El progresismo está a punto de quitarse la careta y mostrar lo que siempre fue y que podemos definir de esta guisa: abajo los curas y arriba las faldas. Es decir, quien se crea en posesión de la verdad es un fascista y la libertad consiste en el refocile sexual.
Pero el cambio del siglo XX al siglo XXI, de la modernidad a la posmodernidad, no es más que eso: la evolución del progresismo a su deriva lógica, la blasfemia contra el Espíritu Santo. Si lo prefieren en intelectualoide: el viaje desde el relativismo a la cristofobia, pasando por el ateísmo, donde se suele estar sólo un lapso breve.
Si algo muestra el tiempo en que vivimos es que ahora todo está muy claro entre la luz y la oscuridad y cada cual debe elegir. Por eso digo que del ateísmo al antiteísmo sólo hay un paso, porque el antiteísmo es maligno pero el ateísmo es idiota.
Esta evolución se vio, con la superficialidad acostumbrada en nuestra clase política, durante el debate del pasado miércoles 9, en el Congreso de los Diputados, pulso entre Sánchez y Feijóo. Quien centra el debate gana el debate. Los debates entre ambos suelen ser ganados por Pedro Sánchez. Su técnica consiste en que el progresismo no se discute; lo que se discute es qué tipo de progresismo es el mejor, Pero, en puridad, no hay varios tipos de progresismo, sólo hay uno: el odio a Cristo.
Ejemplo: no se debate sobre el aborto, el mal más grande de nuestro tiempo, que está al fondo de toda la discusión ideológica, dado que si prescindimos del derecho a la vida, estamos prescindiendo del resto de derechos humanos, de todos y de cada uno.
Por tanto, si admites el aborto, aunque sea un poquito, es evidente que quien habla del derecho al aborto (PSOE) ganará siempre a quien plantea un abortito (PP). Sobre el aborto no hay opiniones diversas -o se prohíbe o se promociona- como sobre el cáncer no hay terapias diversas: o se extirpa el tumor o te mueres.
Por lo demás, todo sigue igual: quien se crea en posesión de la verdad es un fascista y la libertad consiste en absoluta libertad sexual. Y me temo que esto vale tanto para el PSOE como para el PP.
E insisto: progresismo no es más que odio a Cristo, previo paso por el ateísmo. Y lo que asombra es que, en plena época de blasfemia contra el Espíritu Santo, en pleno fin de ciclo como amenaza de etapa final de la historia, aún el pedigrí del concepto mismo de progresismo continúe estando alto. Cuando el problema ya no es el sexo sino la ausencia del mismo, exponente de la vitalidad mortecina de la actual sociedad, cuando el asunto ya no es si podemos encontrar la verdad sino la elevación de la mentira a dogma, cuando hemos pasado de la abolición de Dios a la abolición del Hombre, aún se apele -lo hacen Sánchez y Feijóo- al progresismo y el personal no aplaude, ciertamente, pero mira hacia otro lado.
Pero lo importante es lo predicho: del ateísmo siempre se pasa al antiteísmo, porque a Cristo o se le ama o se le odia. Pero sorprende que el progresismo, de suyo estúpido, aún sea portado como enseña por muchos. Es algo así como vestir puñetas de juez por al calle.










