El pasado martes, día 5 de octubre, publiqué en Hispanidad una carta destinada al obispo de Jaca, Julián Ruiz Martorell, en la que le comentaba lo ocurrido en la misa del domingo en una parroquia de su jurisdicción, exactamente en la de Nuestra Señora del Pilar de Canfranc-Estación. El sacerdote repartió la comunión a los feligreses en la mano tras empapar la Sagrada Forma en el cáliz.

Yo me negué a recibir la comunión de esa manera y como me pareció una barbaridad, en mi carta le pedía al obispo que tomara medidas para que eso no volviera a suceder y que las hiciera públicas para tranquilidad de los feligreses. En el momento que entrego este artículo para su edición, el obispo de Jaca no ha enviado respuesta alguna, ni al periódico Hispanidad, ni a mí personalmente. Desconozco, por lo tanto, si Julián Ruiz Martorell ha hecho algo para que no vuelva a suceder lo mismo que yo presencié.

En la carta a la que me he referido describía escuetamente lo sucedido, sin ningún comentario que lo situara en su contexto. Pero hoy creo oportuno que lo debo hacer, porque esa manera tan indigna con la que el sacerdote de Canfranc trató a Jesús Sacramentado no es un hecho aislado, sino una fase de un proceso desacralizador del Sacramento de la Eucaristía, que nunca se había producido dentro de la Iglesia Católica.

Ciertamente, a lo largo de los siglos en la Iglesia Católica no han faltado quienes han negado la presencia real de Jesucristo en las especies sacramentales, pero con toda la intención he dicho que “nunca” se había producido algo así en la Iglesia Católica, porque los que antes desacralizaban el Sacramento de la Eucaristía, se iban y no se quedaban dentro de la Iglesia Católica para darnos la comunión a los demás.

Los que antes desacralizaban el Sacramento de la Eucaristía, se iban y no se quedaban dentro del Iglesia Católica para darnos la comunión a los demás

Desgradaciamente, este proceso de desacralización ya ha ido tan lejos que en algunos casos ha superado lo que hicieron los calvinistas, que hasta desterraron el nombre de “Eucaristía”, para denominarlo “cena”. Eso es lo que hemos visto ya en algunas iglesias en las que, saltándose a la torera todas las normas litúrgicas de la Santa Misa, organizan una especie de “fiestuki” con cánticos propios de verbena y en algunos casos hasta con bailoteos. Y todo esto está pasando sin que haya una respuesta seria por parte de la jerarquía.

Y dicen que hacen todo esto en nombre de una nueva iglesia más abierta y popular, lo que es una mentira de tamaño buque. La verdad es que todo este proceso se ha llevado a cabo desde arriba y de una manera abusiva y dictatorial. Comenzaron por alagarnos el oído con eso de que el "espíritu del Concilio Vaticano" nos había reconocido a los laicos la mayoría de edad. Y a continuación —¡Ojo con la palabreja, que se las trae!—  “monitorizaron” las misas para explicárnoslas, porque en el fondo pensaban que los laicos éramos tontos de baba, que no entendíamos de la misa ni la mitad, como se dice popularmente.

En algunas iglesias, se saltan a la torera todas las normas litúrgicas, organizan una especie de “fiestuki” con cánticos propios de verbena y en algunos casos hasta con bailoteos. Y todo esto está pasando sin que haya una respuesta seria por parte de la jerarquía

Y como todo este proceso se ha llevado a cabo de un modo dictatorial, decidieron que se había acabado lo de comulgar de rodillas. Y digo dictatorial, porque a pesar de que yo se lo he preguntado a muchas personas, todavía no me he encontrado con nadie que me haya contado que en su parroquia les reunieron en cierta ocasión y les preguntaron por la conveniencia de quitar los comulgatorios.  

