Me lo comenta un alto cargo de los gobiernos de José María Aznar: ya a finales del pasado siglo la pasión inmigrante se disparaba. El mundo es global no porque nadie lo haya pretendido, sino porque se inventó Internet. A partir de entonces, resulta que los pobres contemplan cómo viven los ricos y ya no están dispuestos a seguir como están.

Pues bien, el Gobierno Aznar reunió a las Comunidades Autónomas para intentar ordenar el tráfico de personas. Explicó que los factores clave para una integración rápida del inmigrante en la sociedad española son la lengua y la religión. Por tanto, estaba claro, había que dar prioridad a los hispanos, por ejemplo, a la clínica ecuatoriana, que venía a lo grande.

No obstante, en las reuniones de coordinación los representantes de Jordi Pujol dijeron que no querían hispanos. Eso atentaba contra la identidad catalana que, porque el nacionalismo catalán siempre ha llevado, latente o explícito, la animadversión a lo español y a todo lo hispano. 

Los representantes de Jordi Pujol dijeron que no, que no querían hispanos porque atentaba contra la identidad catalana

Por contra, el honorable aseguró que cerraría la puerta a los hispanos y apoyaría a los paquistaníes, que llegaban en avión, vía Milán. Y musulmanes en general. Y así obtuvo su premio (ver imagen): después de Murcia, Cataluña es la región de España con más musulmanes. 

Por eso verán ustedes tanto islámico en las manifestaciones separatistas. Bueno, desde el atentado de las Ramblas, no tanto.

Es lo que se llama una política inteligente que recuerda a la famosa anécdota, real, del padre de la novia española que se casó con un galés y, el día de nupcias, preguntó a su consuegro:

-Y a ti no te molesta que tu hijo se case con una española.
-Qué va -respondió el aludido-, mientras no se case con una inglesa... 

Cada cual siega lo que siembra.