Inmensa fue la contribución de mártires por parte de los Hermanos de San Juan de Dios en la persecución religiosa que los socialistas, los comunistas y los anarquistas, alentados por los masones, llevaron a cabo durante la Guerra Civil de España en 1936-1939. Las víctimas inmoladas, casi un centenar de hermanos, supera el 20% de los religiosos de esta Congregación en España. Por otra parte, como veremos, esta masacre cogió por sorpresa a muchos, incluidos a los propios Hermanos de San Juan de Dios, porque habían sido respetados en otras ocasiones en las que se había desatado en España el odio contra la fe.
Durante la Segunda República los Hermanos de San Juan de Dios de la Congregación de España y América se encontraban en plena expansión. En números redondos eran unos cuatrocientos religiosos, que tenían en sus establecimientos 6.000 camas. Todas sus comunidades estaban repartidas en España en tres provincias religiosas: Nuestra Señora de la Paz en Andalucía, San Rafael en Aragón y San Juan de Dios en Castilla; y gracias al aumento de los novicios, en 1935 se iniciaron las obras de nuevas fundaciones en Córdoba, Talavera de la Reina, Pamplona y Vigo.
Además de la asistencia sanitaria en general de sus asilos-hospitales de niños como el de San Rafael de Madrid, había centros especializados; por poner algunos ejemplos: en el pueblo de Ciempozuelos de Madrid atendían a niños con enfermedades mentales, en Sevilla acogían a los ancianos, en Jerez de la Frontera cuidaban de niños inválidos, en Santurce se hacían cargo de niños lisiados, en Granada daban cobijo a niños huérfanos y en Carabanchel Alto (Madrid) tenían un hospital para epilépticos.
Cuando los incendiarios se aproximaron al asilo-hospital de los Hermanos de San Juan de Dios de Barcelona, el superior les esperó a la puerta del establecimiento, rodeado de niños cojos, ciegos y lisiados. A la vista de ese cuadro, los revolucionarios desistieron en su intento y en los días siguientes la sociedad barcelonesa se volcó en donativos y regalos para los niños
Por su labor caritativa, tenían todo el reconocimiento de la sociedad española y nunca habían sufrido el azote de la persecución religiosa. La última semana de junio de 1909, una protesta en Barcelona contra el proyecto del Gobierno de Antonio Maura (1853-1925) para enviar reservistas a la guerra de Melilla mutó en persecución contra la Iglesia y en la Ciudad Condal se quemaron unos ochenta edificios religiosos: colegios, iglesias y conventos. Estos acontecimientos son conocidos como La Semana Trágica de Barcelona.
Cuando los incendiarios se aproximaron al asilo-hospital de los Hermanos de San Juan de Dios de Barcelona, el superior los esperó a la puerta del establecimiento, rodeado de niños cojos, ciegos y lisiados. A la vista de ese cuadro, los revolucionarios desistieron en su intento y en los días siguientes la sociedad barcelonesa se volcó en donativos y regalos para los niños.
Por su parte, el socialista Fernando de los Ríos, ministro de Justicia y portavoz del PSOE en el proyecto de Constitución de la Segunda República Española, en un debate parlamentario, el 8 de octubre de 1931, defendió a las Hijas de San Vicente de Paúl y a los Hermanos de San Juan de Dios; esto es lo que se puede leer en la página 1527 del Diario de Sesiones del Congreso de la legislatura 1931-1933:
“La Cámara tiene que discernir dentro de esa aparente unidad de Órdenes y Congregaciones religiosas. ¡No olvidad -y lo digo por vía de ejemplo- que dentro de ellas están lo mismo las Hermanas de la Caridad que los Hermanos de San Juan de Dios, y que ante ellos toda discrepancia dogmática desaparece, para no ver sino un testimonio de la abnegación de que es capaz un alma enfervorizada . . . (Grandes aplausos y aclamaciones en casi todos los lados de la Cámara. Los Sres. De la Villa y Pérez Madrigal interrumpen, motivando protestas de gran número de Sres. Diputados). Digo, señores, que necesitamos discernir, porque ante ejemplos de esta naturaleza, el problema dogmático desaparece, para no quedar sino el común divisor humano y el reconocimiento de aquello de que es capaz un alma ferviente, por una idea de abnegación y el valor de las promesas escatológicas”.
