Donald Trump ya prepara al sustituto de Jerome Powell en la Reserva Federal norteamericana. Mientras, el bono norteamericano está a punto de ser destronado como rey de los mercados. En paralelo, la locura de las criptomonedas asciende al podio y los bancos centrales afrontan dos problemas: su independencia frente al poder político -independencia que aún no he decidido si es positiva o negativa- y su obsesión con el error de que la inflación se arregla con menos dinero en circulación y no con mayor producción de bienes.

Este último apartado es producto último de la filosofía verde que, entre aumentar la producción o reducir el número de seres humanos que la disfrutan, siempre opta por lo segundo.

Todo ello nos asoma a un futuro sin bolsas y sin bancos centrales, que es algo parecido a un futuro sin autoridad y sin reguladores. La ley de la selva en materia económica tiene sus aspectos positivos, por ejemplo, es donde el pequeño puede enfrentarse al grande o, al menos, escoger el campo de batalla, pero lo cierto es que el panorama de un mundo sin autoridad siempre evoca el canto de las sirenas letales. Digamos que produce cierto vértigo.

Veamos lo que tenemos en los mercados financieros, en este nuestro siglo XXI. Primero, abuso doloso de la deuda pública. Pléyade de políticos irresponsables que se mantiene en el poder a costa de emitir deuda pública que pagarán sus hijos. El bono norteamericano anda despendolado pero, sobre todo, ya no ofrece la seguridad que ofrecía. Además, Donald Trump ha declarado la guerra a Jerome Powell: quiere dinero barato al precio que sea... y como Powell no cede, y hace bien en no ceder, para no seguir alimentando a políticos irresponsables que endeudan a sus ciudadanos... pues cambiará a Powell por alguien que reduzca el precio del dinero. Insisto: bajando el precio del dinero no se invierte más, sólo se compra más deuda pública y los gobiernos siguen endeudándose.

Otra característica es la muerte definitiva del mercado primario. Las bolsas se han convertido en un casino de especulación donde las empresas cotizantes sólo reciben ayuda un día: el de su salida al parqué. A partir de ahí se convierten en juguete de bajistas aprovechados, que destrozan empresas sin tan siquiera saber lo que producen. No son pocos, son muchos, los que aplazan 'sine die' su salida a cotización.

En el entretanto, el imperio de las criptomonedas, la locura del siglo XXI, preconiza el fin de los bancos centrales como reguladores de la cantidad del dinero que circula por el mundo.

Desde luego, cuando alguien asegura que sobran los bancos privados dan ganas de responder que el único banco que está de más es el banco público, el banco central.

Pero no nos perdamos ahora en deseos libidinosos. Lo cierto es que el bitcoin se está convirtiendo en el verdadero banco central y la verdadera autoridad monetaria... y yo siempre he preferido que me dirija un hombre imperfecto a una operación matemática perfectísima.

Ojo, esto no significa que esos bancos centrales sean víctimas... salvo de su propia desidia. Tanto en el BCE como en la Reserva Federal, se mantiene el precitado y antiguo canon de que la inflación, una de las grandes plagas económicas, se resuelve reduciendo la cantidad de dinero en circulación. Eso debía ser antes cuando la cantidad de dinero en circulación era sensata no astronómica, como lo es ahora. El control de la inflación se logra produciendo más no emitiendo menos dinero. Primero aumentemos la producción y luego aumentamos el dinero en la misma proporción, como mero medio para la producción de bienes y servicios.

Naturalmente, nuestra estúpida mentalidad ecologista es la que frena este camino seguro, por la senda del sentido comón. Para reducir los precios invertir y producir más, elevar la oferta, no los tipos de interés.

Sí, caminamos hacia una economía libertaria. Creo que pocos se lo han propuesto así, pero hacia ahí es hacia donde nos dirigimos casi sin querer. Una economía sin bancos centrales y sin bolsas resulta muy apetecible pero tiene un coste, ya lo está teniendo, en forma de falta de respeto a la propiedad privada sobre todo a la propiedad privada pequeña.

La solución no deja de ser la de siempre: Cristo. Sí, estoy hablando de economía y de la conjunción de dos mandatos bíblicos: la austeridad de vida, trabajar para el bien común disfrutando de la propiedad y no de la acumulación de riqueza, junto al otro mandato, el de henchid la tierra y sometedla. Toda teoría económica que no responda a este doble planteamiento, servirá para bien poco.... aquí y en la acracia que viene.