Hablábamos ayer de La Nueva Jerusalén, la obra genial del siempre genial GK Chesterton editada por Ediciones More, editado en castellano. Es el viaje de Chesterton por Tierra Santa en 1920.

Dice Chesterton que “la guerra religiosa es en sí misma, mucho más racional que la guerra patriótica. El objeto de toda guerra es la paz pero el objeto de la guerra religiosa es la paz espiritual tanto como la material: es el acuerdo”. Acuerdo con el otro y consigo mismo, en eso que llamamos coherencia, autenticidad.

Y también dice que va contra toda razón asegurar que lo que importa de un hombre es su política, mientras que su religión no tiene importancia.

Es verdad que hoy tenemos muy caliente que la izquierda comecuras de Pedro Sánchez ha llegado al poder gracias a los antiguos beatos de derechas del PNV. Es decir, que España, a día de hoy, constituye un fiel reflejo de guerra de religión no abierta: progres contra cristianos.

La guerra religiosa es más noble que la ideológica: busca la paz física y la espiritual 

Pero volvamos al espíritu de cruzada, que provocaba guerras mucho más duraderas y clementes que las políticas: “Mucho antes de que los cruzados hubieran soñado cabalgar hasta Jerusalén, los musulmanes habían llegado a las puertas de París”. ¿Seguro que los cristianos eran los agresores?

Desde 1948 ocurre algo parecido con nuestras críticas hacia los judíos. Cuando la ONU realiza la partición de Palestina (otra estupidez ONU, que hasta cuando intenta hacer justicia termina fabricando barbaridades) entre árabes y judíos, los judíos aceptan, los palestinos no… y son los musulmanes los que atacan a los hebreos, aunque estos estuvieran preparados porque se temían lo peor. Y lo mismo puede decirse de todas las guerras árabes e israelíes… hasta la guerra del Líbano.

La cruzada fue un contraataque.

Otra pegada. ¿Buscaban los cruzados riquezas en Jerusalén? No sé cuáles.

En resumen, las cruzadas se hicieron por amor a Dios y sin odio a los hombres. Hablan de fanatismo religioso pero el peor de los fanatismos es el ideológico. Y el hombre más cruel es aquel que no cree en nada.

En Jerusalén es difícil no creer en nada. Allí, el hombre puede matar a su prójimo, pero al menos sabe por qué lo hace. No estoy seguro de que eso mismo ocurre en el Occidente actual.