Me molesta esto de haberme convertido -aunque no excesivamente, mis colegas no me hacen el menor caso- en el Pepito Grillo de la profesión periodística. 

Pedro Sánchez se queda corto en su cobardía frente a Mohamed VI comparado con la cobardía que algunos diarios exhiben -y más los más grandes- respecto a su esclavista, que no es otro que Google. Se trata de un curioso síndrome de Estocolmo que no deja de sorprenderme.

Los monaguillos de Google son las redes sociales y los verificadores, verdadera plaga de canallas que, en nombre de la lucha contra la desinformación, han creado el bulo permanente, el pensamiento único y la censura global

Veamos: la red Internet nació como un paraíso para la libertad de expresión y también para la libertad de prensa: cualquiera podía jugar a ser Polanco, cualquiera podía decir lo que quisiera a un público potencialmente ilimitado. 

Aún recuerdo al entonces todopoderoso Juan Luis Cebrián asegurando, cuidado, que la Red también tiene dueños. No sé si era miedo a perder la primacía del oligopolio español de prensa o que en un rapto de brillantez, Janli había dado en el clavo, aunque el Ceo de Prisa no supiera entonces que no iban a ser muchos amos sino uno solo: Google.  

Sí, tal ha sido el éxito de buscador creado por Larry Page y Serguéi Brin para nuestra comodidad y para nuestra desgracia que todos los grandes de la prensa han inclinado la cerviz ante el nuevo sátrapa. 

A más a más, surgieron los monaguillos de Google. Las redes sociales y, en la última etapa, los verificadores, verdadera plaga de canallas que, en nombre de la lucha contra el bulo y la desinformación, han creado el bulo permanente, el pensamiento único y la censura global

Si no te sales de las normas, Google te potenciará, pero si te atreves a contradecir el pensamiento único googleliano, nadie te leerá, nadie te conocerá: no existes

¿Que en qué consiste el Pensamiento único? Lo explicaba en 1912, hace 110 años, el gran Chesterton, en referencia a la prensa inglesa del momento:

"Puedo decir cosas anormales en las revistas modernas, lo que no se me permite decir son las cosas normales. Puedo escribir un elaborado artículo, en cualquier publicación trimestral seria, explicando que dios es el diablo, o redactar un capricho estético para un semanario cultural sobre lo que disfrutaría comiéndome un recién nacido hervido. Y, sin embargo, lo que no me va a hacer es una crítica racional de los hombres y las instituciones de mi país".

Y con esa capacidad para el ejemplo del definitivo, Chesterton concluía: "En breves palabras, la situación que atraviesa Inglaterra en la actualidad consiste en que ningún inglés puede comentar en público ni una veinteava  parte de lo que comenta en privado. No puedo demostrar mis argumentos porque son totalmente ciertos".

Así que ya lo sabes: si no te saltas las normas, Google te potenciará, pero si te atreves a contradecir el pensamiento único googleliano, por ejemplo, a comportarte como un católico en público o atentar contra el pensamiento políticamente correcto del Nuevo Orden Mundial (NOM), Google te condenará al rincón de pensar. Nadie te leerá, nadie te conocerá: no existes.