A Benedicto XVI
 
Cómo se turba el alma
en la muerte de un amigo,
aunque sepa que esa muerte,
es el final de éste camino,
y el principio de la Vida
que no tiene fin, ni camino.
Y vemos en lo que quedamos,
pura piel y puro hueso,
en cenizas o polvo transformado.
 
Las riquezas que añoramos
de este mundo bello e ingrato;
el poder que ambicionamos,
el éxito, las envidias, los halagos;
la inmortalidad, de esta vida,
que con soberbia perseguimos,
en ruinas, restos, ha terminado.
 
Solo la humildad reconoce
que Él, que nos creó,
inmortales nos hizo,
para vivir la Vida
que debíamos haber vivido;
y que el caminar por ésta,
es el camino,
para alcanzar a vivir,
aquella Vida que perdimos.
 
Y en la muerte de un amigo,
cuando con certeza sabemos,
que ya se ha ido,
con el gran Amigo;
el dolor se convierte
en alegría,
para terminar de recorrer
éste camino,
y volvernos  a encontrar
con ese amigo,
y a quienes en este mundo,
quisimos.