La ministra Celaá quiere dar un aprobado general a todos los escolares españoles. Por tanto, lo que ha hecho ha sido negar con denuedo, que vaya dar un aprobado general. Lo ha hecho con su pedantería habitual explicándonos que no habrá aprobado general sino un cambio desde “un saber enciclopédico” a un conjunto de enseñanzas” imprescindibles. O sea, aprobado general y fomento de la vagancia entre la chavalería. Es lo mismo que hace Pablo Iglesias -verbigracia, con el llamado ‘ingreso mínimo vital’- pero, en el caso del podemita, con los adultos y las clases sociales. Es decir, que la cosa acaba, ineludiblemente, en el reparto de la miseria de la misma forma que el igualitarismo de Isabel Celaá en educación termina en la ignorancia generalizada.

El maestro de hoy enseña datos y hechos, pero no trasmite ni verdades ni virtudes. Razón por la que los alumnos no le respetan

Quiero decir que la ministra de Educación ha entrado en la tendencia igualitaria del Gobierno socialista: igualar pero por abajo, empeorar todos al mismo tiempo. En este caso, se trata de empeorar al conjunto de los menores para que ningún chaval esforzado y/o inteligente, rompa la igualdad del rebaño analfabeto. Si establecemos diferencias, los vagos podrían necesitar atención psicológica.

Isabel Celaá es vasca, con todo lo que eso significa, muchas cosas buenas y una mala: la soberbia. Educada en un colegio de monjas de la segunda postguerra, cuando aún existía la educación católica. No sólo eso: fue filósofa cuando en España todavía se enseñaba filosofía cristiana, y fue profesora de colegio religioso cuando… existían colegios católicos.

Pero luego, las malas compañías le llevaron a meterse en política, de la mano del PSOE y ahí fue cuando se volvió, no exactamente tonta, pero sí progresista. Entiéndase: progre de izquierda exquisita, la que domina el inglés y puedes dejarle elegir el vino en la mesa.

Sánchez la necesitaba como portavoz cuando formó gobierno, aupado por todos los extremismos, incluidos los radical burgueses del PNV, para dar una imagen de moderación: la venerable ancianita vestida de Dior, que hablaba con mucha exquisitez y un punto de pedantería (por aquel entonces, era sólo un punto).

Al mismo tiempo, como buena ministra progresista se ha guidado por todos los tópicos progres para perpetrar su nueva ley de educación, que consiste, básicamente, en expulsar a Cristo de la escuela y en evitar que los niños sean educados en el amor de Dios. Porque, a partir de ese amor se convierten en seres libres que aman porque les da la gana y a los que ningún poder logra aherrojar porque poseen la libertad de los hijos de Dios.

¿Cómo resumir el progresismo educativo? Por ejemplo: con Chesterton, que sirve para resumir el tópico progresista y la educación progre-neutra (nada que ver con la periodista Ana Pastor).

La educación progre consiste en imbuir al niño de los propios miedos del adulto

Decía Chesterton que la educación en libertad es una contradicción, porque si das libertad al discente, especialmente al niño inteligente, lo primero que decidirá libremente es no ser educado en modo alguno. Educar, aunque a los pedagogos no les guste, es coaccionar, es obligar al menor a optar por el bien y por la verdad. Eso es, precisamente, el problema del progresismo: que no cree ni en la verdad, ni en el bien. Todo depende del color del cristal con que se mira. Y así, el maestro de hoy enseña datos y hechos, pero no trasmite ni verdades ni virtudes. Razón por la que los alumnos no le respetan.

Por las mismas, un maestro que no es dogmático es simplemente un maestro que no enseña.

El segundo error de la educación progre consiste en un intento de imbuir al niño de los propios miedos del adulto. Por ejemplo, el progre tiene miedo a sobrevivir y considera que para evitar todo tipo de violencia, hay que lavarles el cerebro a los niños para que no sean violentos. Chesterton responde a eso: quienes razonan acerca del daño que puede causar que a un chico le enseñen a disparar han de pensar también que, “si le enseñan retórica, aprenderá a insultar a su padre y que, si le enseñan filosofía, a prenderá a desobedecerle”. Y concluía: “Lo que hay que enseñar, con todas las cosas, es moralidad”.

Isabel Celaá es vasca, con todo lo que eso significa, muchas cosas buenas y una mala: la soberbia

El problema es que el progre nunca va al origen de la moralidad: la elección entre el bien frente al mal, porque el bien y el mal, para él, no existen. Y entonces, tiene que recurrir al siempre fracasado método de intentar atajar los efectos en lugar de las causas, caminar de atrás hacia delante. Ejemplo: si los niños no saben disparar, no podrán ser violentos. Como si no se pudiera matar con cualquier otro instrumento que no sea una arma…  

Isabel Celaá pretende un aprobado general y Madrid ya se le ha rebelado, Pero el debate es imposible, primero porque alimentar la vagancia no es un buena idea, porque el igualitarismo es lo más injusto que hay y porque ya puestos a aprobar si esfuerzo: ¿por qué no hacerlo siempre?

En cualquier caso, el principal problema de los colegios católicos es el primero: haber expulsado a Cristo de la escuela. Es el mejor educador.