Ante esta intervención, se entiende que Guillermo Llop (1880-1936), superior de los Hermanos de San Juan de Dios, que residía en Ciempozuelos, acudiera en persona a dar las gracias a Fernando de los Ríos por sus palabras. Ahora bien, si por lo que toca a Guillermo Llop hay que decir que “es de bien nacidos ser agradecidos”, por lo que a mí me corresponde, como historiador fiel al principio de que “las cosas son lo que son”, tengo que afirmar que Fernando de los Ríos al “excluir y separar” a las Hermanas de la Caridad y a los Hermanos de San Juan de Dios del resto de las comunidades de religiosas españolas, alimentaba el odio contra las órdenes que “solo” rezaban y no realizaban tareas asistenciales del gusto de Fernando de los Ríos. En consecuencia, cuando se desató la persecución religiosa por odio a la fe, en los asesinos primó lo religioso sobre lo asistencial y, entonces, no hubo excepciones.
Asesinados los hermanos de San Juan de Dios, el hospital siguió funcionando bajo la dirección de los hombres del Frente Popular. Se prodigaron los actos de rapiña y profanación. El hospital, que estaba bajo el patrocinio de San José, tenía una imagen suya en el frontispicio del pabellón principal. Cierto día los milicianos ataron una soga a la imagen y tiraron de ella para derribarla, sin conseguirlo
El hermano de San Juan de Dios, Guillermo Llop, el que había visitado a Fernado de los Ríos para darle las gracias, hoy es beato por haber padecido el martirio en Paracuellos de Jarama el 28 de noviembre de 1936 y las Hermanas de la Caridad son las religiosas que más mártires tuvieron de todas las congregaciones femeninas en la Guerra Civil, 30 de un total de 296 religiosas asesinadas. Y ante estos crímenes en los que participó el PSOE, yo no conozco ninguna protesta de Fernando de los Ríos; y bien que me gustaría tener que rectificar y, por supuesto, que lo haré si alguien me presenta alguna prueba.
En la finca Las Piqueñas, a dos kilómetros de Carabanchel Alto, gracias a la generosidad del marqués de Vallejo, Diego Fernández Vallejo (1824-1901), se inauguró en 1899 un conjunto de edificios para atender a enfermos epilépticos, que en 1936 atendía una comunidad de doce Hermanos de San Juan de Dios. En esas instalaciones hasta 1934 tuvo esta Congregación su noviciado, pero a partir de ese año se trasladó el noviciado y su espacio lo ocupó una escolanía de cincuenta plazas. Los escolanos no atendían a los enfermos, pues solo dedicaban su tiempo a su formación, de la que eran responsables los hermanos Antonio Villanueva y José de Jesús Martínez.

Fotografía del marqués de Vallejo, retrato de Eusebio Juliá
Los primeros días de la guerra los Hermanos de San Juan de Dios vivieron alarmados por las noticias que recibían de lo que estaba pasando fuera del recinto de Las Piqueñas, pero siguieron con su rutina de atención a sus enfermos y sus prácticas religiosas, confiando que, como en otras ocasiones, a ellos no les iba a pasar nada.
En 1936, Francisco Claudio Ruano era un electricista de 33 años, que vivía en la Calle Nueva de Carabanchel Alto y era conocido entre sus convecinos por el alias de “El Agapín”. Pertenecía al PSOE, y como alcalde de Carabanchel Alto se presentó en el hospital de los Hermanos de San Juan de Dios a media mañana del 29 de julio de 1936. Desde ese momento se interrumpió la calma, pues el alcalde venía con tres coches de milicianos armados.
El alcalde socialista justificaba su presencia porque, según decía Francisco Claudio Ruano, le habían llegado denuncias de que los Hermanos de San Juan de Dios escondían armas en el hospital, y que en consecuencia tenía que realizar un registro. Los religiosos, sin excepción, fueron sometidos a un interrogatorio y se registraron todas las dependencias del hospital. Lo de siempre, las armas escondidas y el paqueo como excusas para justificar sus crímenes… Así es que las armas, que no existían, naturalmente no aparecieron en el registro.
Antes de retirarse los milicianos, advirtieron a los religiosos que desde ese día quedaban prohibidos todo acto de culto y cualquier manifestación religiosa. En consecuencia, los Hermanos de San Juan de Dios, esa misma tarde, quitaron de la capilla todos los cuadros y las imágenes y los escondieron. A la vez, en el sótano de la ropería se instaló un altar portátil, que se camuflaba, después de celebrar la santa misa. Y en esta clandestinidad vivieron durante treinta días.
