Aumentan los suicidios en España, en una línea paulatinamente ascendente pero que no parece acabar nunca. Es más, aumentan los suicidios de jóvenes, la supuesta edad feliz del hombre
Se suicida una escritora y leo a un propio, afamado prócer -vamos de los que deciden quién es novelista y quién no- de la literatura española, preguntarse qué le llevó a perpetrar el peor de los homicidios. Pero no dura mucho la duda porque el autor del epitafio acaba concluyendo que preguntarse por el por qué de un suicidio implica una falta de respeto a la víctima. ¿De verdad?
Yo pienso que no, que el suicidio no merece una elegía y que hay que preguntarse, a ser posible todos los días, por qué un hombre se quita la vida, por qué desprecia su don más preciado, por qué muestra tan impresionante ingratitud hacia el Creador.
No se trata de juzgar al suicida pero no merece una elegía
Aumentan los suicidios en España, en una línea paulatinamente ascendente pero que no parece acabar nunca. Es más, aumentan los suicidios de jóvenes, la supuesta edad feliz del hombre. Ya son demasiados los años en que el suicidio se ha convertido en la primera causa de muerte no natural, en España.
El motivo del suicidio, de no encontrar una razón, no ya para vivir, sino tan siquiera para seguir viviendo, es que el suicida se ha quedado sin esperanza, es decir, se ha alejado de la razón de la esperanza, que es Cristo. Con la excepción del Cristianismo, ninguna otra religión, o filosofía, o cosmovisión, puede otorgar esa esperanza, entre otras de eternidad, que es a la que aspira, por naturaleza, la criatura racional. Ni el islam ni el panteísmo oriental, ni mucho menos el tontín agnosticismo europeo, puedan dar sentido a la existencia.
El número de suicidios se disparó cuando cambiamos la oración por el diván del psicoanalista
Claro que hay que preguntarse por qué se suicida una escritora o por qué se suicida un carbonero. El suicidio es el peor de los homicidios porque el asesino es también el asesinado. ¿Falta de respeto al finado? Es él quien no ha respetado su propia existencia, regalo del Creador. Y no prejuzgo su destino: recuerden aquella aclaración del Señor a Teresa de Ávila, que oportunamente ha recordado en La Razón, Jorge Fernández. Cuando Teresa Cepeda se lamentaba ante Jesús por el suicidio de un joven que se había arrojado desde un puente, escuchó estas palabras de Cristo : “Teresa: entre el puente y el suelo, estaba Yo”. Ahora bien, ¿minusvalorar el suicidio por un presunto respeto al suicida? ¡De eso nada!
Sí, el suicido es un signo de nuestro tiempo. Desde que cambiamos la oración en la capilla por el diván del psicoanalista -hoy conocido comúnmente como psicólogo- nuestro ‘joie de vivre’ comenzó a flaquear. Y esto tanto vale para tontos como para listos, para ignorantes y para iletrados.
¿El suicidio aumenta porque el hombre se haya olvidado de Cristo? Sí, Cristo es la esperanza y si el hombre carece de esperanza, aunque sea en forma de hipótesis, lo lógico es que se suicide.