En Francia, el pasado 1 de febrero, el Senado (Cámara alta) aprobó un texto promovido por la izquierda y que provenía de la Asamblea Nacional (Cámara baja) y que básicamente pretende que el aborto sea recogido en la Constitución francesa como un derecho. 

Por 166 votos a favor frente a 152 en contra, la versión aprobada por el Senado incluiría la siguiente frase en el artículo 34 de la Constitución: «La ley determina las condiciones en que se ejerce la libertad de la mujer para interrumpir su embarazo». 

Que significa añadir en la Constitución el que las madres puedan elegir si pueden matar a su hijo en su propio seno. Suena fuerte pero es así. 

Ahora, el siguiente paso es que el texto vuelva a la Asamblea nacional. Y el último paso sería someterlo a un referéndum a la ciudadanía. 

A no ser que intervenga el presidente de la nación y proponga un texto alternativo votado por el Congreso en sesión conjunta de Asamblea y Senado, en cuyo caso no es necesario el referéndum de la ciudadanía, sino que sólo se requeriría las tres quintas partes de los integrantes de las dos cámaras del Parlamento para reformar la Constitución. 

Pues bien, es exactamente lo que anunció recientemente el presidente de Francia, Emmanuel Macron: que su Gobierno presentará un proyecto de ley para incluir el aborto en la Constitución, con estas palabras: “Quiero que la fuerza de este mensaje nos ayude a cambiar nuestra Constitución para grabar la libertad de las mujeres a recurrir a la interrupción voluntaria del embarazo”.

Es decir, que Macron —que en enero de 2022 ya se mostró partidario de incluir el aborto como un supuesto derecho humano en el seno de la UE— quiere evitar el referéndum y que no sean los franceses los que se pronuncien sobre ello. Solo los políticos. 

Así las cosas, Francia profundiza cada vez más en la cultura de la muerte. Algo que ya denunció en su día el médico genetista francés Jerome Lejeune, descubridor del origen genético del síndrome de Down, cuando se aprobó en su país la primera ley del aborto, en 1975: “No se trata de nuestra derrota, sino de la derrota de los niños de Francia”. Ya que “la calidad de una civilización se mide por el respeto que manifiesta a los más débiles de sus miembros”.