Los hijos de marroquíes de origen (con padres o madres, normalmente los dos, que provienen del reino alauita) ya suponen al menos el 8% de los nacimientos en nuestro país. 

Según Libremercado, en cuanto a los musulmanes, alrededor del 10% de los niños nacidos en España en 2019 lo hizo en el seno de una familia en la que uno de los progenitores (normalmente, los dos) profesaba esta religión. ¿Mucho? ¿Poco? ¿Relevante? ¿Intrascendente? Deberíamos plantearnos qué supone que población con una cultura -y una religión- en origen distinta a la del país de acogida, en este caso cristiana, crezca poco a poco. ¿O acaso ese porcentaje del 8% de bebés nacidos de padres de origen marroquí se repite en Marruecos a la inversa, es decir, de bebés nacidos allí de padres españoles?

Y es que acoger al inmigrante está muy; despreciar al español no. El inmigrante tiene que respetar -por las buenas o a la fuerza- la cultura del país que le acoge.Ya lo dijo Benedicto XVI: "El camino de la integración incluye derechos y deberes, atención y cuidado a los emigrantes para que tengan una vida digna, pero también atención por parte de los emigrantes hacia los valores que ofrece la sociedad en la que se insertan".

Y en Hispanidad, Eulogio López, escribía en cualquier caso, al inmigrante, en la medida de lo posible, hay que acogerle... pero también exigirle que respete al país que le acoge. Si no, largo.  

Y sí, hay que ayudar en origen, porque la emigración no es algo bueno: es malísimo: emigra quien huye de la muerte y/o la miseria. Además, emigran los elementos más productivos de una sociedad.