Repito: la verdad circula por conductos estrechos. Los mejores libros provienen de sellos editoriales que a veces no consiguen sobrevivir más allá de unas ediciones.

Pues bien, a Ediciones More, le deseo todos los triunfos del mundo, ha publicado La Nueva Jerusalén, de Gilbert K. Chesterton, el libro que recoge el viaje que el periodista británico, en mi opinión la mente más señera de la modernidad (o sea, de la anti-modernidad), realizó a Jerusalén.

Algún desinformado calificó a Chesterton de animista. Lo cierto es que Don Gilberto fue uno de los promotores del Estado judío de Israel. Es más, siempre mantuvo distancias con los musulmanes, haciendo realidad lo que más tarde Juan Pablo II, el otro gran hombre de la modernidad, dictaminaría: el problema del fanatismo musulmán es problema de fatalismo. Y ese fanatismo del desierto consiste en que su dogma es un hecho, no una verdad.

El fanatismo musulmán procede de su fatalismo: para ellos, el dogma es un hecho, no una verdad

Por lo demás, Chesterton fue uno de los grandes partidarios de que los judíos tuvieran su propio Estado. Y eso antes de la llegada del nazismo, porque “Dios nunca creó un pueblo que fuera lo suficientemente bueno como para gobernar a otro”.

Volvamos a Jerusalén, la ciudad que se asienta sobre una colina y no puede ser escondida. Nadie ha logrado ocultarla jamás y sigue siendo, en su pequeñez, el perpetuo centro de atención del mundo. La capital de Israel, que cuando Chesterton la visitó no lo era, sobre todo porque no existía Israel.

Señores, no podemos perdernos esta joya. Mañana más, que esta joya de Chesterton da para mucho más.