Marcos Pérez: valenciano de origen, se formó como astrofísico en París. En el año 2000 cambió el estudio de los satélites Europa y Encélado por la jungla de las inversiones financieras y… hasta hoy que está centrado en el proyecto del fondo Affinium y en su nick en redes Inversobrio “que busca representar un ideal estoico de lo que creo son las condiciones necesarias a las que debería aspirar todo buen inversor”.

Y un inversor sobrio sería aquel que, nos cuenta y entre otras cosas “ha sobrevivido a las borracheras —y carísimas resacas— que el mundo de la inversión siempre nos pone en el camino”.

Espera volver pronto a ser más activo su faceta divulgativa porque “echo de menos escribir y compartir lo que he ido aprendiendo en las más de dos décadas que llevo en los mercados financieros”.

Faceta divulgativa que pasa por potenciar la cultura financiera que, señala, “el hecho de que se ignore deliberadamente en los planes de estudio… denota un claro sesgo ideológico en la dirección de inducir a los ciudadanos a depender cada vez más del Estado”

A la pregunta de si está a favor de que los gestores pongan a sus fondos la comisión que estimen oportuna responde que cada cual debe tener la libertad de poner el precio que quiera a su producto o servicio, y que sea el mercado libre el que pondere dicho precio. “No creo que debamos convertirnos en talibanes del “sólo lo más barato”.

 

-Breve ficha de Marcos Pérez. ¿Dónde ha nacido, cuándo (si quiere), estudios…etc?

Valenciano de origen, me formé como astrofísico en París. En el año 2000 cambié el estudio de los satélites Europa y Encélado por la jungla de las inversiones financieras. Desde entonces he tenido la oportunidad de trabajar en casi todo el espectro de la industria de la inversión; bróker, analista de derivados, Director de Riesgos en un Hedge Fund, hasta Director de Inversiones Alternativas y gestor de fondos en Renta 4 SGIIC.

-Un astrofísico que se dedica a los mercados financieros. Lo que estudió ¿le sirve, de alguna manera en su trabajo actual?

Aunque el cambio desde la Física a los mercados puede parecer radical, era algo muy habitual a finales de los años ’90 y principios de los 2000. Por entonces, había mucha demanda en la industria financiera de perfiles más matemáticos (a los que llama “analistas cuantitativos” o simplemente “quants”) para modelar y valorar opciones exóticas, calcular VaR, simular por Monte Carlo, etc.

Pero también para fabricar un montón de nuevos productos financieros que bancos y gestoras producían y colocaban como caramelos a sus clientes. Bancos y gestoras descubrieron una mina en todo tipo de nuevos servicios y productos estructurados con base matemática.

Hoy el mercado está ya saturado de quants, pero por aquellos años me resultó muy útil a nivel práctico para introducirme en esta industria.

Es más rentable darse tiempo para estudiar y comprender, que lanzarse a comprar lo primero que nos dicen o llama la atención.

Tener formación matemática te da unas habilidades para utilizar y crear herramientas cuantitativas con mayor facilidad que si tienes una formación más “de letras”. Pero ojo, es precisamente esa facilidad para crear y jugar con esas herramientas lo que puede convertirse en una peligrosa arma de doble filo. Si te emborrachas con la potencia de las herramientas disponibles, puedes llegar a caer en la trampa de que tus modelos —que siempre serán simplificaciones metafóricas del mundo, por mucho que se expresen en términos matemáticos— son la realidad. Y el mapa no suele ser la realidad.

Por último y no menos importante, la Física te enseña a ver la realidad desde múltiples puntos de vista, a estudiar sus propiedades y a utilizar un sano escepticismo empírico. Mantiene tu mente abierta a nuevas explicaciones de lo que son los mercados y por qué se comportan de la manera en que lo hacen, a la vez que te hace dudar de lo que se pueda afirmar sobre ellos. Esta constante apertura crítica a nuevos enfoques y paradigmas, heredera de una sana actitud científica —que no cientifista— creo que es una de las actitudes más valiosas que puede tener todo inversor, independientemente de su formación previa.

-Alguna de las personas que ha pasado por estas entrevistas me comentaba que había tenido compañeros matemáticos, ingenieros, incluso historiadores

Efectivamente, una parte de la industria de la inversión se ha ido dando cuenta poco a poco de que invertir no es un compartimento estanco de conocimiento, como quien aprende repostería, odontología o a construir puentes. Parafraseando al filósofo Gustavo Bueno, la inversión sería una disciplina sin cierre categorial.

