Esta semana pasada, una de mis hijas juró la hermandad a la cofradía a la que desde hace años deseaba pertenecer. Un acto litúrgico bonito y trascendente, como no puede ser de otra forma al tratarse de un compromiso esencialmente interior y personal.

Este acto me hizo reflexionar sobre lo que supone para un hermano pertenecer de hecho y derecho a una cofradía. Cuando una persona se compromete con una compañía de estas características, no solo se está comprometiendo con otras personas, también se compromete con una relación específica con Dios, en su amor a la Pasión. Esto debe llevar a la responsabilidad, no solamente de asistir o de figurar como uno más entre el grupo, tiene que procurarse también un cambio interior.

Las cofradías son asociaciones de creyentes que se dirigen por una advocación concreta inspirada en Cristo, de la Virgen o de un santo relacionada con algún momento de la Pasión. Estos movimientos, fundamentalmente, tienen fines piadosos y religiosos. Normalmente las cofradías organizan una procesión -al menos una vez al año- y estas suelen responder a varios tipos. Las Penitenciales son las que hacen pública estación de penitencia en Semana Santa. Las Sacramentales son las que tienen como objetivo la devoción y adoración hacia el Santísimo Sacramento. Las de Gloria, normalmente, fomentan el culto a alguna advocación mariana o a algún santo vinculado con la Pasión del Señor. Y por último, las Patronales, las hermandades cuyo titular ostenta el patronazgo de la ciudad en la que se erige.

Si la actividad de cofrades no provoca un cambio en su vida ordinaria (familiar, social, laboral…), pienso que no han comprendido la trascendencia de lo que ha hecho

Pero yendo a lo importante, que como siempre son las personas, en este caso los cofrades, si nos atenemos a su principal objetivo, que es tener “fines piadosos y religiosos”, deben estar atentos a su participación activa, porque si esta actividad no provoca un cambio en su vida ordinaria (familiar, social, laboral…), pienso que no ha comprendido la trascendencia de lo que ha hecho. El hermano de una cofradía debe adquirir cierta responsabilidad y redundar en una actitud verdaderamente cristiana, porque en el juramento de la hermandad se está comprometiendo con una parte muy específica en lo personal, que debe de ser espiritual, porque si no es un sinsentido. Recordemos que la salvación es individual, somos cada uno de nosotros los que nos hacemos santos, no nos santifica la comunidad.

Una cofradía no es como apuntarse a un equipo de fútbol, a un club de campo o a un coro… por ejemplo. Las personas que asistimos a las procesiones, tanto los pasivos que vamos como seguidores, como los activos que participan en la buena marcha de la procesión, es decir, los cofrades, no debemos de tomarlo como una actividad turística o que nos embargue la emoción, porque lo que está sucediendo en ese acto de representación es el recuerdo de lo que Cristo vivió por nosotros, cuyo objetivo fue redimirnos para alcanzar la vida eterna. Y digo recuerdo intencionadamente porque donde verdaderamente se produce la Pasión de forma real e incruenta es todos los días en la Eucaristía.

Lo que está sucediendo en ese acto de representación es el recuerdo de lo que Cristo vivió por nosotros cuyo objetivo fue redimirnos para alcanzar la vida eterna. Y digo recuerdo intencionadamente porque donde verdaderamente se produce la Pasión de forma real e incruenta es todos los días en la Eucaristía

Los que asisten a las procesiones porque solo les gustan, porque les llama un sentimiento o porque su padre ya lo hacía, son los mismos que podrían asistir con la misma facilidad al museo de ciencias naturales o a unas ruinas romanas. Las procesiones no son el parque temático de la Pasión del Señor, unas más bonitas que otras, más colectivas, más ruidosas o silenciosas... Las procesiones son una demostración externa de lo que verdaderamente los cristianos debemos de vivir de cara a lo que la Semana Santa significa: conversión, santidad y piedad. En este sentido, me resulta extraño ver personas que llegan a las procesiones en chanclas, con la arena pegada en los pies y en bañador recién llegados de la playa, cuyo objetivo apenas pasa de hacerse el selfie para subirlo a las redes sociales.

Conozco a jóvenes que son capaces de mortificar el cuerpo por llevar un paso, sufrir por el esfuerzo y decir que lo hacen porque les gusta, pero que no creen en Dios. O mujeres que salen de Manolas custodiando el paso en el que se visten para la ocasión, donde centenares de ojos la verán con su peineta y un velo de encaje, vestidas de negro y un rosario entrelazado en las manos, pero que no irán a misa en todo el año. Ellos podrían desgastarse en un concurso de crossfit y ellas pasearse por la pasarela de moda. Al fin, es un modo de utilitarismo de una tradición enraizada en la piadosa costumbre de ver el sufriente martirio del Señor, «hasta su muerte, y muerte de Cruz». ( cf. Flp 2,5 ss.)

Benedicto XVI: «Os exhorto por tanto a vivir intensamente estos días para que orienten decididamente la vida de cada uno a la adhesión generosa y convencida a Cristo, muerto y resucitado por nosotros»

La Semana Santa es un tiempo que forma el carácter cristiano donde conviene equilibrar la vida, tanto la interior y en consecuencia la exterior (coherencia), y donde debemos poner empeño en la lectura espiritual y a la oración. Por esta razón aportaré para acabar tres testimonios de nuestros últimos tres Papas:

San Juan Pablo II: «La corriente principal de la Cuaresma debe correr a través del hombre interior, a través de corazones y conciencias. En esto consiste el esfuerzo esencial de la penitencia. En este esfuerzo, la voluntad humana de convertirse a Dios es investida por la gracia proveniente de conversión y, al mismo tiempo, de perdón y liberación espiritual. La penitencia no es sólo un esfuerzo, una carga, sino también una alegría. A veces es una gran alegría del espíritu humano, alegría que otros manantiales no pueden dar».

Benedicto XVI: «Os exhorto por tanto a vivir intensamente estos días para que orienten decididamente la vida de cada uno a la adhesión generosa y convencida a Cristo, muerto y resucitado por nosotros».

Francisco: «Los animo a caminar hacia la meta de nuestra esperanza contemplando la Luz como el dolor de una madre en el momento de dar a luz. Cuando la nueva vida nazca no recordaremos el sufrimiento porque la alegría Pascual inundará todo con su luz».

Ser cofrade, una vocación (Almuzara) de Ignacio J. Pérez Franco. Este libro es, en definitiva, un tributo de amor a las hermandades y cofradías. Gracias a ellas, con sus luces y sus sombras, hoy, igual que ayer, sigue resonando en las calles el nombre de Jesucristo y el de Santa María. Y muchos siguen buscando en ellas una forma de encontrarse con Dios y con los misterios fundamentales de nuestra fe.

Contemplar la Eucaristía (Rialp) de Félix María Arocena. Este libro quiere ayudar al cristiano a contemplar la Eucaristía, a adorar con fe y devoción al Señor, realmente presente en el Santísimo Sacramento, y a acoger esa presencia eucarística como lo que es: el don de la generosidad y el amor sin límite de Cristo.

¿Pecador yo? (Grafite) de Maximiliano Calvo. Estamos viviendo un tiempo en el que se oyen con relativa frecuencia palabras y expresiones como gratuidad, amor de Dios, misericordia, felicidad… Y al mismo tiempo han dejado de oírse o se oyen en raras ocasiones otros términos relativamente opuestos a los anteriores como pecado, rebeldía, desobediencia, idolatría, etc., aplicados a la relación del hombre con Dios.