Ha muerto Javier Marías, una pluma recta y sabia, es decir, donde pesaba tanto la forma como el fondo. Como ya se ha hablado mucho sobre sus obras y sobre su personalidad gruñona, dejo la crítica literaria para los más capaces que yo. Lo único que he echado en falta, a través de los muchos comentarios que he leído sobre el fallecido, es que era un autor obsesionado -felizmente obsesionado, todo hay que decirlo- con el sentido de culpa, el arrepentimiento y la redención, de esto último menos que de lo otro. 

Sobre la redención del hombre caído, tema central, aunque no esperanzado, de su obra, he leído pocas glosas, lo cual me sorprende, sobre todo a los que estamos hartos de que nos digan que los cristianos no hacemos sino sembrar sentimiento de culpa, acusación a la que solo puedo responder lo siguiente: el hombre que no se arrepiente de nada es un estafermo, sin voluntad, sin vida... y encima esclavo de su orgullo.

No siempre gana el mal y, al final, el mal siempre pierde

Como su padre, Julián Marías, el escritor y académico Javier Marías no necesitaba levantar la voz para hacerse oír, ni buscaba el proscenio sino el fondo del escenario. Quizás porque a ambos les molestaba -perdón molesta- el exhibicionismo, el espectáculo, en suma, la vulgaridad. 

Pero lo que sí era Marías era un autor triste, desesperanzado. En ese no puedo aplaudirle. Alguien dijo que la opresión del pueblo es menos grave que la depresión del hombre. Sí, y sé que la depresión es una enfermedad, pero se trata de una enfermedad psíquica y una enfermedad moral. A lo mejor era un remedio contra la maldad, según el juicio que escuché de un viejo periodista que había tratado a muchos novelistas: para ser escritor hay que ser mala persona. 

En serio, Javier Marías era una pluma forjada pero al menos en alguna de sus obras cayó en las garras de la melancolía, ese disolvente del mundo.

Pero recuerden: morir es fácil, lo difícil es la comedia. Deprimir o estar deprimido está al alcance de todos; la alegría de vivir es sólo para los más audaces. Y el arte no vuela a más altura en la desesperanza, antes bien, no vuela en ningún modo... cuando la ironía se ha convertido en sarcasmo.

Además, la melancolía anda en mentira: en la vida, no siempre gana el mal y, al final, el mal siempre pierde. En 2022, debemos luchar contra la opresión, pero aún más contra la depresión. Y tenemos razones para ello: somos ángeles caídos pero también ángeles redimidos.