Esto es, abierta, viva y en constante diálogo con otras disciplinas como la Economía, Historia, Ciencias Políticas y Jurídicas, Epistemología, Ciencias Cognitivas, Psicología (behavioral finance), Evolución, Ciencias de la Complejidad, y hasta Semiótica. 

En analogía con lo que decía Ludwig von Mises sobre ser un buen economista, no se puede ser un buen inversor si sólo se sabe de inversiones, productos, instrumentos, estrategias. impuestos y legislación. La inversión es un fenómeno humano y como tal involucra y se expande a multitud de áreas de conocimiento. Es esta riqueza lo que hace de la inversión algo inagotable y tan atractivo intelectualmente.

-Brevemente, ¿cuál es su trabajo actual?

Actualmente estoy centrado en el proyecto del fondo Affinium, aunque espero volver pronto a ser más activo en mi faceta divulgativa a través de nuevas charlas, mi blog y redes sociales (@inversobrio). Echo de menos escribir y compartir lo que he ido aprendiendo en las más de dos décadas que llevo en los mercados financieros.

-¿De qué hablamos cuando hablamos de Inversobrio?

Mi nick en redes busca representar un ideal estoico de lo que creo son las condiciones necesarias a las que debería aspirar todo buen inversor. El inversor sobrio sería aquel que:

Ha aprendido a no dejarse llevar ni por el pánico ni por la avaricia. Ignora deliberadamente el ruido diario y las constantes novedades que intentan plantar la semilla del FOMO (miedo a perderse el último subidón de moda) en su estado de ánimo; alejándose de la avalancha de noticias intrascendentes que escupen sin cesar los medios.

En la economía y los mercados, nada está aislado ni funciona independientemente del resto del mundo

Es ecuánime, en el sentido de por lo menos intentar mantener constante su ánimo. Sabe que el curso de la historia —y, sobre todo, su estrategia de inversión a largo plazo— no es algo que cambie por «el dato macro» de hoy o la declaración de tal banquero central mañana.

Además, es consciente de que la disciplina y la paciencia son las únicas armas de que dispone para poner las propiedades de los mercados financieros y el inevitable paso del tiempo a trabajar en su favor, no en su contra.

Ha sobrevivido a las borracheras —y carísimas resacas— que el mundo de la inversión siempre nos pone en el camino. Se trata de un inversor escéptico por naturaleza, abstemio de supersticiones, espejismos pasajeros, autoengaños o fantasías de rentabilidad imposibles.

Es un inversor «crecidito». Hace muchos años que —como profesional o cliente— dejó atrás sus primeros —y caros— intentos de aumentar su rentabilidad apostando en base a corazonadas, rumores, «soplos» o espejismos de rápido enriquecimiento vía algoritmos «superinteligentes».

Ha aprendido que los mercados son una amante cruel que exige sacrificios: monetarios, emocionales y conceptuales. Ha pasado por el laborioso —y a veces obsesivo— camino del exceso de celo a la hora de encorsetar en un mapa matemático unos mercados cuya naturaleza, inherentemente humana, los hace demasiado libres y salvajes para que se ajusten durante demasiado tiempo a un único modelo o punto de vista.

Está curado de espanto y ya no espera ni cree en los Reyes Magos, por muy bien que la siguiente Inteligencia Artificial o el siguiente sucesor de Buffett intente venderle el último y sofisticado producto a la moda; en lujosos despachos de Ginebra, Londres o el barrio de Salamanca.

Marcos

 

Los años de experiencia le han permitido mejorar su capacidad de razonar en mitad de las tormentas y la incertidumbre, permaneciendo tranquilo cuando todo alrededor es confusión y el resto del mundo se arrodilla frente a sus emociones más primarias. Algo que no se aprende simplemente estudiando o leyendo sobre el tema.

Ha aprendido a separar lo que la realidad es de lo que le gustaría que fuera. Necesariamente se ha hecho más sabio, al renunciar a intentar ser el más listo de la clase.

-Se queja de la poca formación financiera que hay aquí en España ¿Qué se está haciendo mal? ¿Cree que hay interés por parte del Estado y lobby bancario por mantener el analfabetismo financiero?

Lo que se hace con el ahorro —lo que cada uno hace si consigue ahorrar tras mucho esfuerzo y sacrificios— es parte clave y fundamental del futuro no sólo de cada persona, sino del conjunto de la sociedad de cualquier país.

No creo que se pueda asegurar que hay una intencionalidad en esto, pero sí una dejadez sospechosamente conveniente. Tanto el oligopolio bancario como los gobiernos se benefician de que los ciudadanos desconozcan los principios básicos de la economía y la inversión, pues así son fácilmente manipulables desde el punto de vista político y del qué (no)hacer con sus ahorros.

