La productividad, de la que depende la competitividad de una economía, no es más que la relación entre lo que un trabajador aporta y lo que cuesta su aportación. En idea simplificada, lo que hace ingresar frente a lo que cobra o, para ser más exactos, su coste laboral completo, lo que le cuesta al empleador.

Y entonces llega el teletrabajo, con aquello de la pandemia. Todas las empresas lo han aplicado, en menor o mayor medida, y todas, ahora mismo, consideran que ha resultado un fracaso en materia de productividad y, con ello, en competitividad. El trabajo a distancia no funciona por más que se regule desde el BOE. Se rinde lo mismo, o menos, y se disparan los costes.

Además, el teletrabajador empieza a percatarse que sus posibilidades de ascenso se amortiguan cuando no existe contacto directo con los compañeros y superiores o este se reduce al mínimo.

Hispanidad se ha puesto en contacto con empresas como Santander, Telefónica, Caixabank, Iberdrola, El Corte Inglés... y la respuesta es siempre la misma, en forma de eufemismos, que ocultan la realidad. El eufemismo más utilizado es que el teletrabajo termina con la cultura empresarial, crece con el contacto directo y se apaga con la mera relación digital.

Cuando la fuente procede o está ligada a Recursos Humanos entonces es muy posible que vaya más allá y hable del empleado perezoso y/o pícaro, que burla al jefe y que aporta cada vez menos. El empleado, en palabras textuales de su responsable de este segmento, "al que hay que vigilar"... y a nadie le agrada el papel de vigilante represor. En todo caso, el fondo de la cuestión es que la productividad desciende con el teletrabajo y con ella también desciende la competitividad.

Hay entusiastas que aseguran que el teletrabajo sirve para cribar al buen trabajador del malo y alguno aduce que, con la menor utilización del transporte, se reduce la contaminación, pero eso son minorías.

También -pocos, qué pena- los hay que aseguran que el teletrabajo en nada afecta al rendimiento de la maternidad y que, en este caso, no disminuye la rentabilidad laboral... porque no hay trabajador más responsable que la mujer madre, la que más necesita del teletrabajo.

En cualquier caso, hemos girado desde la pandemia. Entonces se alabó, y quizás reguló demasiado deprisa, una fórmula de trabajo que ahora disgusta, no a una sino a todas las grandes compañías. En las pymes, las más importantes de todo el tejido productivo, en las que la falta a de un sólo trabajador se nota muchísimo más, la estadística es más difícil pero se supone que le afecta aún más que a la gran empresa. Y a las empresas de mano de obra intensiva volcadas en la atención al publica -restauración o comercio- el teletrabajo se les vuelve muy, muy difícil.