No han sido pocos los comentarios que he recibido acerca del comportamiento heroico durante la Guerra Civil de los Hermanos de San Juan de Dios, de los que escribí el domingo pasado; sin duda que, sin una gracia especial de Dios, aceptar el martirio no hubiera sido posible, pero tan cierto como esto es que, antes del martirio, la vida espiritual de estos hombres era extraordinariamente santa y ejemplar. Y por eso hoy quiero contar cómo se construyó esa historia, que empezó en 1876 el padre San Benito Menni (1841-1914), restaurador de la Orden de las Hermanos de San Juan de Dios en España.

En 1876 los Hermanos de San Juan de Dios solo tenían una casa abierta en España, que se encontraba en Barcelona, donde atendían a niños desvalidos. Fuera de la Ciudad Condal había Hermanos de San Juan de Dios atendiendo a los heridos en la Guerra Carlista, que había estallado en 1872, y que duró cuatro años. Así es que concluida la atención en los frentes de guerra, el padre Menni llegó a Madrid el 30 de mayo de 1876 con cuatro hermanos y otros cuatro aspirantes. Sin recursos económicos, pudieron vivir gracias al trabajo de algunos de ellos como zapateros, oficio en el que eran expertos.

Pero la idea del padre Menni era construir en los alrededores de Madrid un hospital para atender a enfermos mentales. Con este objetivo, el último día del año de 1876 los Hermanos de San Juan Dios se instalaron en una finca de Ciempozuelos, que gracias a la providencia divina y a la caridad de algunos benefactores había comprado el padre Menni. Y el 13 de mayo de 1877 llegó el primer paciente, un hombre de Ciempozuelos que se llamaba Juan López Panadero. El padre Menni puso el hospital bajo el patrocinio de San José.

Menni

El padre San Benito Menni, restaurador de la Orden de las Hermanos de San Juan de Dios en España

La iniciativa del padre Menni tuvo un desarrollo impresionante. En vísperas de la Guerra Civil, su hospital de San José había crecido hasta ocupar una extensión de sesenta hectáreas, donde se habían construido dieciséis pabellones, talleres de herrería, carpintería, zapatería y lampistería, horno y panadería, establos y granjas de aves y conejos y, además, tenía campos de cultivo. Todo para poder atender a más de mil cien enfermos y proporcionar ocupación a los internos durante su permanencia en el hospital. Este tratamiento de los enfermos mentales rompía frontalmente con lo que se hacía tradicionalmente con los que se les llamaba “locos de atar”, pues la sociedad tendía a desprenderse de ellos y hasta se les encerraba en condiciones inhumanas, de acuerdo con el aforismo popular: “el loco con la pena es cuerdo”. Vigilados y atendidos, los enfermos mentales circulaban libremente por las instalaciones de los Hermanos de San Juan de Dios.

Por su condición había tres tipos de pacientes: unos pocos eran particulares, la mayoría estaban acogidos a la beneficencia, mediante contratos firmados por las diputaciones provinciales, y el tercer grupo eran militares, gracias a un contrato entre el Gobierno y los Hermanos de San Juan de Dios, acuerdo que el 29 de junio de 1933 ratificó Manuel Azaña (1880-1949), como ministro de la Guerra y presidente del Consejo de Ministros.

En 1876 los Hermanos de San Juan de Dios solo tenían una casa abierta en España, que se encontraba en Barcelona, donde atendían a niños desvalidos

En 1936, el hospital contaba con un equipo de dieciséis doctores especializados, a cuya disposición se pusieron los aparatos clínicos más modernos de rayos X, lámparas de cuarzo, odontología, oftalmología, etc. Por otra parte, en ese año, el hospital tenía más de ciento veinte personas de Ciempozuelos empleadas en tareas tales como enfermeros, cocineros, hortelanos y personal de limpieza, lo que sin duda contribuía al bienestar de esa localidad, que en buena parte empezó a vivir a la sombra del hospital de San José.

Sin embargo, lo más importante de aquella iniciativa del padre Menni no era la jaula, sino los pájaros, porque el alma del hospital de San José era la comunidad de los Hermanos de San Juan de Dios, que en 1936 ascendía a 82 religiosos. Había llegado tal cantidad de vocaciones que la comunidad de Ciempozuelos tenía una vitalidad impresionante, hasta el punto de que la mitad de sus componentes eran profesos y la otra mitad novicios y postulantes. Del prior de esta comunidad, el padre Guillermo Llop, ya hablé en el artículo del domingo pasado, del que comenté que se entrevistó con el dirigente socialista Fernando de los Ríos (1879-1949), que murió mártir y que ya está beatificado.