El 80% del ahorro de los españoles se dedica al ladrillo, mientras hay más de 1 billón de euros que está “aparcado” en depósitos al 0%

El hecho de que se ignore deliberadamente en los planes de estudio qué hacer con el ahorro denota un claro sesgo ideológico en la dirección de inducir a los ciudadanos a depender cada vez más del Estado, pues una población sin ahorro ni inversiones está condenada a depender cada vez más de éste.

-Hay vida más allá del ladrillo…¿no?

Actualmente el 80% del ahorro de los españoles se dedica al ladrillo, mientras hay más de 1 billón de Euros (1 trillion anglosajón) está “aparcado” en depósitos al 0%.

Es como si a los españoles les preguntasen por deportes en general, y sólo pudieran pensar en fútbol y tenis; incapaces de contemplar la existencia de multitud de otras posibilidades a su alcance.

Esto puede verse como un dato muy negativo o como positivo. Yo prefiero interpretarlo como la posibilidad, latente en todos nosotros, de “despertar” y ponerse a investigar otras opciones de inversión diferentes a las dos obsesiones típicamente ibéricas.

Por un lado, la inversión en depósitos garantiza la pérdida de poder adquisitivo debido a la inflación. Y por otro, la inversión directa en ladrillo es percibida como la única inversión rentable y segura porque el comprador sólo observa dos precios: el del momento de la compra y el de la venta, las más de las veces separados en el tiempo por décadas.

Esto hace que la inversión en ladrillo sea percibida como una inversión sin riesgo, en la que “no pasa nada” durante las décadas intermedias, y al final se observa una (muy probable, pero no segura) revalorización.

Pero, ¿seguiría pensando lo mismo el inversor en ladrillo si se colocara por defecto un letrero luminoso en la puerta de su casa, de tal modo que pudiera observar sus variaciones de precio en tiempo real? Un lunes cualquiera mostraría que su precio ha subido un +4% a mediodía y a media tarde ha caído un -2%, por ejemplo. O en un mercado alcista lo vería subir un 40% respecto al año pasado, o en otro bajista caer un -40%.

El inversor típico español, o bien entraría directamente en pánico corriendo a suscribir un depósito en el que puede ver día a día que su patrimonio no cambia, o bien aduciría que esas variaciones de precio no reflejan el valor verdadero de su casa “pues son meras especulaciones a corto plazo de algo que sin duda tiene un valor creciente a largo plazo”.

Todavía estamos ponderando las implicaciones y ondas expansivas de la pandemia

En el segundo caso, que el inversor entienda que las fluctuaciones diarias de los precios no reflejan realmente pérdidas o ganancias realizadas, es el primer paso para poder acercarse a la inversión en otros activos y propuestas de inversión diferentes al ladrillo, pero que también crecen a largo plazo a pesar de que sus precios cambian cada segundo.

En otras palabras, si ese inversor entiende que su mismo razonamiento se puede aplicar a la inversión indexada mundial a través de un índice global, puede abrir la puerta a conseguir mayores rentabilidades con mayor seguridad que si invierte sólo en ladrillo. Efectivamente se comprueba que, para horizontes de inversión similares al del ladrillo de dos o tres décadas, la inversión indexada mundial es mucho más rentable que el promedio del ladrillo. Y todo ello a pesar de las variaciones de precios diarias que tanto “dolor” producen en el inversor español cuando las contempla a diario en su móvil.

-¿Hay un antes y un después de la crisis de 2008 en el modo de comprender los procesos de inversión?

Para mí, la crisis de 2008 supuso una epifanía que me hizo dar un giro de 180 grados a la manera de entender la inversión.

El problema de fondo ya había sido señalado y advertido por Mises en los años 1940, y por Hayek en su discurso de recepción del Premio Nobel en 1972. Aunque el aviso más sonoro ocurrió en 1998.

Unos años antes, a principios de los años 1990, dos Premios Nobel, Merton y Scholes, crearon un modelo cuantitativo que funcionaba muy bien, hasta que dejó de hacerlo. Su modelo, comercializado a través del fondo LTCM, ofreció a sus inversores institucionales (no todo el mundo podía invertir) en torno al 30% de rentabilidad anual con muy poca volatilidad durante varios años.

