Escribe Leonardo Castellani, al que siempre hay que releer, que Santo Tomás de Aquino, que llevó una vida austera, como miembro de la mendicante orden dominica, aseguraba (Tratado para el Príncipe) que los reyes deben ser ricos, no para ellos, sino para los pobres.
Con más razón -interpreta el genio argentino- debe serlo la jerarquía eclesiástica, no para ellos, sino para sus subordinados. Como ejemplo, Castellani dice lo siguiente: "A un obispo argentino que decía que un prelado debe ser pobre le contestó, rectamente, a mi entender, un religioso: 'sí, Monseñor, debe ser pobre pero no como religioso: un obispo debe tener bienes de fortuna, no para él sino para los sacerdotes primero, para el pueblo pobre segundo y después para el culto divino. Y si hubiese añadido y para evitar los libros religiosos de escritores católicos, mejor".
Y como también he oído y he reproducido, hay que orar por los ricos más que por los pobres, porque qué difícil es que un rico entre en el Reino de los Cielos, según el evangelio.
Por último, a la gente no hay que juzgarla por lo que gana, sino por lo que gasta.
Se lo resumo todo en uno de los grandes mandamientos de la lucidez contemporánea: una cosa es la santa pobreza y otra la puta miseria.