Miguel Roca se ha jubilado, se ha convertido en presidente de honor de su propio despacho de abogados barcelonés. Bueno, él no sabe hacer eso de jubilarse, así que se ha quedado como reina madre de su propio bufete, al frente del cual continuará su hijo Joan. Y como buen catalán, ha vendido su participación.

El político y empresario catalán ha demostrado cómo sobrevivir en política y en las empresas: el acuerdo es superior a las convicciones

Pujol en Cataluña y Roca en España son los dos políticos catalanes de la Transición, desde un nacionalismo moderado que ha ido evolucionando hasta la locura que todos sabemos. Para visualizarlo, nada mejor que comparar el estilo Roca con el estilo Puigdemont.

Ahora mismo, por ejemplo, en plena sesión de investidura, de Feijóo o de Sánchez, Roca hubiese optado por el pacto entre ambos, con reparto de poder incluido, sin levantar la voz... Y ante la Diada del 11 de septiembre, con Roca habría menos enfrentamiento.

Al tiempo, don Miguel ha sido el mejor adalid del mundo empresarial catalán, secretario de los consejos de administración de muchas grandes firmas catalanas. Todavía mantiene sus cargos en Banco Sabadell y en Abertis. En ese mundo corporativo, su principal función ha consistido en evitar las guerras. Como diría un buen burócrata británico, no elegir jamás entre cara y cruz sino que la moneda no caiga jamás al suelo, que nunca haya que elegir entre cara y cruz.

Más vale un mal acuerdo que un buen pleito, pensaba Roca; más vale pelear antes que perder, respondería Botín

Así, con la retirada de Miguel Roca se resiente la doctrina del consenso permanente, doctrina en principio positiva, aunque debe ser matizada. El político y empresario catalán ha demostrado cómo sobrevivir en política y en las empresas mediante esta fórmula: el acuerdo está por encima de las convicciones. E insisto; doctrina eficaz pero discutible.

Con Roca terminó un estilo de política imposible: no tenía en cuenta los principios aunque sí los pactos, y elevaba el diálogo a la categoría de sacramento. Me temo que ahora, con el guerracivilismo perpetrado por ZP y Sánchez no sería posible y, dada la situación actual, Roca es aplaudido por muchos pero dudo que tuviera éxito como mediador entre PSOE y PP.

Yo tengo mis dudas sobe la doctrina del consenso permanente porque, al final, si lo único que importa es el acuerdo, ¿dónde queda la coherencia? Sin coherencia, ¿dónde quedan los principios y las convicciones? Es fácil llegar a un acuerdo, tanto en el campo político como en el económico, con una gelatina sin principios.

Por decir algo, Roca es lo opuesto a un Emilio Botín, contemporáneo suyo para quien "lo que no son cuentas son cuentos" y para el que una negociación que no se saldara con éxito no debía continuar. Más vale un mal acuerdo que un buen pleito, pensaba Roca; más vale pelar antes que perder, respondería Botín.

La técnica Roca consistía en emplear las palabras más duras cuando ya había llegado a un acuerdo con el adversario: así, siempre quedaba como vencedor

Por cierto, la técnica Roca consistía en emplear las palabras más duras cuando ya había llegado a un acuerdo: así, siempre quedaba como el vencedor. Primero pactaba, luego se dirigía al primer micrófono y cuando ya había apalabrado el acuerdo aseguraba, rotundo y jocundo, que si no se le concedía lo que tan justamente reclamaba -que ya se le había concedido- la ruptura estaba asegurada. Cuando lo ya acordado se hacía público, todo el mundo concluía: mira, Roca ha vuelto a ganar.

A Alfonso Guerra, entonces vicepresidente del Gobierno, cuando el escándalo de su hermano Juan Guerra, Roca le advirtió: "es usted prisionero de su forma de hacer política". Pues eso.

Ahora bien, atender sólo a las formas, que son importantes, relegando el fondo, que es lo más importante, no tiene por qué ser bueno. Al menos, no siempre.