Aquello parecía el Santo Grial de los mercados deseado por todos los inversores: una alta rentabilidad con muy poca volatilidad. Hasta que la realidad sobrepasó a dichos modelos y los inversores no sólo perdieron en un par de meses todo lo invertido y ganado hasta entonces, sino que el agujero que produjo fue tan grande y profundo que obligó a la Fed a tener que rescatar el Fondo en 1998, debido al riesgo de hacer colapsar el sistema financiero mundial.

El fiasco del LTCM en 1998 tendría que habernos abierto los ojos a todos, pero la industria es testaruda y no abandona tan fácilmente paradigmas que le sean tan rentables. No fue hasta que CDS, CDOs y otros estructurados con calificación triple-A quebraron en 2008 y arrastraron a todos los mercados; que no acabé de despertar.

Hasta entonces todavía creía que si los modelos fallaban era porque esos modelos no eran lo suficientemente buenos y que la solución pasaba por hacer mejores modelos. Pero la hecatombe de 2008 me hizo darme cuenta de que el problema de fondo era mucho más profundo, a un nivel filosófico que no se podía percibir si continuábamos cegados por las herramientas cuantitativas.

Dicho problema de fondo lo ilustró muy bien von Mises con su ejemplo de la Estación de trenes. Imaginó unos supuestos extraterrestres, desconocedores de la naturaleza humana, intentando modelizar matemáticamente el comportamiento de la gente en la Estación Grand Central de New York.

Si alguien que cree que para invertir bien es necesario predecir lo que va a ocurrir, estaría empleando una metáfora del mundo equivocada

La observación puramente empírica por parte de los extraterrestres los lleva a deducir dos grandes picos de concentración de viajeros, uno por la mañana y otro por la tarde, cinco días a la semana (la gente va y vuelve al trabajo, pero los extraterrestres no lo saben).

Sin embargo, un miércoles, el día de Navidad (motivación intrínseca a los viajeros, y que por tanto desconocen dichos observadores externos) la estación aparece inesperadamente vacía de humanos. Esto sorprende a los extraterrestres, que no entienden por qué sus modelos matemáticos de predicción, que tan bien han funcionado hasta ahora gracias a una sólida base empírica y cuantitativa, han dejado de predecir correctamente la realidad.

Los continuos intentos por parte de la industria de la inversión por modelar de manera empírica y matemática los mercados pecan del mismo error conceptual que los extraterrestres de Mises, al considerar las series de precios y demás magnitudes observables (volatilidades, correlaciones, etc.) como suficientes observables para elaborar modelos confiables. No es pues extraño que todas las estrategias de inversión puramente cuantitativas —que no tienen en cuenta la fundamental impredictibilidad de los mercados ni la naturaleza humana— acaben tarde o temprano en catástrofe.

No digo que las matemáticas sean inútiles o malas per se; sino que a medida que vamos añadiendo elementos —ajustamos más los modelos a la realidad observada y hacemos más compleja la inversión—, el riesgo de que algo salga mal crece de manera incontrolada y, sobre todo, desconocida. Esto es, los riesgos invisibles crecen exponencialmente cuanto más intentamos encorsetar la realidad dentro de modelos matemáticos.

El crash de 2008 me despertó a este hecho e hizo que, después de trabajar en los mercados con esas herramientas y desde una perspectiva muy ingenieril, diera ese giro de 180 grados en la manera de plantearme el problema de la inversión. Me mudé desde el extremo de lo complejo y elaborado, hasta el extremo opuesto de la máxima simplicidad posible (pero no más).

Fue como darse cuenta de que, para solucionar el problema del tráfico en un cruce, hay al menos dos maneras de enfrentarse. La primera, más popular y a la moda, podría ser instalar un sofisticado sistema de semáforos basado en modelos de Deep Learning que estiman las densidades del tráfico para optimizar los tiempos (y que podría fallar por cualquier motivo inesperado). Y la segunda, construir simplemente una rotonda.

Básicamente me di cuenta de que, en sistema complejos como los mercados financieros, es más eficiente y prudente decantarse por las rotondas. Ahora prefiero afrontar el problema de la inversión desde una perspectiva minimalista, donde eliminamos todo lo superfluo que no añade valor en el largo plazo, pero sí riesgos desconocidos.

-Y, en la situación actual, ¿habrá un antes y un después de la pandemia y de todo lo que ha venido después?

Todavía estamos ponderando las implicaciones y ondas expansivas de la pandemia, y creo que harán falta muchos años más para entender con claridad su verdadero impacto y alcance.

Las actuales caídas sincronizadas en varios activos a la vez, aunque son poco frecuentes, no son algo inédito

En la economía y los mercados, nada está aislado ni funciona independientemente del resto del mundo, y sucesos como una pandemia global pueden tener consecuencias que somos incapaces de prever hoy en día.

