Confieso que ni me hubiese enterado de la existencia de uno de los escritores del siglo XX que más me han impresionado, si no fuera porque un ratón de biblioteca, el genial Juan Manuel de Prada, me lo descubrió. El mejor cronista del siglo XX, de nombre Leonardo Castellani, definió la pasada centuria con estas palabras: "El ateísmo ha traído consigo la desesperación". Un mundo chiflado y una humanidad desesperada: en efecto, esa ha sido la herencia del siglo XXI. 

Castellani también dijo que "la gran literatura contemporánea está infiernada... No valía la pena haber negado el infierno en la otra vida para instalarlo en esta"

Castellani fue un jesuita argentino perseguido por los jesuitas, uno de los pocos grandes sabios del siglo XX y uno de los más perseguidos por sus propios hermanos de orden. Fue, también, un gran narrador, uno de los mejores cuentistas que conozco, y el mejor crítico literario americano de ese mismo siglo XX: "la gran literatura contemporánea está infiernada... No valía la pena haber negado el infierno en la otra vida para instalarlo en esta". Y se quedó tan ancho, porque decía verdad.

Aunque, insisto, en el siglo XXI la batalla es otra, es batalla final: no es ateísmo sino antiteísmo, es cristofobia, es la blasfemia contra el Espíritu Santo. Sí, Dios existe, pero es el malo; el bueno es Satán. También somos un pelín maniqueos

Aunque, insisto, mucho me temo que de haber vivido en el siglo XXI, el análisis de Castellani hubiera sido otro. En nuestro siglo XXI la batalla es otra, es batalla final: no es ateísmo sino antiteísmo, es cristofobia, es la blasfemia contra el Espíritu Santo. Sí, lo del siglo XX, ya no es ateísmo, es peor: Dios existe, pero es el malo; el bueno es Satán. Este es un siglo invertido, invertido en antropología e invertido en valores.

Tranquilos, triunfaremos. Triunfará la fe, como siempre, y triunfará la razón, lo que no suele ocurrir siempre. 

No lo olviden: sin Dios no sólo hay ateísmo, hay desesperación, escasa aventura y mucha impostura.