Estamos ante un capítulo importante de la historia y del que todos somos protagonistas en acción es este siglo XXI. Tiempos convulsos, en los que, aún teniendo grandes avances no vivimos mejor, y ni mucho menos somos mejores seres humanos. Con esto no me quiero ratificar en el dicho de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Sólo digo que no vivimos mejor, si con vivir me refiero a ser felices. El futuro, a corto y medio plazo, no es halagüeño. La semana pasada traté un tema serio: la imposición globalista en España por medio de nuestros políticos y financieros ajenos a nuestro país. Un claro proyecto conspirado hace años por el Nuevo Orden Mundial y un montón de millones de billetes grandes para cubrir sus necesidades.

Hoy escribo sobre otro caso, pero desarrollado en el centro nuclear de la democracia occidental: Estados Unidos. A los globalistas, en las elecciones anteriores, el poder se les fue de las manos y se les coló un presidente contrario, antiglobalista, con una visión cristiana de la sociedad y dispuesto a romper con las fuentes de financiación mundial de la cultura de la muerte y la dictadura del relativismo ideológico.

La crisis de las black lives mather está financiada por las grandes fortunas demócratas, los progres de EEUU, para procurar informativamente un caos que deje en evidencia a Donald Trump. Esta revolución se mueve en varios círculos concéntricos de influencia, que se dirigen fundamentalmente a la guerra cultural entre la hispanidad y el anglosajonismo con toda la carga ideológica que esto conlleva. Prueba de este movimiento, aparentemente espontáneo pero que se mueve en una sola dirección es, por ejemplo entre muchas, el derrumbamiento de la estatua de Fray Junípero Serra en el Golden Gate Park de San Francisco o la retirada en el Congreso de California de una estatua de Colón que habla de cuando este pedía financiación a la reina Isabel la Católica. Todo un símbolo de lo que supuso ese acto que dio lugar a la Era Moderna, cuando el catolicismo hizo la mayor gesta universal cultural-religiosa con el desarrollo de la hispanidad. Sin lugar a dudas, un impresionante aporte católico al mundo desconocido como elemento de influencia en la antropología humana y la moralidad de los actos que dio un giro de 180o a un mundo deshumanizado, con un retraso cultural de siglos respecto a la Europa que llegaba.

A los globalistas, en las elecciones anteriores, el poder se les fue de las manos y se les coló un presidente contrario, antiglobalista, con una visión cristiana de la sociedad y dispuesto a romper con las fuentes de financiación mundial de la cultura de la muerte y la dictadura del relativismo ideológico

Curiosamente, ninguno de los violentos y agresivos manifestantes, blancos, negros y/o mediopensionistas, reconocen que fueron precisamente los colonizadores anglosajones, franceses, holandeses,… los que hicieron realmente la inmersión esclavista, y por lo tanto racista, y no los españoles que desarrollaron todo un sistema horizontal de culturización aportando conocimientos, cultura y tradición acumulada de siglos en España para que los nativos -considerados y reconocidos ciudadanos españoles- evolucionaran hasta ser lo que son hoy.

La diferencia actual de la inmersión cultural entre la expansión española y católica, frente a la colonización anglosajona, protestante y liberal, es evidente: Iberoamérica se constituye de países libres, culturalmente fuertes e intactas sus raíces étnicas, a pesar de los errores que se cometieron; mientras que en EEUU, la segregación por razas negras, hispanas, orientales y blancas generan disturbios sin futuro porque su pasado histórico es borroso, lleno de injusticias sociales y políticas neoliberales que se encuentran en el ADN de luteranismo y más implicado aún el calvinismo. Todo esto ha dejado un poso en la historia que ha supuesto una fisura social que nunca será cerrada, porque la casta blanca no lo admitirá. Porque los imperios financieros, políticos, religiosos, puritanos y progresistas no lo admitirán. Porque los poderosos no harán nada para que eso cambie, porque manejan el país más rico de la tierra desde donde controlan al resto del globo. Y eso es precisamente su mina de oro, que les ha ido bien en los Estados Unidos y, como todo, lo exportan al resto del mundo.

El colmo de la hipocresía del poder supremacista progre está demostrado en el comunicado de redes sociales de Naciones Unidas que, acompañado del hashtag #HumanRights, se duelen diciendo que los expertos expresan su profunda preocupación por una reciente declaración del Fiscal General de los Estados Unidos que describe #Antifa y otros activistas antifascistas como terroristas domésticos, diciendo que socava los derechos a la libertad de expresión y de reunión pacífica en el país. Es decir, que Naciones Unidas avala la libertad de los Antifa frente al alboroto social consentido y animado por los medios de comunicación y la silente actitud de los gobernadores demócratas como un deleitoso derecho de expresión sin valorar las formas ni sus consecuencias.

Elder apunta a que el mayor problema no es el racismo en su país, entre otras cosas porque los negros mueren a manos de otros negros y solo una ínfima minoría de blancos matan negros

En una entrevista de Dave Rubin -humorista, presentador de radio y televisión estadounidense- a Laurence Allen Elder -contertulio de corte liberal estadounidense, abogado y documentalista-, en la que hablan sobre el alzamiento agresivo de esta guerra antirracista, Elder apunta a que el mayor problema no es el racismo en su país, entre otras cosas porque los negros mueren a manos de otros negros y solo una ínfima minoría de blancos matan negros, no así al revés. Concluye después de esta declaración, que no son más que los intereses de algunos flancos sociales, políticos y financieros los interesados en manipular las cifras y darlas groseramente al revés y, Elder, añade: el racismo es negro.  Al final de la entrevista concluye con fuerza que el problema principal de los negros en Estados Unidos es que nacen mayoritariamente fuera de las familias y los problemas que ello genera. A todo esto hay que decir por si alguien todavía no lo sabe que Laurence Allen Elder es de raza negra, a lo que por cierto se ríe de todos esos que pretenden hacer una lavado de dignidad llamando a los negros afroamericanos, cuando nunca se denominan a otros como polacoamericanos, irlandesamericanos, induamericanos, chinoamericanos... Siendo Estados Unidos tierra de inmigrantes vaciada de autóctonos a muerte y sin piedad.

La nueva revolución americana (Ciudadela) de José María Marco. Probablemente, el autor es el español que mejor conoce el mundo social y político norteamericano, dibuja con frescura un rico, variado y sorprendente mosaico de personalidades políticas, periodísticas, movimientos civiles, así como una introducción a los partidos políticos americanos, en permanente tensión con la sociedad.

La cruzada del océano (La Esfera) de José Javier Esparza. Si algo tiene Esparza es saber narrar la historia. Este volúmen es un repaso maravilloso y oportuno para saber más de cómo fueron aquellas jornadas de lucha y sorpresa, enfermedades y ambición, de héroes victoriosos y otros anónimos que sin duda dieron pie a la mayor aventura del ser humano que jamás vivió. Sin duda una lectura "obligada" en estos tiempos y un placer para cualquier otro.

Lo que vi en América (Renacimiento) de G. K. Chesterton. Leer a Chesterton tiene mucho que ver con ser un niño y asistir una noche estrellada de verano a un espectáculo de fuegos artificiales. Cada una de sus frases y, lo que es casi lo mismo, de sus paradojas, encierra la misma fogosidad y deslumbramiento que las bengalas que ascienden hacia lo alto y estallan con estruendo en luces de mil colores.