El miércoles por la tarde, como muchos lectores sabrán, se presentó en Madrid la Sociedad Civil Española, una unión de más de cien asociaciones, proponiendo un proyecto de “regeneración nacional” y apelando a la movilización cívica y a la generosidad de PP y Vox para lograr una España mejor.

Cuando leí lo de “Las diez medidas esenciales para reconstruir España”, no pude por menos que pensar: “sí, todo esto está muy bien, y qué buena voluntad se observa en todo el planteamiento, pero como plantean un programa de mínimos, hay muchas cosas que lógicamente se les han quedado en el tintero. Y es que la batalla que hay que plantear no sólo es política, jurídica y cultural sino que éstas tienen que estar fundamentadas en una necesarísima batalla moral y espiritual.

Por un lado, es muy necesario explicitar con rotundidad que el derecho a la vida es el fundamento de los demás derechos y, por tanto, es el fundamento de la democracia, la justicia y la paz. Por lo que, si de verdad se quiere una regeneración, lo primero es suprimir las leyes del aborto y de la eutanasia, y poner todos los medios para ir revirtiendo ese negocio diabólico de la muerte, que ha devenido en el mayor genocidio de la historia, y promover una verdadera cultura de la vida. Y eso quizás habría que haberlo plasmado brevemente en el documento.

Y, junto al deber de respetar la vida humana desde el momento de la concepción hasta la muerte natural, otra gran tarea que hay que acometer es la de restituir, de todas las maneras posibles, el respeto y el amor por la verdad. Desde un punto de vista meramente humano, y sin necesidad de que citemos a tantísimos autores que han expresado que sin verdad no puede haber ni siquiera una convivencia social medianamente armónica, cabe afirmar que la sustitución de la verdad por “el relato” es una añagaza diabólica tan corrosiva que ha posibilitado el paso de la dictadura del relativismo a la blasfemia contra el Espíritu Santo.

No obstante, creo que es bueno recordar ese pasaje de Los viajes de Gulliver en el que el joven protagonista se extraña sobremanera de que el rey de esa isla a la que había llegado condene, con una pena mínima, a un súbdito que había cometido un robo y con pena de muerte a otro que había mentido. El rey hizo recapacitar a Gulliver y este entendió que era lógico que se penara más el robo del alma que supone la mentira, que el robo de algo material.

El derecho a la vida es el fundamento de los demás derechos y, por tanto, es el fundamento de la democracia, la justicia y la paz

Por eso, lo más grave e indignante del espectáculo de la corrupción al que estamos asistiendo atónitos, no es la enorme cantidad de dinero que nos han robado a todos, ni el uso libidinoso y estrambótico que se ha hecho de una parte de él, sino las mentiras flagrantes e increíbles de sus protagonistas, en especial del director de escena.

Y más grave e inexplicable aún es que la mentira quede impune. No digo que haya que ajusticiar al mentiroso, aunque sea compulsivo. Eso lo dejamos para la Justicia Divina que, según San Pablo, será implacable con ellos, pues no entrarán en el reino de los Cielos. Pero que se siga votando a alguien que ha mentido de todas las formas posibles, con gravísimas consecuencias sociales, es algo que revela la profunda degradación espiritual y moral de una gran parte de la población española. Decía Sir Charles Ponsonby que no le admiraba tanto la capacidad de mentir que tenían algunos políticos como la capacidad de creerse las mentiras que tenía la mayoría de la población. Y yo, a través de la investigación de la desinformación y la manipulación mediática, he logrado comprender ese hecho. Pero lo que no comprenderé nunca es que, reconociendo las mentiras de los mentirosos, se le vuelva a otorgar a éstos la confianza y el mando.

A la afirmación certera de Julián Marías acerca de que lo más grave que había ocurrido en el siglo XX en España era la aceptación social del aborto, hay que añadirle ahora la aceptación social de la mentira en el principio del siglo XXI. Y ambas aberraciones, junto con otras de menor calado, han sido posibles por el olvido de Dios y de Su Ley por una gran parte de la población. Recuerdo como si fuera ayer la gran acogida que tuvieron en nuestro país las palabras fuertes, impresionantes, de san Juan Pablo II en aquella primera Misa de su largo Pontificado: “¡No tengáis miedo: Abrid, de par en par, las puertas a Cristo!”. En aquel momento, España era aún un país católico, como lo había sido desde siempre, pues el ser católico es su identidad espiritual, cultural y moral, y lo que explica el sentido y las maravillosas realizaciones de su impresionante historia, como puede reconocer cualquier persona honrada intelectualmente.

Si queremos que España vuelva a ser España, y los españoles nos salvemos, la única solución es que volvamos a Cristo

Pero tras varias décadas de aquello, poco a poco, en España hemos hecho lo contrario: ir cerrando las puertas a Cristo de muchos corazones, profesiones, instituciones… E ir abriéndolas a las ideologías y religiones anticristianas y antihumanas. Por lo que, si queremos que España vuelva a ser España, y los españoles nos salvemos, la única solución es que volvamos a Cristo, por abrirle de nuevo las puertas de nuestros corazones y de nuestras palabras y obras en todos los ámbitos de la actividad humana que realicemos, incluido el político.

Es decir, que hay que dar la batalla espiritual. Cómo realizarla, depende de nuestro amor, que, como dice Dante en el último verso de la Divina Comedia, es “lo que mueve el sol y las otras estrellas”.