-¿Cuál es su proceso de inversión?

La manera en la que invierto deriva de dos hechos básicos y para mí evidentes. En primer lugar, nadie sabe lo que va a pasar en los mercados ni cuándo. En segundo lugar, los mercados y la economía experimentan ciclos de auge y recesión, de duración y alcance impredecibles.

Pérez

 

Según a quién preguntes, estos dos principios pueden resultarle obvios o parecer una blasfemia. Por ejemplo, al estar expuestos a las predicciones de tantos analistas, periodistas y gestores, inevitablemente siempre alguien acierta y nos da la impresión de que sí que se podía predecir lo que ha pasado.

Pero esa sensación de que “se podía predecir” es falsa y se le conoce como falacia narrativa. Es decir, antes de que los hechos ocurran, multitud de narrativas compiten por predecirlos. La mayoría de esas narrativas son muy seductoras y pueden llegar a parecernos inevitables.

Así, en cuanto la realidad impone la simplicidad de los hechos, siempre hay disponible alguna narrativa que la explique. Pero la realidad perfectamente podría haber elegido otro camino, y para ese otro camino también tendríamos otra narrativa perfectamente explicativa.

En realidad, y la evidencia empírica lo corrobora, el futuro es impredecible por mucho que nos gusten las narrativas y nos caiga bien el gestor macro que “acertó”. Tampoco sirve de nada disponer de más medios, más ordenadores o más analistas.

Por ejemplo, la Reserva Federal, el organismo con mayor influencia económica del planeta al decidir el nivel de tipos de interés en Estados Unidos, cuenta con más de 400 doctores. Su colección de meteduras de pata es similar a la de cualquier gurú.

Recientemente dijo en 2017 que no veríamos una nueva crisis en lo que nos queda de vida, y hace un par de semanas reconocía que se habían equivocado al estimar la inflación. La realidad es que tanto organismos públicos (Fed, FMI, Banco Mundial, OCDE o BCE) como privados (bancos como Goldman Sachs, agencias de calificación, Think Tanks, etc.), por muy prestigiosos que sean, muestran un poder predictivo inferior al de lanzar una moneda al aire.

De hecho, la impredictibilidad de los mercados es algo implícito en su propia naturaleza. Como dijo Friedrich Hayek, “¿Quién puede reclamar saber algo de nuestros mundos privados? ¿Quién puede anticipar el resultado incierto de nuestras acciones, cuando ni siquiera nosotros mismos lo sabemos?”.

Las personas no somos partículas idénticas de un gas, por lo que los mercados y la economía no pueden ser como los gases en Termodinámica, como soñaron Walras y Keynes. Al ser un subproducto de la libre acción humana, es imposible predecir consistentemente el resultado de las decisiones que tomarán millones de personas interactuando libremente en los mercados.

Respecto a la también inevitabilidad de los ciclos, hay que empezar reconociendo que la economía nunca puede alcanzar el equilibrio precisamente porque la misma razón que los mercados son impredecibles. Nunca todas nuestras necesidades y deseos pueden estar completamente satisfechas, porque para empezar son cambiantes en el tiempo. Lo que quiero hoy es diferente de lo que puedo querer dentro de 10 años, o incluso puedo cambiar de opinión esta noche.

La Reserva Federal es el organismo con mayor influencia económica del planeta 

En otras palabras, la economía es siempre y necesariamente un sistema fuera del equilibrio, en el que las expectativas y preferencias de las personas divergen a lo largo del tiempo de manera no lineal y no predecible.

Cuando inevitablemente se producen pequeños desequilibrios en la oferta o demanda de ciertos bienes o servicios —fundamentalmente debido a la inconstante demanda de crédito, la manipulación de los tipos de interés por parte de los bancos centrales y la innovación empresarial que deja obsoletas industrias consolidadas—, éstos propagan una serie de mensajes y reacciones a lo largo de toda la cadena de valor que van retroalimentando positivamente una situación original de ligero e intrínseco desequilibrio, hasta producir una creciente descoordinación entre los diferentes agentes que se retroalimenta de manera más o menos extensa e intensa en el tiempo, produciendo los inevitables ciclos económicos de auge y caída en las economías.

-Dice Marcos Pérez, que los mercados y la economía son inherentemente impredecibles. Entonces ¿cómo tomamos decisiones de inversión?

Creo que más que tomar decisiones de inversión en función de lo que creemos que va a pasar, o pretender dar con el activo que más vaya a subir próximamente; es más sensato enfocarse en lo que llamo “capitalizar lo inevitable”.

