Expulsión de los mercaderes del Templo
Alguien dijo que el invierno inglés termina en julio y vuelve a comenzar en agosto. De la misma forma, insistir en la llegada de la Gran Tribulación (por favor, no confundir con el Fin del Mundo, que es otra cosa) puede producir cierto cansancio, porque el invierno se distingue poco de la primavera, quizás debido al cambio climático.
El caso es que percibo un sentir general, no sólo entre católicos, sino entre personas de cualquier convicción, agnósticos y ateos pero, sobre todo, entre los creyentes de la religión mayoritaria en el siglo XXI, la indiferencia. Parece, un resquemor general que lleva a preguntarse: ¿qué está pasando que me siento tan inquieto y, a veces, tan desesperado?
No viene la Gran Tribulación: ya estamos en ella. Y la impresión es que no queda mucho tiempo para arrepentirse, que de eso hablamos. La conversión del ser humano a Cristo siempre fue necesaria, ahora es urgente
La verdad es que yo no creo que se esté acercando la gran tribulación sino que ya estamos en ella. No voy a darles consejos porque ustedes ya saben equivocarse solos pero mi impresión es que no queda mucho tiempo para arrepentirse, paso ineludible para entender lo que está pasando. La Iglesia de Jerusalén se expandió con velocidad por todo el orbe conocido por una razón: la predicación en nombre de Cristo operaba sobre un sentido del pecado que sus oyentes ya poseían, por lo que todo encajaba como un guante. Pero recuerden que "el pecado del siglo XX es la pérdida del sentido del pecado". Estamos en el XXI y se agota el tiempo.
Dicho de otra manera: la conversión del ser humano a Cristo siempre fue necesaria e importante, ahora se ha convertido en urgente.
¿Qué tenemos que hacer? Pues lo mismo que siempre pero mejor, cada cual desde su lugar. Eso sí, no es momento para limosnas, es momento para darlo todo. Hay que cambiar de vida sin cambiar de ubicación.
Es el momento para darlo todo y para darnos del todo. Todas las desgracias que se están sucediendo no son causa sino consecuencia del pecado personal, de nuestro pecado. El retrato moral de la sociedad actual es el propio de quien pretende compaginar vicio y virtud y eso sencillamente no es posible.
Y sí, todo esto tiene que ver con el Covid, con la guerra de Ucrania y con cualquiera de las desgracias que nos tienen humillados y desesperanzados. La sociedad no es más que la suma de cada hombre y de cada conducta particular. Esta sociedad está podrida porque en cada uno de nosotros hay mucha podredumbre. Pero, para cambiar, no hace falta hacer cosa raras: sólo convertirse y confiar en Cristo.
¿Qué tenemos que hacer? Pues lo mismo que siempre pero mejor, con más ahínco, cada cual desde su lugar. Eso sí, no es momento para limosnas, es momento para darlo todo. Mejor, para darnos del todo
Una idea: la Cuaresma es tiempo de penitencia. Por ejemplo, de ayuno, la práctica que más nos cuesta a los tragones de los españoles, que tenemos la mejor cocina del mundo. El ayuno nos cambia y cambia el mundo.
¿Qué tenemos que hacer? No añadamos turbación al desconcierto. Debemos hacer lo mismo que siempre pero mejor, con más ahínco, cada cual desde su lugar, sin cambiar de modo de vida. Eso sí, no es momento para limosnas, es momento para darlo todo. Mejor, para darnos del todo.
Y conviene reaccionar pronto, antes de que el silencio de Dios se convierta en el cansancio de Dios.
En el siglo XXI, se han hecho realidad aquellas palabras que Chesterton pronunciara en su lecho de muerte, en 1936: "ahora ya todo está claro entre la luz y la oscuridad y cada uno debe elegir". Elegir ya no es una opción. O eliges o elegirán por ti. Y no elegirán lo mejor.