Esto lo soltaba Jean Guitton, un filósofo francés, cartesiano, racional, frío. Impensable que se dejara llevar por la emoción que provoca el sabor a tragedia que acompaña, de continuo, al mundo contemporáneo. Ojo a sus palabras: “En el siglo que se acaba (el XX), parece como si la condición humana esté a punto de cambiar; como si entrásemos en un periodo final. No desde luego el fin de los tiempos, sí el fin de un tiempo: el final de una era”.

Etapa fin de ciclo… porque en ella se ha dejado de creer nada menos que en la condición del hombre como ser racional y como hijo de Dios, porque en el siglo XXI, hemos llamado malo a lo bueno y bueno a lo malo, la blasfemia contra el Espíritu Santo… y eso no hay cuerpo que lo resista.

Hemos caído tan bajo que la condición del hombre parece haber cambiado

Europa, motor del mundo, abandonó a Cristo y “se quedó sin moral” como afirmara el siempre lúcido, aunque un pelín presumido, José Ortega y Gasset. Mientras, Maximiliano Kolbe denunciaba la “gravísima epidemia de indiferencia” que asolaba el Viejo Continente. Y el mundo, como siempre, imitó a Europa en lo mejor y, ahora, en lo peor.

Sí, todo parece indicar que Guitton tenía razón. Es una etapa fin de ciclo y ahora Europa, y el mundo entero, y cada ser humano, deberá decidir si vuelve a Cristo o si está pendiente de reparar la naturaleza humana, nuevamente caída, en un rito de purificación que no se presume ligero.