Entre la niebla vaporosa de la información internetera, yo había entendido que el musical Malinche, de Nacho Cano, era un puente tendido hacia el insoportable indigenismo americano, una especie de pacto trasatlántico, algo así como "tampoco fuimos tan malos, tampoco fuisteis tan malos... así que apliquemos el derecho al olvido a través de la búsqueda de un culpable: los curas". 

Opción que nunca me ha resultado especialmente satisfactoria. A fin de cuentas, Hernán Cortés no fue el genocida de México, como asegura la lengua viperina de López Obrador, sino que fue el libertador de México de los salvajes imperios indígenas allí imperantes. Y la prueba del nueve es que los cuatro gatos que rodeaban al extremeño nunca hubieran podido vencer a Moctezuma y compañía, si los propios indios, hartos del salvaje depredador, no hubieran apoyado y secundado a Cortés.

Melinche se ha pre-estrenado en Madrid el pasado miércoles 14. Como me comentaba uno de los asistentes, que en el descanso se despidió a la francesa, la obra le ofendió por tres vías: como católico, como español y como melómano.

Según Nacho Cano, la llegada de los españoles a México no resultó una liberación de los habitantes primitivos del infame imperio azteca, sino una operación clerico-comercial, una impostura usurera, narrada con una metáfora de subido lirismo: el sonido de una máquina registradora. Es decir, un vulgar libelo anticristiano, eso sí, con un cura contable e hipócrita al frente. Mosén cutre compinchado con el Gobernador de Cuba para esquilmar a los pobres mexicanos. Evangelizar es esto para el Malinche de Nacho Cano: hacer caja. 

Eso sí, para expresar todas estas profundas y originalísimas ideas, el amigo Cano exhibe la vulgaridad más deprimente. 

Insisto: hay espectáculos que hieren la conciencia y otros que simplemente revuelven el estomago. Solo algunos consiguen ambos efectos. Malinche pertenece a estos últimos.  

Los españoles no necesitamos que británicos y holandeses insistan en la leyenda negra, ya se encarga don Nacho Cano de torrarnos con ella, en casa y pagando por ser insultados. País de idiotas...