Vivimos tiempos en que todo está contra todo. Mujeres contra hombres, homosexuales contra heterosexuales, izquierda con derecha, los vivos contra los muertos, la historia contra el futuro, el presente contra la verdad. Hay discursos para dar y tomar, los conformistas políticamente correctos y los incómodos disidentes. Ya no hay término medio, aunque por ignorancia -sobre todo-, por presión mediática y por el odio atrincherado en el corazón, aparentemente ganan los políticamente correctos.

Dentro de la masa borreguera de lo políticamente correcto, hay muchos de ellos que aún son peores, son los que denomino ni fu ni fa, gente gris que no desea entrar en polémicas, que solo quiere vivir en paz porque creen que no pueden hacer nada, que el enemigo -el que sea- es demasiado poderoso y se han rendido antes de calzarse los guantes. Estos ni fu ni fa no se dan cuenta de que su rendición, esa actitud pacifista, cobarde, perezosa, desentendida... No hace más que ahondar la brecha diferencial.

Para el disidente la jerarquía es vertical y no un relativismo horizontal. Hay aspectos que tienen un orden de prioridades, sobre todo los que aportan valor al bien común

Solo algunos se comprometen con alguna causa de forma vital o altruista, normalmente los que se encuentran en el lado oprimido. La parte dominante está cómoda, incluso segura de sí misma. Pero la diferencia más importante es que los portavoces de lo políticamente correcto se limitan a contar el relato de lo que ellos consideran convincente, hablan de lo bien o lo mal que se hace en la política y lo social, porque para ellos el efecto de socavar la voluntad de sus correligionarios pasa por crear sintonías de sentimientos varios. Es fácil hacer sentir en una comunidad aspectos de carácter universal: amor, dolor, no a la guerra y a la violencia machista... Sin embargo, el disidente, también comparte esos valores universales, pero no la manera de comulgarlos. Porque para el disidente la jerarquía es vertical y no un relativismo horizontal. Hay aspectos que tienen un orden de prioridades, sobre todo los que aportan valor al bien común. El disidente no relata hechos, argumenta con razones.

El disidente es un ser que sabe, que debe saber, discernir entre lo bueno y lo malo. Para eso de poco valen los sentimientos porque solo podemos acceder a ese secreto por medio de la razón y eso siempre es incómodo. El disidente busca la verdad y eso le hace parecer radical, pero no lo es, las circunstancias le reducen a ello.

Disidente es aquel que tiene un sentido natural de la vida, de la justicia por encima de la legalidad, de la libertad y no de la igualdad

Solo desde la formación se alcanza la disidencia con fundamentos, porque si no se conocen las razones que le deben conducir a lo que debe ser, no al estándar social, podemos caer en el fundamentalismo, actitud habitual de los nacionalistas o los que justifican el terrorismo del signo que sea. En el fondo, el comportamiento de lo políticamente correcto busca un integrismo inquisitorial que dice qué decir o hacer, acallando al que piensa de forma diferente. Esa es la razón por la que el envolvente de este rodillo no se apalanca en la intelectualidad, sino desde el entretenimiento.

Solo desde el intelecto, la buena formación, el disidente global del siglo XXI logrará sobrevivir porque, aunque sea condicionado por su entorno, siempre sabrá por qué lo hace, porque siempre sabrá argumentarse a sí mismo y a los demás. Además, se alejará victoriosamente de la superficialidad de sentimiento.

Puede pensarse que el disidente es una especie de negacionista religioso, más concretamente católico, y eso no es así. Es cierto que el católico debiera serlo por coherencia, pero desgraciadamente hay mucha conformidad a lo largo y ancho de la jerarquía de la Iglesia. Pero el disidente sobre todo es aquel que tiene un sentido natural de la vida, de la justicia por encima de la legalidad, de la libertad y no de la igualdad, del ser lo que es y no de lo que te dicen que puedes ser.

El mito del hombre nuevo (Encuentro) de Dalmacio Negro. Sobre qué tiene que ver la persona en la era posmoderna, el autor marca una diferencia importante: El mito del hombre nuevo es una nueva religión; secular, artificial y artificiosa. Es por eso que conocer la presencia -existencia- del ser humano en la naturaleza, la sociedad y el reencuentro consigo mismo, es importante para saber cómo responder a los interrogantes que determinadas ideologías o tendencias de ideas políticas. Un libro que sigue de vivísima actualidad y que considero de lectura obligada -obligada hasta lo que usted considere, claro-.

Estado de disolución (Sekotia) de Elio Gallego. Un magnífico ensayo -no para todos los públicos- que nos muestra el reflejo de la historia que vuelve una vez más a mostrarnos los errores que podemos cometer. Basado en Juan Donoso Cortés dice: el destino de Europa estaría marcado por el despliegue en el tiempo del racionalismo, con un liberalismo inicial que sucumbiría ante al voluntarismo «democrático» de las masas, y éste a su vez se diluiría en otro estadio, esta vez «socialista», centrado exclusivamente en el igualitario goce de los bienes materiales y en el bienestar. 

Cómo ganar la guerra cultural (Ediciones Cristiandad) de Peter Kreeft. Este libro concebido como un libro libertador desde las trincheras, se propone como lectura de batalla. Ver el índice que muestra el enlace del libro lo dice todo. Desde luego no es una obra para pasar el rato, sino más bien para ver qué hacer con el rato que nos queda por delante. Léalo, y descubra hasta qué punto es usted disidente.

@hptr2013