Lo que pretende el proyecto de ley italiano impugnado por el Vaticano es lo mismo que pretendía la reforma sanitaria de Obama con el aborto, en Estados Unidos, o en España la ley de la popular Cristina Cifuentes en las escuelas madrileñas.

La historia es esta: el Vaticano ha protestado contra el proyecto de ley Zan, que pretende, al igual que en España. introducir la homofobia como delito de odio y castigarla con hasta cuatro años de cárcel. Insisto: exactamente como en España por delitos de odio.

Como la Iglesia protesta, los medios, tanto los progres de izquierda como los de derechas, hablan de “injerencia vaticana”

Naturalmente, el delito de odio, novísima figura jurídica, es una barbaridad que exige al acusado demostrar su inocencia: demuestra que no odias. Y de paso, se da pábulo a la hipersensibilidad del lobby gay y del lobby feminista que consideran que cualquier cosa puede resultar extraordinariamente ofensiva y, atención, perseguible. Ya saben: no me molesta que me llames Pepe, es el retintín con que lo dices.

Al final, los llamados delitos de odio -que, a lo progre, confunden pecado y delito- operan contra la libertad de expresión. Imponen que todo lo que se salga de lo políticamente correcto, no sólo debe ser reprobado, sino, además, castigado con penas de cárcel. Vamos, que no podremos decir ni nuestro nombre.

Ahora bien, la ley italiana resulta extraordinariamente hipócrita. Al igual que Cifuentes, anula el ideario de los centros escolares y obliga a todos los colegios, también a las escuelas católicas, a promocionar la homosexualidad, condenada por el catecismo de la Iglesias católica. Naturalmente, el Vaticano le ha recordado el Concordato, que si unos padres deciden que sus hijos deben educarse cristianamente, el Estado no es quien para quebrar esa voluntad. Lo otro sería acabar con la libertad de enseñanza.

Pues bien, este ataque del Gobierno Draghi a la Iglesia, ¿saben cómo lo interpretan los medios, tanto progres de izquierda como de derechas? Por ejemplo, el progre-burgués La Vanguardia titula: “Injerencia vaticana en Italia”, ¡que tiene bemoles la copla!

Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, asegura que la homosexualidad es un “valor” europeo. ¿En serio?

Serás gay aunque no quieras, parece ser la máxima que hoy reina en Occidente. Y todo ello, claro está, en nombre de la libertad.   

Sí, la ley italiana repite el método de la reforma sanitaria de Barack Obama en Estado Unidos. Los desinformados, más o menos el 90% de la población son prisioneros de las noticias políticamente correctas, no entendían por qué los obispos norteamericanos se oponían a una medida tan solidaria, como tratar de extender la atención sanitaria a los pobres.

Pues muy sencillo, porque Obama, todo un progre, consideraba que el aborto es progresista y que todo lo progre debe ser impuesto a hachazo limpio. Así, obligaba a los centros sanitarios cristianos -muchos en EEUU- a aplicar anticonceptivos y abortivos. Naturalmente, la Iglesia no podía aceptar la aberración en su propia casa. Ya se sabe: eso es puro fascismo.

Mario Draghi nunca me gustó, ni tampoco su política monetaria laxa: no salvó a Europa, la endeudó, mientras devaluaba toda la economía continental.

Ahora, convertido en un tecnócrata banquero de inversión salvador de Italia, me fastidia bastante más. Además de peligroso monetarista, don Mario es, como Obama, como el PP español y como toda la progresía, verdugos que se hacen pasar por víctimas. Dicen luchar por la libertad de los homosexuales cuando lo que hacen es obligar a los discrepantes a comportarse contra su conciencia.

En definitiva, estamos tocando fondo… aunque esto tiene una gran ventaja: ya sólo puedes subir.

Serás pro-gay aunque no quieras. Esto tiene otra ventaja: la lucha con más riesgo es más divertida.

Los delitos de odio son otra muestra de la hipocresía progresista: el verdugo se presenta como víctima

Con la excusa de la no discriminación, el lobby LGTB condenará como en España, la homofobia con hasta 4 años de cárcel. Tiene poca gracia pero, por el momento, denunciémoslo.

Empecemos por evitar la inversión semántica: como la Iglesia protesta, los medios, tanto los progres de izquierda como los de derechas, hablan de “injerencia vaticana”. Pues no.

Ursula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, asegura que la homosexualidad es un “valor” europeo. ¿En serio, doña Ursula?

Al fondo: los delitos de odio son otra muestra de la hipocresía progresista: el verdugo se presenta como víctima. Una vez que el personal caiga en esta estafa, las cosas volverán a recuperar su sentido.

Todo acaba siendo para bien.