Me explico. Como hemos visto, los mercados son un fenómeno hipercomplejo en los que no se puede saber, de manera consistente, qué va a pasar en el corto y medio plazo. Esto es, claro que siempre hay alguien que acertó lo que está ocurriendo; lo que pasa es que no va a ser el mismo el que acierte siempre.

Y esto, para cualquier inversor, significa volver a la casilla de salida porque el problema pasa ahora por encontrar quién acertará la próxima vez el futuro, con lo que no hemos avanzado nada.

Sin embargo, a largo plazo sí que son inevitables ciertas propiedades que emergen de los mercados y la economía, sobre todo en forma de un crecimiento positivo en algunas clases de activos y estrategias.

En otras palabras, mi respuesta al no saber qué va a pasar en el corto y medio plazo es buscar e identificar aquellos activos y procesos que, a largo plazo, tengan un crecimiento inevitablemente positivo. Es decir, que mientras el mundo tal y como lo conocemos no desaparezca bajo una lluvia de misiles nucleares, hay ciertos procesos y activos que, a lo largo de sus inevitables ciclos de auge y caída, van a ofrecernos unos retornos positivos a largo plazo.

Los ejemplos más inmediatos de clases de activos que sólo pueden crecer a largo plazo, cada uno por sus razones, son las clases de activos clásicas que ya se nombran en la Biblia o el Talmud. A saber, la inversión en negocios rentables (bolsa y de manera indexada), inmobiliario, bonos de gobiernos solventes y oro.

Percibimos, vemos y tomamos decisiones de inversión en función y gracias a las metáforas 

-Usted asegura que el uso de las metáforas, de los modelos mentales determina, en buena parte, el éxito de nuestra inversión

Debemos tener siempre presente que los seres humanos somos prácticamente ciegos; apenas vemos un 1% de la realidad electromagnética o del espectro de sonidos que nos rodea.

Aun así, esos pocos datos que llegan es demasiada información para nuestro cerebro, que la simplifica y empaqueta para que podamos “funcionar”. Por ahora nos ha ido bien así, filtrando la realidad física y simplificándola: ¡Aquí estamos después de millones de años!

Pero si el universo de la inversión es por definición invisible ¿qué ocurre entonces en el universo “virtual” financiero? Percibimos, “vemos” y tomamos decisiones de inversión en función y gracias a las metáforas que —muchas veces de manera inconsciente— nos hacemos de él.

Las metáforas o analogías que elegimos —consciente o inconscientemente— determinan cómo pensamos y entendemos el mundo (en este caso los mercados). Es decir, sientan las bases de todo el proceso de inversión posterior y ceteris paribus determinan por tanto su potencial éxito.

Por ejemplo, alguien que cree que para invertir bien es necesario predecir lo que va a ocurrir, estaría empleando una metáfora del mundo equivocada. Se trata de uno de los marcos conceptuales más extendidos entre los novatos que se acercan por primera vez a la inversión (y no tan novatos).

Significa creer que sólo se puede ser rentable si se “acierta” con el activo que “va a subir”. De ahí la popularidad de gestores o analistas que han acertado el subidón del activo de moda o el reciente giro de los mercados.

Otra metáfora equivocada es creer que se puede encapsular la complejidad de los mercados en modelos matemáticos o de Inteligencia Artificial suficientemente complejos y “entrenados”.

-¿Cuáles son sus metáforas?

Como recomienda Charlie Munger, el brazo derecho de Warren Buffet, yo no me quedaría con una única metáfora, pues estaría limitando mis posibilidades de comprensión del mundo.

Cuantas más analogías podamos generar o aplicar, más fácilmente podremos enfrentarnos a la realidad para comprender lo que ocurre. Sin embargo, debemos ser muy cuidadosos con las metáforas en las que basamos nuestras estrategias y procesos de inversión, pues la coherencia entre nuestras metáforas y la naturaleza de la realidad determinará, ceteris paribus, nuestras posibilidades de éxito a largo plazo. Si elegimos —consciente o inconscientemente— una metáfora inapropiada, independientemente del talento, esfuerzo y medios disponibles, tarde o temprano nuestras inversiones estarán condenadas al fracaso. Recordemos de nuevo el caso del LTCM.

En una situación ideal el fondo Affinium sólo tendría comisión de éxito

En mi caso, intento no limitarme a una única manera de ver el mundo y recurro a marcos conceptuales provenientes de las disciplinas que antes he comentado e intersecan con la inversión.

