Escandalizar no consiste en hacer mohínes versallescos, sino en algo tan grave como animar al prójimo a pecar. Y ya saben: más le valiera que le colgaran al cuello una piedra de molino...

Hace tiempo que no leía un artículo tan coherente, tan compacto y tan riguroso como el de Pablo Linares, el domingo 7, en La Razón, El título es duro pero muy preciso: "Paseo necrófilo entre beatos y otros caídos". Y la explicación está en el subtítulo, asaz expresivo y mayormente aclaratorio: "Parte de la visita del presidente a Cuelgamuros se desarrolló en un osario de víctimas de represaliados por socialistas, comunistas y anarquistas".

Esto es, que Sánchez, en una foto que pasará a la historia de la infamia y, aún más de la estupidez, disfrazado con un traje de sanitario, se comportó según los dos adjetivos que mejor le cuadran: profanador y embustero. Profanador de tumbas y altares pero, esta vez, además, estúpido. 

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Con todo, sorprende el escandaloso silencio de los obispos españoles ante la profanación de la Basílica de Cuelgamuros. Porque es una basílica, y allí a pocos metros de los osarios, está el Santísimo. Monseñor José Cobo, arzobispo de Madrid, ya lo dijo en su momento: "Creemos en la inviolabilidad del templo y de la comunidad" de monjes Benedictinos. No decía otra cosa que sin permiso de la Iglesia, según el Concordato y otros acuerdos entre España y el Vaticano, el Gobierno no puede entrar en un recinto sacro y profanar tumbas.

Pues bien, ahora el profanador se planta en Cuelgamuros... ¡y la Iglesia no dice nada!

Esto es muy peligroso, monseñor Argüello. 

Sobre todo, no dejen de leer el artículo sobre el necrófilo.