Sr. Director:

Una característica común entre gran parte de políticos profesionales de la izquierda más progresista es su similar procedencia social; pero no precisamente humilde, sino de familias de economía muy por encima de la media. Basta con indagar un poco sobre la dedicación de sus padres, los colegios donde estudiaron, dónde veraneaban, etcétera, para comprobarlo. Esta circunstancia, que en principio nos induciría a valorarles más positivamente, pues significaría una extrema generosidad en sus demandas sociales que incluso irían contra sus propios intereses y sus privilegiadas procedencias, sin embargo se viene abajo y se les descubre el cartón del engaño, cuando constatamos que, tras sus «sacrificados» pasos por la política, ninguno queda en peor situación económica y social que antes.

Y es que en realidad, y pese a sus incendiarios discursos sociales, con la política sólo perseguían conservar el elevado estatus del que siempre gozaron, pero sin pegar palo al agua, o incluso mejorarlo aún más. En este engaño se les parecen demasiado los faranduleros y demás «artistas abajofirmantes» de esos manifiestos progres cuyo principal motivo para la firma (salvo algunas extrañas excepciones), es algo tan prosaico como el temor a perder el nivelazo de vida que gozan gracias a generosas subvenciones públicas, pero que nos venden como un acto en defensa de la sacrosanta libertad y el sacrosanto progreso... de ellos; por supuesto.