Ser conscientes de las metáforas que utilizamos puede ayudarnos a establecer sus límites de validez —el mapa no es el territorio— y a no confiar demasiado en ellas, pues como decía Mark Twain “no es lo que no sabes lo que te mata, es lo que das por cierto y no lo es”.

-¿Qué es Affinium Internacional FI?

Es un fondo de inversión de la gestora Inversis que pone a disposición de todo el mundo el proceso recién descrito. Esto es, la manera en la que yo mismo invierto mi dinero. Es un fondo muy conservador, en el sentido de que sólo invierte en clases de activos con un crecimiento intrínseco inevitable a largo plazo (Bolsa global, Bonos del gobierno USA, inmobiliario y oro). Aunque no por ello se libra de la variabilidad que sufren en el corto y medio plazo estos mismos activos, claro.

-Acaba de cumplir un año ¿no es así?

Efectivamente es un fondo muy joven que ha no ha nacido precisamente en el momento más favorable a corto plazo (aunque el momento del lanzamiento de un fondo es más una cuestión de plazos burocráticos y legislativos, que no elige uno). A los pocos meses de empezar se han producido sucesivamente las peores caídas en bonos desde el año 1842, así como fuertes correcciones en bolsa e inmobiliario que aún hoy continúan.

Las actuales caídas sincronizadas en varios activos a la vez, aunque son poco frecuentes, no son algo inédito. Aunque más leves, ya ocurrieron recientemente durante la segunda mitad de 2018. También en 1994, en algunos años de la década de los años 1970 y en periodos durante la Gran Depresión de 1929.

Desde el marco conceptual en el que invierte el fondo, el actual mal comportamiento de los activos de la cartera a corto plazo es algo coyuntural y pasajero, que no afecta a las hipótesis de base en las que se fundamenta la construcción de la cartera a largo plazo. Esto es, que los activos en los que invierte tienen un crecimiento intrínseco positivo a largo plazo, y periodos como el actual, aunque dolorosos en el corto plazo, son necesariamente pasajeros.

-Y lo de Disciplina, Humildad, Rigor y Verdad, como subtítulo del fondo ¿a qué se refiere?

Se refiere a las condiciones y proceso que seguimos para investigar los mercados y establecer nuestra manera de pensar e invertir. Creemos que, para aproximarnos progresivamente a la verdad —una asíntota inalcanzable—, es imprescindible contar con la disciplina, humildad intelectual y rigor necesarios. Estas cualidades no son una garantía, pero sin esas cualidades sabemos que sería imposible o insostenible acercarnos a ella en el largo plazo.

-¿Me explica lo de las ‘comisiones de éxito’?

En el caso del fondo Affinium es algo para más adelante, pues sólo introduciremos comisión de éxito —rebajando proporcionalmente la comisión de gestión— una vez el fondo supere los 25 millones de patrimonio.

En España se llega con retraso a casi todo, y la industria de la inversión no es una excepción

Lo que buscamos al reducir substancialmente la comisión de gestión fija y repartirla entre una menor comisión fija y una nueva de éxito, es que el partícipe pague sólo la mínima comisión fija los años en los que el fondo no gana o pierde, y el equipo gestor sólo gane cuando el partícipe gana.

En una situación ideal el fondo sólo tendría comisión de éxito, pero desafortunadamente existen una serie de gastos fijos que hay que pagar todos los años independientemente de la rentabilidad, por lo que no sería económicamente viable empezar sin comisión de gestión fija. Creemos que este esquema es la manera más justa de compensar al equipo gestor y de alinearlo aún más con los partícipes del fondo.

-¿Está a favor de que los gestores pongan a sus fondos la comisión que estimen oportuna?

Creo que cada cual debe tener la libertad de poner el precio que quiera a su producto o servicio, y que sea el mercado libre el que pondere dicho precio. Caveat emptor, todo inversor debería saber que, a partir de un nivel elevado de costes totales, su inversión se puede ver gravemente erosionada en el largo plazo.

Un ejemplo ilustrativo y que todavía sufren muchos clientes de bancas privadas son costes totales anuales de un 3% o más, al soportar muchas capas de comisiones acumuladas. En esos casos, es esencial que el inversor sea consciente de que al cabo de dos o tres décadas sólo podrá acumular la mitad del patrimonio que podría haber alcanzado.

Tampoco creo que debamos convertirnos en talibanes del “sólo lo más barato”. Por un lado, elegir los productos más baratos sólo por ser los más baratos, si no son los adecuados, tampoco garantiza alcanzar nuestros objetivos de inversión.

Y, por otro lado, hay que ser conscientes de que no toda la oferta de productos y servicios son equiparables a un commodity intercambiable, además de que el trabajo y los productos gratis o cuasi-gratis no existen o no son sostenibles de ese modo sine die.