Así es que desde arriba y sin consultarnos a los laicos, unos curas los quitaron sabiendo que eso desacralizaba la Eucaristía, y otros para no desentonar y que no les llamaran radicales hicieron lo mismo, estos segundos son los considerados los buenos… Y seguro que son tan buenos como el agua bendita, el problema es que el agua bendita es muy buena, pero no sirve para freír huevos.

Y de este modo hemos llegado a una situación en la que hoy son excepción las iglesias en las que se puede comulgar de rodillas, sin tener que hacerlo “a capela” sobre el duro suelo, con riesgo de lesión de rótula.

Si todos estos que actúan en nombre de una iglesia popular fueran coherentes, actuarían de otra manera y pondrían un comulgatorio, para que cada uno pudiera comulgar como quiera y no como ellos lo imponen. Lo que yo he podido comprobar es que en las iglesias que hay un comulgatorio o reclinatorios, son excepción los que comulgan de pie. Y si usted que me lee es un párroco que por la buena intención que tiene no se ha dado cuenta de lo que estoy contando, a partir de mañana ponga en su parroquia unos reclinatorios y deje que se exprese la voluntad popular, ya verá como lo que digo es verdad.

Lo que yo he podido comprobar es que en las iglesias que hay un comulgatorio o reclinatorios, son excepción los que comulgan de pie

Y ahora comentemos lo de “las dos formas de comulgar”, que eso sí que es una noticia falsa de toda falsedad. Desde hace siglos lo establecido es que hay que comulgar en la boca, y así lo confirmó Pablo VI, a la vez que permitió comulgar en la mano. Así es que desde entonces hay un modo oficial y una tolerancia excepcional. Y si quieren que haya dos formas, pues que lo cambien, porque de momento todavía no hay dos.

Pues bien, después de obligarnos a comulgar de pie, convirtieron la excepción en regla y la regla en excepción, y generalizaron lo de comulgar en la mano, con todos los inconvenientes que ese modo tiene no solo de pérdidas de partículas, sino hasta de las facilidades que ese modo de comulgar proporciona a los que tienen intención de profanar la eucaristía, como ha sucedido en muchas ocasiones en que se han robado las Sagradas Formas.

Y tras generalizar lo excepcional, como es comulgar en la mano, la pandemia del covid ha servido para imponer la comunión en la mano, haciendo creer así a las buenas gentes de un modo supersticioso y nada científico que comulgando en la mano se salvaban del contagio, y que comulgar en la boca era una muerte segura.

En los últimos meses, a mí en más de una ocasión me han negado la comunión por querer comulgar en la boca como está establecido y me han tratado peor que si fuera un pecador público, y hasta en una ocasión un fraile que me la negó me esperó a la salida de la iglesia y, sin conocerme porque no era mi parroquia, me acusó de querer propagar la enfermedad.

Y ahora hablemos de los curas tolerantes, que a los que comulgamos en la boca nos tratan de “raritos”. No deja de ser sorprendente que en algunas iglesias a los que queremos comulgar en la boca se nos indique que tenemos que ir los últimos. Incluso a mí me ha ocurrido, que tratando de quedarme al final de la fila, en el último momento se me han puesto detrás algunas personas, y cuando ha llegado mi turno de comulgar el sacerdote me ha dicho que me ponga a un lado y que me espere así de pie, como si estuviera castigado.

Todo está al revés... Porque pienso yo que si la norma es que hay que comulgar en la boca, los que así lo queremos hacer tendríamos que comulgar antes que los que quieren comulgar en la mano, que es lo tolerado. Y de este modo, además de cumplir con lo establecido oficialmente, sería un modo de hacer una verdadera catequesis de lo que enseña la Iglesia acerca de la Sagrada Eucaristía, para romper ese proceso desacralizador al que está sometido el Sacramento de la Eucaristía, proceso que ha acabado por rebajar las especies sacramentales a la consideración de una galletita mojada en vino, que se puede repartir en las manos de los feligreses.

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá.