Ante la prepotencia independiente catalana, Manuel Marchena se hizo grato a muchos: dirigió el juicio del procés con autoridad y elegancia, partes iguales. Y la sentencia fue adecuada, no dura, porque se trataba de dejar claro que lo que habían hecho los separatistas resultaba inadmisible, ilegal y chulesco. Un verdadero golpe de estado jurídico. 

No sirvió de nada, claro, porque luego vinieron los indultos de Sánchez y la amnistía del Sanchismo, que invalidaron la sentencia.

Pues bien, ahora, Marchena, ya retirado, escribe libros y habla de lo que hasta el momento no había hablado. Así, ha decidido decir lo que piensa y se ha iniciado lanzando una súplica: "Una sociedad debe confiar en sus jueces". Pues bien yo creo que no: ¿por qué había de confiar si no se está de acuerdo con su contenido? 

Basta con acatar las sentencias. Otra cosa es que los ministros o los diputados se arremetan contra el juez cuando no les gusta una sentencia: eso no hace bonito.

Pero no mitifiquemos a los jueces. Incluso podemos dudar de su rectitud de intención, pero lo que no podemos es acusarles, sin pruebas, de prevaricación. Pero, ¿confiar en los jueces por el hecho de ser jueces? Eso no me lo puede pedir nadie. Antes debo confiar en mi conciencia y en mi discernimiento. ¿Acaso no comprenden que no puede confiarse de hombres que, aplicando la misma norma a los mismos hechos, unos concluyen blanco y los otros negros... y de continuo? Pide usted demasiado, Don Manuel.