Era 14 de febrero de 1974, cuando el Concilio Vaticano II (san Juan XXIII, 1959 - san Pablo VI, 1964) apenas llevaba diez años rodando, y Escrivá de Balaguer, hoy san Josemaría Escrivá, escribió a sus hijos una carta que fue visionaria del mundo hacia el que nos encaminábamos.

La carta es larga -17 páginas en A-4- y dividida en 29 epígrafes-, y desgrana la situación por la que la Iglesia se estaba desangrando y desde donde animaba a sus hijos a rezar por ella, a ser fieles y consecuentes con la fe, la doctrina y a su vocación, vivida con fuerza y en las entretelas del mundo. Escrivá de Balaguer jamás escribía ni hablaba de política, pero no era un ingenuo. Cuando tenía que denunciar el mal del mundo lo hacía desde la raíz de la moral cristiana por ser la base cultural que cimentaba todo lo demás.

En el epígrafe 13 se lee un párrafo que, si extrapolamos a la realidad de 2023 -49 años después-, es un calco viviente del tiempo en que vivimos. Dice: «En una palabra: el mal viene, en general, de aquellos medios eclesiásticos que constituyen como una fortaleza de clérigos mundanizados. Son individuos que han perdido, con la fe, la esperanza: sacerdotes que apenas rezan, teólogos -así se denominan ellos, pero contradicen hasta las verdades más elementales de la revelación- descreídos y arrogantes, profesores de religión que explican porquerías, pastores mudos, agitadores de sacristías y de conventos, que contagian las conciencias con sus tendencias patológicas, escritores de catecismos heréticos, activistas políticos».

Escrivá de Balaguer jamás escribía ni hablaba de política, pero no era un ingenuo. Cuando tenía que denunciar el mal del mundo lo hacía desde la raíz de la moral cristiana por ser la base cultural que cimentaba todo lo demás

No hay duda de que se refiere a los clérigos y afines que hicieron del Concilio su capa un sayo y que quedaron muy afectados de los vientos verdes de Mayo del 68. La deriva moral que se venía cocinando desde Estados Unidos años atrás con tanto “haz el amor y no la guerra”, aderezado con "fuma, métete lo que quieras y sé feliz", pegó muy fuerte y la generación del baby boom recibió un fuerte impacto muy dañino que marcó el camino de su vida en muchos casos. Un salto generacional donde la religión, las tradiciones y la política estaban cambiando a toda velocidad. Lógicamente, los maestros en los seminarios no vivían en una burbuja, por lo que las tendencias del marxismo ideológico y las costumbres sociales relajadas generaron un terrible desaguisado formativo y doctrinal, que terminó repercutiendo en la fe de muchísimos fieles.

Es normal que suceda hoy lo que sucede, porque la sociedad que daba paso a las nuevas generaciones, los baby boom de turno, estaban en caída libre y de aquellos polvos estos lodos. Despreciaron todo lo que sus padres y sus abuelos les enseñaron, aquella sabiduría que pasa de generación en generación, que enseña lo que no estaba escrito en los libros y se aprehendieron de la modernidad cada vez más libertaria, aunque entonces se autodenominaron demócratas, luego socialdemócratas y ahora progresistas.

Tras el Mayo del 68 despreciaron todo lo que sus padres y sus abuelos les enseñaron, aquella sabiduría que enseña lo que no estaba escrito en los libros, y se aprehendieron de la modernidad cada vez más libertaria, aunque entonces se autodenominaron demócratas, luego socialdemócratas y ahora progresistas

Que algunos de nuestros hijos vivan como viven es la consecuencia natural de una deriva inmoral camino de la perversidad. Lo cierto es que la mayoría social -a izquierdas y a derechas- admite, y algunos de forma vehemente, ciertos estilos de vida o los asumen, porque no pueden hacer nada para remediarlo. La evolución de la sociedad la hemos entregado a manos de quienes nos gobiernan, que no son más que el reflejo de la masa informe e ignorante conformada con el pan negro de cada día, satisfechos con la mendicidad de unas paguitas que no solucionan nada mientras que con esa excusa nos suben la fiscalidad hasta ser la más alta de Europa. Jóvenes estabulados en que se lo den todo hecho, conformados con la nada para ser felices. Nadie rompe este ciclo que se retroalimenta en la corrupción de la razón, profundizando si cabe hasta el suicidio moral de la persona.

No es casualidad, no, que los gobiernos actúen al margen de la moral y en muchas ocasiones en contra de la Iglesia, como una afrenta que se toma como algo que está bien. Hoy, por fin la Conferencia Episcopal Española parece que despierta, aunque todavía somnolienta, empieza a enfrentarse ante la actuación constante de inmoralidad política, ideológica y social. Pero ahora les queda todavía una labor mayor: hacer que los laicos, timoratos unos, acomodados otros, vivan su catolicismo de puertas para afuera. Y para empezar estaría bien animar, recomendar y rescatar la comunión en la boca que la pandemia normalizó para evitar penosas escenas, ya sean irreverentes por las formas o catastróficas por las consecuencias -y no digamos nada de las sacrílegas-, siempre consentidas por quien da la comunión, ya sea cura o feligrés, que ni tan siquiera exigen la forma correcta de hacerlo, al menos en esto: «póngase especial cuidado en que el comulgante consuma inmediatamente la hostia, delante del ministro, y ninguno se aleje teniendo en la mano las especies eucarísticas».

No nos engañemos, la recuperación moral de la sociedad pasa por la capacidad del discernimiento y la interiorización del bien y del mal. Solo así se recuperará el concepto moral de los actos humanos… -¡Ojo, que no he dicho yendo a misa!-, pero si se hace bien lo primero, las iglesias volverán a llenarse y, como sucedía antes, costará oírla sentado si llegas tarde.

Hoy, por fin la Conferencia Episcopal Española parece que despierta, aunque todavía somnolienta, empieza a enfrentarse ante la actuación constante de inmoralidad política, ideológica y social. Pero ahora les queda todavía una labor mayor: hacer que los laicos, timoratos unos, acomodados otros, vivan su catolicismo de puertas para afuera

Los obispos tienen mucha labor que hacer, entre otras llenar los seminarios dando doctrina sólida, fomentando la vida interior de los seminaristas y proponiendo una vida exigente de santidad. Hacer distinguir entre caridad y filantropía. Rescatar el verdadero sentido de la palabra proselitismo, que es tremendamente apostólica y evangelizadora. España ha sido siempre un semillero de vocaciones y exportador de misioneros al mundo entero. Pero en la actualidad podríamos hablar de una etapa de glaciación de vocaciones. Es la consecuencia lógica de una sociedad que no busca la trascendencia sino solamente los hechos tangenciales que afectan de manera directa, especialmente provocado por el individualismo creciente en la sociedad, que anula significativamente la fe.

Cartas I. Edición crítico-histórica (Rialp), de Josemaría Escrivá de Balaguer. Este volumen contiene las primeras cuatro Cartas Pastorales de san Josemaría, en las que trata sobre la llamada universal a la santidad y al apostolado en la vida ordinaria.

El nuevo pueblo de Dios (Herder), de Joseph Ratzinger. Entre otros apartados, se estudia más a fondo el problema de la pertenencia a la Iglesia, tomando como base los documentos del Magisterio, hasta llegar al concilio Vaticano II con su valiosa aportación a este respecto.

Para comprender el Vaticano II (Palabra), de César Izquierdo. Se trata de una síntesis histórica y doctrinal, muy completa que ayuda de verdad a comprender el Concilio Vaticano II en toda su riqueza y originalidad, en continuidad con el precedente Magisterio de la Iglesia.