El Ingreso Mínimo Vital (IMV) consagra un espíritu peligroso, no para la economía española, sino para todos los españoles, independientemente de su economía. Podríamos describirlo de esta guisa: el espíritu maligno de cobrar sin trabajar.

Y ya saben, cuando alguien cobra por no trabajar es que porque hay otro, u otros, que trabajan sin cobrar lo que se merecen.

Por no hablar del efecto del IMV sobre los jóvenes en formación: ¿para qué esforzarse ante un mercado laboral extraordinariamente competitivo si podemos vivir del cuento?

Insisto, lo malo del Ingreso Mínimo Vital no es que destroce la cuentas públicas: lo malo es que es injusto.

El Ingreso Mínimo Vital no es que destroce la cuentas públicas: lo malo es que es injusto

Si se pone en marcha para los damnificados por el coronavirus bien, pero debe hacerse con dos condiciones:

1.Si el IMV trata de solucionar los efectos del coronavirus que sea limitado en el tiempo, como lo del coronavirus. No es la idea del Gobierno.

2.El que reciba un sueldo del Estado, es decir, de los demás, que aporte algo a la sociedad, es decir, a los demás: cuidar ancianos, borra pintadas o limpiar calles. Pero recibir algo de los demás a cambio de nada no hace más que alimentar la pereza. 

Y todo ello se resume en lo de San Pablo: el que no trabaje que no coma.

Pero, sobre todo y ante todo: a la gente no hay que darle limosnas, a la gente hay que darle un empleo.

El IMV es sencillamente una ruina… espiritual de España. Termina con lo que podríamos llamar la cultura del esfuerzo.

La ideología del cobrar sin currar es un peligro para el beneficiario, molesta para el pagano y muy positiva para gobernantes demagogos. Y, sobre todo, destroza el espíritu de un pueblo y resulta letal para la próxima generación.