La verdad es que los cristianos no meditamos: hablamos con Dios. Rezar no es meditación trascendental, no es yoga, no es elevarse a no se sabe dónde. Es hablar con Cristo... y Cristo responde. 

Ahora bien, como decía Faustina Kowalska (no olvidemos que la Divina Misericordia se celebra este domingo 24 de abril), Dios huye de las almas parlanchinas. Para hacer oración, conviene estar cinco minutos en silencio, al menos uno. Silencio con la boca y silencio con la imaginación. 

Porque Satanás pretende hacer del mundo un ruido continuo, ambiental y mental. A este último, el más peligroso, ayuda mucho la sobresaturación informativa... es decir, el teléfono móvil. 

Entiéndase, el móvil -la TV lo mismo- es un instrumento magnífico, también para el cristiano, pero vivir para el móvil y que éste sea la única entrada de información en nuestras vidas, información constante y sobrante, puede resultar peligroso, no solo para la mente, sino también para el alma.  

Satanás pretende hacer del mundo un ruido continuo, ambiental y mental. A este último, el más peligroso, ayuda mucho la sobresaturación informativa... es decir, el móvil y la TV

En cualquier caso, Escrútopo, el diablo jefe que describiera Clive Lewis en esa genialidad titulada Cartas del Diablo a su Sobrino, dice lo mismo: al final, el objetivo de Satán es convertir el mundo en un ruido continuo, ensordecedor, que no sólo impida pensar, sino también rezar y, por lo tanto, amar. Hoy, el ruido mayor procede de las pantallas de la televisión y del móvil.  

Sobre todo: no olvidar que Dios empieza a hablar cuando llevas cinco minutos calladito. Bueno, al menos uno. En cualquier caso, para escuchar a Dios, hay que estar en silencio.