De la comunidad de Ciempozuelos fueron asesinados 34 religiosos en distintas fechas y lugares; entre los mártires había sacerdotes y superiores, profesos solemnes, profesos temporales, novicios, donados, perseverantes y postulantes. La mayor parte de la comunidad, hasta un total de 54 religiosos, fueron llevados al colegio de San Antón de los Escolapios de Madrid, en la calle Hortaleza, transformado en cárcel.

La iniciativa del padre Menni tuvo un desarrollo impresionante. En vísperas de la Guerra Civil, su hospital de San José había crecido hasta ocupar una extensión de sesenta hectáreas

Desde la cárcel de San Antón partieron buena parte de las sacas de presos, que fueron asesinados en Paracuellos del Jarama. Veintidós Hermanos de San Juan de Dios murieron mártires en Paracuellos del Jarama, a donde les llevaron en tres expediciones: la primera saca partió de la cárcel de San Antón a las 5 de la madrugada el 28 de noviembre de 1936 y en ella fueron incluidos cinco religiosos de esta Orden, ese mismo día a las diez de la mañana salió una segunda saca, donde iban otros once Hermanos de San Juan de Dios; los presos iban atados fuertemente de dos en dos con cuerda de bramante, que a muchos le provocaron heridas; en esta saca incluyeron al prior, el padre Guillermo Llop, al que ataron junto con Pedro Muñoz Seca (1879-1936). Y dos días después, a las tres de la mañana, en una tercera saca llevaron a otros seis religiosos, que completaron el número de los 22 mártires de Paracuellos de Jarama.

Ahora bien, ¿cuál es la razón última por la que acudieron tantos hombres a secundar la iniciativa del padre Menni como Hermanos de San Juan de Dios? ¿Por qué fueron a la muerte como fueron? Sin duda, era su vocación vivida con extraordinaria fidelidad la que daba sentido a sus vidas. Fray Octavio Marcos, que ha contado como nadie la persecución que sufrió su Orden durante la Guerra Civil, define esa vocación con las siguientes palabras:

“Resalta la vocación hospitalaria de los hijos de San Juan de Dios, entre cuyos servicios de caridad ocupa un lugar muy distinguido la asistencia a los pobres dementes. Misión altamente heroica y nobilísima, cuanto que en ella no toma parte sino la caridad evangélica. Nada de atractivo humano; ni el mismo reconocimiento agradecido de las personas favorecidas pueden ser el resorte que hagan siervos de estos pobres a un religioso joven, a quien quizá el mundo sonríe con halagadoras promesas. Es Jesucristo, con su misericordia y bondad, derramada en pro de los hombres enfermos, con sus palabras sacramentales, ‘cuanto hacéis a los pobres, Yo lo recibo’, la fuerza viva que lleva al humilde hijo de San Juan de Dios a hacer inmolación de su vida, de sus fuerzas, de sus afanes, en favor de los miserables, y de estos doblemente desgraciados, los dementes, sin otra esperanza de recompensa que la prometida por Jesucristo, la vida eterna”.

Veintidós Hermanos de San Juan de Dios murieron mártires en Paracuellos del Jarama, a donde les llevaron en tres expediciones

Con esta actitud se entiende que los Hermanos de San Juan de Dios no solo aceptasen el martirio, sino que lo deseasen porque, al fin y al cabo, llenos de Dios y si solo se vive de cara a la vida eterna, pues cuanto antes y por el camino directo del martirio, mejor… Son muchos los ejemplos elocuentes de este modo de vida, pero como muestra lo siguiente. En 1885 España se vio afectada por la última epidemia de cólera del siglo XIX. Padecieron esta enfermedad 340.000 personas de las que fallecieron 120.254. El padre Menni, movido por la caridad, comunicó a los hermanos que quería enviar a algunos a distintos puntos de España para atender a los enfermos afectados por el cólera. Todos se ofrecieron voluntarios. Y antes de partir, a los que había designado, les dirigió estas palabras:

-“Hijos míos, bien sabéis a qué os mando; os mando a morir ¿Os sentís con ánimo? ¿Estáis resueltos a dar la vida por salvar a los apestados?”

A lo que todos respondieron con un sí rotundo, menos el hermano Lucas, que tenía veinte años, pues en lugar de decir que “sí”, gritó: “Ojalá”. Y se cumplieron sus deseos: el 19 de agosto de 1885 el hermano Lucas, víctima de la epidemia, falleció en la localidad de Santa Eulalia (Teruel). Y además del hermano Lucas, por contagio del cólera murieron el hermano Francisco Sáez en Granada y fray Casimiro López en Yunquera (Málaga).

