presume, no ya Pablo Iglesias, sino Nadia Calviño -y a esta debería darle vergüenza- no es más que la España de las subvenciones. Ahora mismo vivimos el silencio que precede la tempestad. La economía española es un paciente anestesiado… y bien cara nos estás saliendo la anestesia. En algún momento habrá que retirarle la morfina -avales ICO, ertes, rentas aseguradas por trabajar- y en ese momento es que cuando todos los bancos esperan una catarata de impagos que les puede llevar, como decía ayer Bruselas, a la quiebra. Las empresas quebrarán en cadena y España quebrará con ellas.

El Estado no debe subvencionar a nadie: en tal caso, debe inyectar capital en las empresas a cambio de puestos de trabajo. Y si no, empresa pública

El camino no era sostener empresas a las que hemos obligado a cerrar con deuda pública: el camino era crear empleo potenciando la empresa ya en funcionamiento con inyección pública de capital, lo mismo con emprendedores y, si fuera necesario, crear empresas públicas. La ocasión lo merecía.