Sr. Director:

Está de moda decir, hoy en día, por parte de las gentes ignorantes que la creencia en un mundo sobrenatural es propia de mentes primitivas y de muy limitados cono-cimientos. Se quiere hacer ver al hombre masa, que la creencia en un Dios creador y mantenedor del Universo, es propia de personas alejadas de la ciencia y de muy escasa formación. Se moteja a la religión, ante el pueblo llano, de ser un tipo de conocimiento proveniente de cosmovisiones mítico-mágicas, que no tiene cabida en la mente del hombre contemporáneo ya que sus contenidos no pasan de ser pura superchería. Y todos estos mensajes los lanzan sujetos, cuyos conocimientos de lo que sea la ciencia y de lo que pueda ser la religión, o bien son inexistentes, o en todo caso, son extremadamente  raquíticos. Tal y como dice Guy Consolagno, astrónomo estadounidense director del observatorio Vaticano “Es curioso, la gente qué piensa que hay contradicción entre la ciencia y la religión, generalmente  no  saben  qué  es la ciencia, o  no saben que es la religión, o ambas”.

Si no fuera así, no enfrentarían a la ciencia y a la religión, pues ambas configuran disciplinas con diferentes campos de estudio. Si la ciencia tiene como objetivo en su actuar descubrir cómo” funciona la materia; por el contrario la religión tiende su labor hacia el encuentro del sentido, del fin o del propósito que la misma pueda poseer. Si la ciencia nos muestra, mediante sus hallazgos, las leyes a las que la materia está sujeta; la religión nos ofrece los valores, los principios y los ideales que, de la creación llevada a término por el Todopoderoso, se desprenden.

Tal y como pone de manifiesto Max Born, premio Nobel de Física en 1954 “Solo la gente boba (versus gilipollas) puede decir que el estudio de la ciencia conduce al ateísmo”. Pues tal como dijera Einstein “Es posible que todo pueda ser descrito científicamente, pero no tendría sentido, es como si describieran una sinfonía de Beethoven como una variación en las presiones de onda. ¿Cómo describirían un beso, o él “te quiero” de un niño?”.

Desde la tarima que su ignorancia les presta predican el ateísmo, y con el ímpetu que sus intereses les otorgan, quieren atraer a sus interlocutores y escuchas hacia su creencia. Sí. Hacia su creencia atea, pues de creencia ha de ser calificada la fe de un ateo. Ambas son creencias, tanto la de aquel que cree en la existencia de Dios, como la de aquel otro que cree que Dios no existe. Los dos tienen una fe, aunque estas sean antagónicas.  

En los tiempos que corremos la “iglesia, mezquita o sinagoga atea” es la que más recursos invierte en su misión catequizadora, y más obsesivamente anda buscando nuevos prosélitos que acepten su doctrina.

Algunos amigos míos son ateos. Todos se duelen y se angustian por el vacío que les invade ante la carencia de una fe religiosa, y del basamento existencial que esta ofrece al hombre que tiene la dicha de poseerla. Lo cual es lógico, pues como dice  Abdus Salam, Premio Nobel de física el año 1997 “Todo ser humano necesita la religión…este sentimiento, como Jung argumenta con firmeza, es uno de los impulsos principales de la humanidad”. Insistiendo, como no podía ser menos, en la misma línea,  May Rollo, el pionero de la psicología y psicoterapia existencial en América: “Me ha causado alarma el hecho de que, prácticamente todo ateo genuino con quien he tratado ha exhibido inequívocas tendencias neuróticas”.

No me refiero a la persona atea que, en su íntima soledad, se lamenta ante la nada que le espera, y se angustia ante el sinsentido de su existencia. Me refiero, cuando hablo de la “iglesia, mezquita o sinagoga atea” al lobby internacional que persigue la expansión globalizadora de sus creencias y de su fe. Lobby que actúa en total coherencia con aquellas palabras de Michel de Montaigne: “Para un ateo, todos los escritos tienden hacia el ateísmo, el ateo infecta la idea más inocente con su propio veneno”.

Y para no dilatar más estas líneas, abusando  de  la  gentil  paciencia del lector, pasamos  a enumerar los objetivos, que  nos   han  llevado  a escribir el presente articulito:

1º.- Recordar a quien lo leyere que “no hay que caer en la falsa idea de que no puedes ser una persona inteligente, y creer en la existencia de Dios…el ateísmo es el verdadero engaño”. Tal como nos dice John Lennox, el gran matemático profesor en la Universidad de Oxford.

2º.- Intensificar en la mente de quien lo leyere la convicción de que la creencia o fe atea no tiene apoyatura científica alguna según manifestó Einstein, y que por el contario tal como afirmaba Werner Arber, Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1978, “el Génesis es científicamente consistente”.

3º.- Ampliar el repertorio de respuestas con las que quien lo leyere, y muy especialmente si éste es un joven,  pueda contestar a quien le diga que la ciencia y la religión se oponen; pues tal y como decía William Henry Bragg, Premio Nobel de Física en 1915: La ciencia y la religión se oponen entre sí. Se oponen de igual forma que mi dedo pulgar se opone al resto de los dedos de mi mano, Es una oposición, por la cual cualquier cosa se puede agarrar”.

4º.- Evocar a quien lo leyere, y especialmente si es un joven, una serie de opiniones de  diferentes personas, investigadoras de altísimo nivel, sobre aquellos que profesan la fe atea. Como por ejemplo aquella de Christian B. Anfinsen, Premio Nobel de Química en 1972, el cual comenta: “Creo que solo un idiota (versus gilipollas) puede ser ateo. Debemos reconocer que existe un poder incomprensible o fuerza con la previsión y conocimiento ilimitado que inició el universo entero por primera vez”.

5º.- Fortalecer en el lector el convencimiento de que, en el estado de desarrollo en el cual se encuentra hoy día la ciencia, la creencia en un  Dios creador y mantenedor del universo, puede decirse, sin pudor alguno, tiene  viso de certeza, pues tal como dice, el que durante 80 años fuera el patriarca de los ateos eruditos del mundo, Anthony Flew, para luego convertirse: Dios es el mayor descubrimiento de la ciencia moderna”.