Hasta (ojo, hasta) 150.000 euros para toda pyme que implante la jornada laboral de cuatro días. En concreto para las que reduzcan su jornada laboral en un 10%, aunque los cuatro días de trabajo, no supondrían un 20%. Todo ello, naturalmente sin reducir el salario de sus empleados.

Lo gracioso es que la jornada de cuatro días por semana y tres días libres se presenta como una alternativa que no reduce la productividad. ¿Y entonces? ¿Qué hacían los viernes? ¿Lo que se puede hacer en cinco días se puede hacer en cuatro? ¿Y en tres? ¿Y en dos? ¿Y en uno?

Pero no hay vago más grande que aquel que vive de las subvenciones públicas, sin trabajar

Nuestra tendencia a la vagancia comenzó con las prejubilaciones, continuó con el teletrabajo y ahora avanza hacia la jornada de cuatro días. 

No, lo que necesita cinco días no se puede hacer en cuatro… o se hace mal.

Y lo que más asombra, vean la nota de Infojobs, es que percibo pocos juicios de valor sobre este curioso viaje a la pereza, justificado mediante una serie de sofismas que, al parecer, la gente está dispuesta a creer. 

Y por cierto, la jornada de cuatro días es un poco elitista: es más fácil aplicarla, porque es más fácil engañar acerca de la productividad real del asalariado en los trabajos de cuello blanco que en los de cuello azul. En estos últimos, la productividad no se multiplica porque sí. 

La ética cristiana dice otra cosa: el que no trabaja, que no coma

De todas formas, el ejemplar de vago más grande no es aquel que reduce la jornada, ese al menos trabaja. No, el gran perezoso, el grandísimo vago, es aquel que sencillamente no trabaja y consigue vivir de las subvenciones públicas de este generoso gobierno sociopodemita… generoso con el dinero de los demás, se entiende. Por ejemplo, el ingreso mínimo vital (IMV).

La ética cristiana dice otra cosa: el que no trabaja que no coma.