En mi barrio ovetense de Ventanielles -la ciudad sin ley- lo llamábamos despelote, pero los obispos alemanes son mucho más solemnes, finos y graves y hablan de nueva doctrina sexual.

Por las mismas, el corte de mangas al Vaticano, protagonizado por dos tercios del episcopado alemán, no se le llama corte de mangas sino “camino sinodal”, que significa, justo eso que están ustedes pensando: hacerle una higa al Romano Pontífice. Es lo que el cardenal arzobispo de Munich y presidente de la Conferencia Episcopal alemana, Gerhard Marx -un punto más versado que Carlos y un punto menos que Groucho- dictamina a lo alemán: asegura que irá a Roma para informar al Papa pero no para recabar su aprobación. ¡Ole, ole y ole!

La Iglesia sinodal es la propia de todo obispo que se guía por la siguiente máxima: los papas pasan pero yo permanezco. Es decir, un Iglesia que seguía por el principio democrático de las mayoría y, en efecto esto tiene muchas ventajas, porque, al final, consiste en que cada prelado decide su propio decálogo y su propio credo. Por ejemplo, ahora los muy sinodales, y democráticos, obispo alemanes, han decidido que lo bueno es el despelote sexual: cualquier aberración contra la teología del cuerpo será bendecida y, naturalmente, hay que acabar con el celibato. Como son mayorcitos, a lo mejor ninguno se echa novia pero vaya usted a saber. En un régimen asambleario es la mayoría la que manda, al menos mientras no impugne mis caprichos.

Germania resucita la Iglesia sinodal: es decir, obispos que le han una higa al Romano Pontífice y que deciden la doctrina… por métodos democráticos

Si lo piensan, es lo mismo que hace 500 años perpetró un tal Lutero y todo el proceso recuerda la máxima de Chesterton: “el diablo se precipitó a los infiernos por la fuerza de la gravedad”. Es decir, se precipitó al abismo por su puñetera soberbia, el orgullo de la gravedad, su engreimiento y su altanería.

Y a todo esto, ¿de qué tipo de cisma estamos hablando? Pues del cisma sinodal, muy arraigado en la historia de la iglesia. Quiere decir: haremos lo que nos venga en gana porque para eso lo hemos decidido democráticamente, en nuestra Conferencia Episcopal. Y la doctrina, o instrucciones, procedentes del Vaticano serán escuchada pero no necesariamente observadas.

Y ¿para qué? Para el precitado despelote: supresión del celibato, contracepción, ideología de género… todo acabe en el amor cristianos, sobre todo la estupidez.

¿Y todo esto por qué? Pues por el síndrome Alfonso Alonso. Sí, hablo del ex ministro del Mariano Rajoy, hoy presidente del Partido Popular en Euskadi. Un fracaso en toda regla, que en las pasadas elecciones generales del 28 de abril no consiguió sacar ni un solo diputado en todo el País Vasco. Sin embargo, se permite el lujo de dar lecciones a Pablo Casado sobre moderación.

Lo mismo ocurre con la democrática, sinodal y moderada Iglesia germana. Un desastre de Iglesias, sin vocaciones, lánguida, mortecina. Eso sí, muy rica, gracias a otra especialidad alemana: el impuesto religioso. Vuelvo a Chesterton los prusianos son “bárbaros tecnológicamente avanzados”. Eso sí, graves, muy graves.

Los prelados teutones corren el riesgo de precipitarse a los infiernos por la fuerza de la gravedad

¿Y todos los obispos alemanes merecen un juicio tan severo’ No, un tercio no, los que han votado en contra del documento sinodal, pero si te plantean un contenido herético y un continente cismático, no basta con votar en contra: hay que dar un portazo y advertir a tus feligreses que se está produciendo cisma y herejía, todo a un tiempo.

Y no pasa nada por abandonar la Conferencia episcopal, un invento de anteayer. En la Iglesia no mandan las conferencias episcopales sino cada obispo en su diócesis y el Papa en todas las diócesis.

La Iglesia no es una democracia, es el Cuerpo Místico de Cristo. Y Cristo es un dictador -aunque también padre-, que no puede aceptar aquella genialidad de Goscinny: “Esto de que los dioses se comporten como si fuesen amos tiene que acabarse”. Pues eso.