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Dándole vueltas a nuestro sistema de interrelaciones humanas, me doy cuenta de que, en los últimos veinte años, la sociedad se ha encontrado con un mundo altamente tecnificado donde la alta tecnología y la sofisticada electrodigitalización han tomado las riendas de nuestras vidas, dependemos tremendamente de las máquinas, de las personas con poder para usarlas y trabajar en sus datos. Nuestra salud, la renta, las conversaciones de teléfono, dónde nos encontramos en tiempo real, correos electrónicos... Son solo algunas de los grandes avances que la alta ciencia nos aporta en este mundo cambiante que camina cada vez más de prisa. En efecto, la cosmovisión de la humanidad se encuentra en un cambio radical que depende más de su exterior que de sí mismo, y eso incluye también a sus creencias más íntimas.
Hoy ya no necesitamos salir, sentir, percibir e interpretar... Todo nos viene servido en un clic, por decirlo de alguna forma directa
Haciendo un análisis con algo de cuidado y perspectiva, vemos que durante el desarrollo del ser humano hemos recibido señales permanentes desde la naturaleza que nos ponían en contacto con nuestro entorno, nuestros semejantes y nuestras necesidades. Hoy ya no necesitamos salir, sentir, percibir e interpretar... Todo nos viene servido en un clic, por decirlo de alguna forma directa. El desarrollo tecnológico, desde la fabricación de la luz eléctrica, de repente en una treintena de años hemos pasado de un botón que hacía la luz, a la simple presencia en una habitación para que la luz aparezca de alguna forma. Sin pensarlo, el automatismo presencial lo hace todo. Román Cendoya en su ensayo Revolución. Del homosapiens al homo digitalis deja patente que uno de los rasgos antropológicos actuales es el desarrollo de la persona respecto de la tecnología en su entorno a lo largo de su vida, quizá especialmente en sus primeros años. Partiendo de esa idea, Cendoya, divide los grupos generacionales en Botónicos, aquellos que nacieron apretando botones para accionar la tecnología; Digitales, los que han desarrollado sus potencias profesionales y de ocio basándose en tecnología digital; y por último los Táctiles, los que ya casi ni tocan, solo rozan, sobre una pantalla para acceder a la información.
Esa dependencia es real en muchos casos, ¿puede o no crear cierta adicción? Seamos realistas, sí, de hecho, hay una adición definida y tratada como enfermedad, que es la dependencia inútil al teléfono móvil, donde quién más o quién menos estamos enganchados, y con excusas tan razonables como la familia, el trabajo, o una noticia... Y no digamos nada de las redes sociales, en la que queremos ver a los demás y que todos nos miren, que es lo que yo creo que es precisamente lo adictivo, el ego. Pero al margen del valor que aporta la tecnología, hay un extraño que corre por nuestras venas del que no somos conscientes: cada salto que la tecnología da en sus aplicaciones, genera una disrupción importante de la que casi no nos damos cuenta hasta que nuestras capacidades intelectuales se rinden, el caso de la gran mayoría de los Botónicos cuando llegan a lo táctil versus virtual, y cuya economía de vida por el fruto recibido no es rentable.
Hay una adicción definida y tratada como enfermedad, que es la dependencia inútil al teléfono móvil, donde quién más o quién menos estamos enganchados
Debemos plantearnos dónde está el límite, no el de las máquinas, si no el nuestro. Que nos preguntemos si la máquina trabaja para nosotros o nosotros trabajamos para la máquina, es algo que requiere una respuesta cada poco tiempo, para saber dónde estamos situados. Y en esta alta tecnología que todo lo puede, ¿dónde dejamos aparcado el silencio interior? Competimos contra algoritmos, inteligencia artificial, dependencia profesional y social. ¿Qué aportamos los cristianos en todo esto, donde las relaciones humanas están cada vez más distantes porque hemos anulado las conversaciones cara a cara? Perder el contacto directo y humano es perder el contacto con el prójimo... Hacer competir a nuestro espíritu, que es virtud, contra una bola virtual inmensa que nos apresa porque dependemos del sistema que, en principio, se nos presentó como libertador y que todo estaría más accesible y, al final, somos seres humanos atados a un smartphone.
¿Qué aportamos los cristianos en todo esto, donde las relaciones humanas están cada vez más distantes porque hemos anulado las conversaciones cara a cara?
No olvidemos que el éxito de las relaciones de los cristianos a lo largo de la historia es humana o no es, porque es transcendente. Así se abrió camino el cristianismo siglo tras siglo. Albert Camús, existencialista, ateo y hastiado de la vida, aunque pidió ser bautizado en el momento de la muerte, dijo en una de sus famosas frases: Necesitamos a los cristianos para pensar, porque si no piensan ellos, ¿quién lo hará? No podemos dejarnos llevar por la realidad fantástica regalada desde una pantalla. Tenemos que abrirnos a un mundo real, tratar a nuestros semejantes, usar menos las redes sociales, salir más al mundo exterior, percibir el frío y el calor de la naturaleza. Solo así podremos combatir con fuerza, y esperanza, el mundo aparentemente ilimitado de la tecnología, que pretende gobernar nuestra razón a cambio de una gran capacidad interior.
Contra el hormiguero humano (Sekotia) Rafael Gómez Pérez. Cabe una individualidad altruista, es decir, que el individuo, sin dejar de serlo, y precisamente por serlo, trabaja a favor de otros individuos, en muchas formas posibles, siendo la más densa, rica y profunda el amor. Abrir un espacio entre las máquinas y los demás, implica estar cada uno de nosotros como individuos, en muchas ocasiones, de manera imprescindible.
Tsunami digital, hijos surferos (FreeshBook) Juan Martínez Otero. Con prólogo de Fernando Abadía, este simpático libro nos pone frente a la avalancha de lo digital, la navegación en Internet, las nuevas compañías virtuales de nuestros hijos y en los que no podemos quedarnos atrás, al menos saber de qué va cada una de las redes en las que los jóvenes pueden quedar atrapados. Libro de verano por lo que todo ello implica.
Del Ecommerce al EWcommerce (Homolegens) José Antonio Vizner. ¿Qué es mejor, lo analógico o lo digital? Da igual, lo mejor es lo que hay en cada momento de la historia que nos toca vivir, y quien no se adapta o comprende los signos de los tiempos, pierde la partida, queda fuera de juego. Esto es lo que Vizner viene a decir en este ensayo, sencillo de entender y fácil de leer que nos introduce en los sistemas de compra y consumo de la era virtual.
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