-He leído que los fondos de inversión en Bolsa comercializados en España se encuentran entre los más caros del mundo

En España se llega con retraso a casi todo, y la industria de la inversión no es una excepción. Según Morningstar, en España se cobran comisiones más altas de Europa, con una media de 1.74% en fondos de Bolsa. Precisamente la normativa Mifid II busca, entre otras cosas, limitar el abuso en las comisiones. No sólo en los productos, sino también en los servicios para evitar esa acumulación de capas de comisiones que todavía hoy alcanzan o superan el ejemplo recién comentado.

-¿Qué le aconseja a quien quiera empezar a invertir?

Qué invierta su tiempo en aprender antes de invertir su dinero en los mercados. Es muchísimo más rentable darse tiempo para estudiar y comprender, que lanzarse a comprar lo primero que nos dicen o llama la atención.

Lo peor que le puede ocurrir a un novato es tener éxito en sus primeras operaciones

Una vez asimilados los instrumentos disponibles, la operativa, las posibilidades; invertir consiste más en un ejercicio epistemológico. Es decir, decidir qué y hasta donde podemos conocer, adoptar conscientemente un modelo del mundo (nada más peligroso que no ser consciente del modelo del mundo sobre el que trabajamos) e implementarlo correcta y eficientemente. Para eso hay que tomarse el tiempo necesario, no es algo que se pueda hacer en un par de fines de semana, ni nadie puede hacerlo por nosotros.

Al inversor novel le puede ocurrir lo que les ocurre a muchos recién llegados a un campo complejo, y es que son vulnerables a la arrogancia de creer que ya saben suficiente para darle al click en la app de su bróker y ya está. En otras palabras, los recién llegados pueden volverse irrazonable y peligrosamente confiados después de una pequeña exposición al tema. Es lo que se conoce como la "burbuja del principiante".

En esa burbuja del principiante que cree que sabe suficiente por haber leído un par de libros y visto unos vídeos en YouTube, lo peor que le puede ocurrir a un novato es tener éxito en sus primeras operaciones. Tener éxito al principio refuerza la sensación de que ya sabe de qué va esto.

Aumenta entonces de manera progresiva su riesgo hasta que, inevitablemente, acaba por perderlo todo o casi todo. Un ejemplo reciente ha sido el rápido enriquecimiento de muchos novatos en el mundo de los cryptoactivos y su aún más rápida ruina.

Si dedicamos meses a estudiar las especificaciones del siguiente móvil que queremos comprar, ¿por qué no habríamos de dedicarle la misma o mayor atención y esfuerzo a nuestras inversiones? Al fin y al cabo, el modelo de móvil que elijamos en concreto apenas tendrá repercusión en nuestras vidas.

Pero las decisiones de inversión que tomemos hoy van a impactar nuestra vida futura de manera radical, mayor cuanto mayor sea el horizonte considerado. ¿Invertimos de manera sobria o estamos buscando un pelotazo rápido? ¿Estamos invirtiendo para nuestra jubilación de manera sensata y responsable, o nos entregamos ciegamente a un Estado protector confiando en que “nos cuidará” en el futuro? ¿Vamos a dejar que la inflación se coma nuestros ahorros dejando nuestro dinero en el banco, en depósitos o debajo del colchón, porque “no queremos arriesgarlo”?

 Aunque nos guie alguien bienintencionado, al final las decisiones de inversión son sólo nuestras

La mala noticia para aquellos no interesados en la inversión es que en realidad no se puede no invertir. Es decir, incluso no invertir es tomar una decisión de inversión: la de no exponer nuestro dinero a otros activos y procesos, pero sí a que se los coma la inflación. En una década o dos podemos perder la mitad o más de nuestro dinero expresado en capacidad de compra.

Así, decidir no asumir riesgo y esconder el dinero debajo del colchón puede resultar a largo plazo la más arriesgada de nuestras decisiones, al depositar en manos de agentes fuera de nuestro control (como la inflación o el Estado) el devenir de nuestro ahorro y seguridad económica futura.

Debemos recordar que, por el simple hecho de existir en el mundo, es imposible escapar de los riesgos. No tenemos más remedio que elegir los riesgos que nos parecen razonables, sensatos y con los que vamos a estar menos incómodos durante el camino. La inflación alcanza hasta el más escondido de los colchones.

Y para eso es imprescindible aprender. Porque, incluso si nos guía alguien bienintencionado, al final las decisiones de inversión son sólo nuestras.