Un mes después, el 29 de agosto, volvió a aparecer el alcalde socialista, Francisco Claudio Ruano, rodeado de milicianos armados para comunicarles que iba a incautar toda la Fundación de Las Piqueñas. Pocos días después, el 1 de septiembre aparecieron en el hospital tres coches. En dos de ellos iban los milicianos armados y en el tercero, el más grande y con bancos transversales que estaba vacío, hicieron subir a toda la comunidad, con el pretexto de llevarlos a declarar a la Dirección de Seguridad.
En el mes de noviembre de 1936 las tropas nacionales llegaron a Leganés y Alcorcón, y se dispusieron a liberar la zona desde los Carabancheles hasta la Casa de Campo. Ante la acometida, los milicianos del Hospital, antes de huir, asesinaron a trece enfermos epilépticos
Cuando emprendió la marcha aquella caravana de la muerte en lugar de dirigirse a Madrid, enfiló hacía Boadilla del Monte y en el camino se le unieron otros coches. Este es el relato de lo que ocurrió al final:
“Llegados a un declive de terreno, formado por la madre de un arroyuelo, pararon e hicieron descender a todos. Al hacer el recuento, quisieron excluir al R. H. Cesáreo, anciano y enfermo, diciéndole que se buscara dónde vivir; pero él, decidido, contestó:
-Que no; que él iba donde los demás, y que quería seguir su suerte.
A pocos pasos de allí, al borde de una fosa, una serie de disparos acabó con la vida de los Hermanos, que fueron arrojados a aquella fosa, donde yacían los cadáveres de otros muchos, asesinados por los mismos delitos. Sus venturosas almas volaban al Cielo vestidas con la púrpura del martirio”.
Asesinados los hermanos de San Juan de Dios, el hospital siguió funcionando bajo la dirección de los hombres del Frente Popular. Se prodigaron los actos de rapiña y de profanación. El hospital, que estaba bajo el patrocinio de San José, tenía una imagen suya en el frontispicio del pabellón principal. Cierto día los milicianos ataron una soga a la imagen y tiraron de ella para derribarla, sin conseguirlo.
Pero todavía aquel hospital de los Hermanos de San Juan de Dios iba ser testigo de una de las escenas más crueles e inhumanas de toda la Guerra Civil. El superior de los Hermanos de San Juan de Dios, Ernesto Sanz Gorricho, el 16 de novimebre de 1944, le contó lo que había sucedido al fiscal de instrucción de la Causa General. Esta fue su declaración:
"Que como superior del Instituto-Asilo de San José manifiesta que en los primeros días de noviembre de 1936, al acercarse las tropas nacionales a Carabanchel, los rojos abandonaron el establecimiento que hasta entonces habían ocupado, pero antes de huir cometieron un bárbaro atropello a las leyes más elementales de Humanidad, disparando contra los enfermos epilépticos acogidos al asilo, y resultando muertos trece de estos infelices".
Estos son los nombres y la edad de los enfermos epilépticos asesinados:
Adolfo Matías Valero, 21 años.
Teófilo Jorge de la Fuente, 19 años.
Vicente Galdón Jiménez, 17 años.
Alejandro Moreno Alcobenda, 20 años.
Gaspar Martín Riquelme, 20 años.
Florentino Prieto Anievas, 18 años.
Manuel Pedraza García, 15 años.
Canuto Domínguez Alonso, 20 años.
Gregorio López Hernández, 23 años.
Ángel Carretero Gutiérrez, 26 años.
Jesús Cabrero Fernández, 29 años.
Bernardino Rodríguez Rodríguez, 25 años.
Félix Castro Mayoral, 46 años.
Los cadáveres de estos trece enfermos epilépticos fueron enterrados junto a la tapia del hospital. El 16 de noviembre de 1944 sus restos fueron trasladados al cementerio de Paracuellos del Jarama e inhumados en la llamada fosa del Pardo.
Por su parte, el alcalde socialista, Francisco Claudio Ruano cuando las tropas nacionales tomaron Carabanchel Alto, marchó a Madrid y se alistó en Aviación. Al acabar la guerra fue detenido y juzgado por un Consejo de Guerra el 27 de febrero de 1942. Fue condenado a muerte, pero se le conmutó por la pena inferior de 30 años de cárcel. Gracias a los indultos de Franco, tres años después de ser juzgado fue puesto en libertad. En mayo de 1945 Francisco Claudio Ruano, estableció su residencia en San Román de Cameros (Logroño).
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá










