Estamos en la semana del Orgullo Gay (en Madrid). Por tanto, vuelve a vivirse la habitual polémica sobre la moralidad de la homosexualidad y, sobre todo, sobre la moral católica acerca de los gays.

Pues esa doctrina puede resumirse así. La Iglesia condena la homosexualidad, no al homosexual. Que no, que no es lo mismo. Lo hace, por la misma razón que condena la pobreza y no al pobre. O condena la ignorancia, que no al ignorante. Existe una confusión excesiva en materia de ética sobre el qué y el quién. Porque, como toda doctrina ética o moral, la Iglesia católica habla del ‘qué’, no del ‘quién’.

Por la misma razón que condena la pobreza, no al pobre

Concretando, la Iglesia dice lo siguiente sobre la homosexualidad, en el punto 2.357 del Catecismo de La Iglesia:

“La Tradición ha declarado siempre que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados. Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso”.

Al mismo tiempo, sobre el homosexual (2.358), la Iglesia asegura: “Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta”.

Como toda ética, la moral católica trata del qué, no del quién

En definitiva, la Iglesia condena la homosexualidad pero exige respeto, compasión y delicadeza respecto al homosexual. Por la misma razón que exige respeto al pobre y condena la pobreza, o condena la ignorancia e intenta que el ignorante deje de serlo.

El catecismo no ha cambiado con Francisco y no va a cambiar. Es más, es ratificado.