El padre Menni, movido por la caridad, comunicó a los hermanos que quería enviar a algunos a distintos puntos de España para atender a los enfermos afectados por el cólera. Todos se ofrecieron voluntarios

Esta misma actitud ante la muerte fue la que tuvo el prior, el padre Guillermo Llop, con quien se ensañaron especialmente los milicianos, durante su permanencia en la cárcel de San Antón, porque entre otras cosas le acusaban de haber embaucado a tantos jóvenes. En dos ocasiones, bajo amenazas de muerte, intentaron que blasfemara sin conseguirlo. Un día después de cenar, mientras los presos limpiaban sus escudillas, se le acercaron sus carceleros y le dijeron:

-“Eh, tu, frailón; ven acá…, -y colocándole de cara a la pared, prosiguieron- a ver si eres tan valiente y dices… (una blasfemia)”. -A lo que el padre Llop contestó:

-“Es inútil que se empeñen ustedes; si han de resolver algo, háganlo pronto, pues otra cosa no conseguirán”.

-“Pues te pegamos dos tiros…”

-“Como si quieren darme ciento, es lo mismo”.

La firmeza de la fe de los Hermanos de San Juan de Dios en tiempos de paz y en la guerra, en libertad y en la cárcel, se basaba en una intensa vida piedad, que les mantenía en presencia de Dios durante todo el día, no solo en el tiempo que estaban en la capilla, sino también mientras cuidaban a los enfermos.

Vivieron las prácticas de piedad establecidas por su regla sin descuidar ni una de ellas, incluso en condiciones tan difíciles como las que tuvieron en la cárcel de San Antón. Durante los días de prisión se despertaban de madrugada e incorporándose sobre el jergón rezaban las primeras oraciones y hacían su acostumbrada hora de oración. Los puntos de meditación se los daba el padre Juan Jesús por la noche. Los exámenes de conciencia, el de mediodía y el de la noche, los hacían mientras se repartía el rancho. El Rosario lo rezaba cada uno por su cuenta y la mayoría rezaba los quince misterios de Rosario, entonces establecidos. El día de retiro mensual se hacía paseando en grupos de tres, trasmitiéndose unos a otros los grupos de meditación. Y recibían la confesión sacramental, sentados o paseando, y en cualquier lugar. Y todo a sabiendas de que si les veían los carceleros, tendrían graves consecuencias.

El hermano Francisco Huertas fue sorprendido con una estampa de la Virgen rezando el Rosario, por lo que fue encerrado durante un día en el calabozo. Y al día siguiente cuando le sacaron, les dijo a los demás muy jovial:

-“Me llevaron por rezar un rosario, y allí he estado muy bien, pues he rezado catorce”.

Y si así vivieron en la cárcel, puede suponerse cómo era su vida de piedad mientras estuvieron en el hospital de Ciempozuelos. Cuando se agravó la situación contra la religión, desde las elecciones de febrero de 1936, se incrementaron las prácticas de piedad. Los superiores establecieron las “horas santas”, de modo que cada uno permanecía durante sesenta minutos adorando a Jesús-Eucaristía. A esto se añadió la hora perpetua del Corazón de Jesús, que tenía por objeto permanecer una hora de unión eucarística con el Corazón de Jesús, en la capilla o fuera de ella; esas horas se distribuían de tal manera que no hubiera ningún tiempo en el que aquella comunidad dejara de estar unida al Corazón de Jesús. Para aumentar la devoción a la Pasión del Señor, los superiores adquirieron una imagen artística de Jesús Crucificado de gran tamaño en los talleres de Granda, que se colocó cerca del confesonario, de tal modo, que de rodillas se le podían besar las llagas de los pies. La devoción a la Virgen también creció y desde que se conoció la formación del Frente Popular, comenzó a practicarse el ejercicio de la Virgen de Nuestra Señora de los Dolores, ante una imagen de esta advocación que tenían en la iglesia…

Y podría contar muchas más cosas, pero ya son suficientes para invitarles, queridos lectores, a hacer una deducción que a mí se ocurre: si esta comunidad de Hermanos de San Juan de Dios, con una vida de piedad tan rica y profunda, tenía tantas vocaciones que se le salían por las ventanas, pienso yo si no habrá alguna relación entre el abandono de la vida de piedad y que ahora las jaulas de tantas instituciones religiosas estén tan vacías y muchas hasta sin pájaros.

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá