¿Qué por qué cuento con toda la crudeza el martirio de tantos españoles durante la Guerra Civil? Pues por la sencilla razón de que llevo escribiendo Historia durante toda mi vida, respetando el principio de que “las cosas son lo que son”. Eso es lo que pasó, fue con una crueldad inhumana con la que actuaron los socialistas, los comunistas y los anarquistas, alentados por los masones; fue así como llevaron a cabo la mayor persecución religiosa, por el número de mártires, de toda la historia de la Iglesia católica, en sus dos mil años de existencia. Que no sea agradable leerlo es tan verdad como que me repugna escribirlo. Pero yo soy incapaz de bastardear lo que leo en los archivos.

Así es que hoy voy a seguir presentando, a mi modo, a otros mártires de Jaén, cuya beatificación ha sido aprobada recientemente por el papa León XIV. Crueles e inhumanas fueron las torturas que padecieron en Martos la abadesa de las clarisas de esa localidad y la viuda Obdulia Puchol, como conté hace dos domingos. Mayor barbaridad que lo de las dos anteriores fue lo que le hicieron al párroco de Torredonjimeno, Bernardo Cruz Pérez, que le martirizaron al modo como se sacrifican los cerdos, como describí hace siete días. Pues todavía cabe una perversidad mayor que las anteriores, como es la que cometieron en Marmolejo (Jaén) contra Bernabé Toribio, “El de los Majitos”, que es lo que les voy a contar hoy.

Los hechos tuvieron lugar la víspera de Nochebuena de 1936 en el lugar conocido como La Centenera, en las afueras de Marmolejo. Esta localidad está situada entre Sierra Morena y la vega del Guadalquivir, a unos 50 kilómetros de la capital de la provincia. Cuando estalló la Guerra Civil española, Marmolejo tenía unos siete mil habitantes y su ayuntamiento estaba totalmente controlado por el PSOE, en realidad, todo el pueblo había sido sometido a la tiranía del PSOE.

Tras el pucherazo de febrero de 1936, mediante el que el Frente Popular asaltó el poder, se sustituyeron las autoridades municipales por los implicados en la intentona de 1934. En Marmolejo se hizo con la alcaldía el socialista Ignacio Expósito Villar, que se rodeó de otros seis concejales de su partido. Solo se toleró que, frente a los siete socialistas, hubiera un concejal monárquico, Juan Manuel Alcalá. Pero la convivencia debió ser tan insoportable que un mes antes de que estallara la Guerra Civil, el 15 de junio de 1936, presentó la renuncia.

Marmolejo tenía unos siete mil habitantes y su ayuntamiento estaba totalmente controlado totalmente por el PSOE, en realidad todo el pueblo había sido sometido a la tiranía del PSOE

Y como en el resto de las localidades, controladas por el Frente Popular, en Marmolejo se profanaron todos los edificios religiosos. La casa parroquial fue convertida en residencia de los jefes de los milicianos. La parroquia de Nuestra Señora de la Paz fue saqueada, cerrada al culto durante los tres años de Guerra Civil y convertida en mercado de abastos. Además, el alcalde socialista instaló una taberna dentro de la iglesia. El otro templo de Marmolejo era la iglesia de Jesús, llamada así porque en ella se veneraba una imagen de Jesús con la cruz a cuestas, que fue donada por los condes de Villaverde en 1887. La iglesia de Jesús también fue profanada y convertida en un economato dirigido por la UGT, porque en Marmolejo el control de los socialistas era absoluto, como hemos dicho. Pero esa imagen de Jesús fue la única de todo el pueblo que se salvó, porque un grupo de vecinos de Marmolejo la escondió, emparedándola en la hornacina de la Virgen de los Dolores, donde estuvo escondida hasta que acabó la contienda.

Jesús

Imagen de Jesús con la Cruz a cuestas de Marmolejo

Buena parte de las imágenes fueron destruidas de un modo perversamente diabólico. En la carnicería de Marmolejo se estableció la cárcel, convertida realmente en una checa. Allí fue a parar el párroco de Marmolejo, Francisco de Paula Aranda, un sacerdote de 62 años, junto con otro sacerdote, cuatro años mayor que él, Julián Castilla Casado. Antes de asesinarlos, les sacaron en varias ocasiones de la carnicería y les obligaron a que con sus manos fueran ellos mismos los que destruyeran las imágenes y los retablos de la parroquia. Y las imágenes que ellos no destruyeron fueron cargadas en un camión y en las afueras del pueblo, junto al río Guadalquivir, las prendieron fuego con gasolina.

La quema de las imágenes fue dirigida por otro socialista, Pedro Liébanas Gómez, que era el presidente del Frente Popular de Marmolejo, ya que el PSOE en este pueblo copó todos los cargos. Este personaje fue también el creador de la “Sociedad Colectivista Pablo Iglesias”, que tenía como objetivo explotar y repartir las fincas que incautaban a los vecinos de Marmolejo que apresaban o asesinaban. También fue Pedro Liébanas Gómez el que tomó la iniciativa de robar a los vecinos, mediante un método peculiar como fue la creación de una nueva moneda: “el marmolejo”. Se trataba de unos cartones pintados como si fueran billetes, que se entregaban a cambio del dinero de curso legal. Y naturalmente que en el economato de la UGT y en la taberna que había montado el alcalde en la iglesia solo se podía operar con “marmolejos” de curso ilegal, emitidos por el socialista Pedro Liébanas.

Y como en el resto de las localidades, controladas por el Frente Popular, en Marmolejo se profanaron todos los edificios religiosos

De los dos sacerdotes que estuvieron presos en la carnicería, el mayor de los dos se había retirado a Marmolejo en 1930, adelantando su jubilación por su delicado estado de salud. Desde entonces colaboraba en la parroquia, así como en los pueblos anejos que había en Sierra Morena. Como dijimos, fue obligado a destruir las imágenes de la parroquia y a trabajar en lo que los socialistas llamaban “obras sociales”, por lo que naturalmente no le pagaban; aunque eso sí, era comentario general entre los vecinos las palizas que habitualmente le propinaban. Y mientras le maltrataban le preguntaban si pensaba seguir diciendo misa, a lo que respondía:

-“Mientras tenga vida sí. No pierdo la esperanza”.

Y ante su respuesta, redoblaban los golpes. Y fue en una de esas palizas cuando le abandonaron moribundo en una huerta que había cerca de la iglesia. De allí le recogieron unos vecinos que se apiadaron de él y le llevaron a su casa, donde falleció el 29 de octubre de 1936, a consecuencia de los golpes recibidos.

El párroco de Marmolejo, Francisco de Paula Aranda, mientras esperaba la muerte en la prisión, escribió una oración en forma de verso, titulada “Rayos de Luz”, que manifiesta su actitud ante el martirio. Estos son los primeros versos de dicha oración:

“Una vez juré, Dios mío,
el servirte ante el altar.
Y para perseverar,
mil veces en ti confío
y en mi Virgen de la Paz.
 
El mundo loco quisiera
arrebatarme este don
y me brinda por doquier
halagos que muerte son.
Jamás podré yo aceptar
felicidad con mentira.
Prefiero sin vacilar
la muerte que da la vida
en la patria celestial”.
 

Compañero de prisión del párroco era un hombre muy conocido en Marmolejo, que respondía al nombre de “Bernabé Toribio, El de los Majitos”. Nadie sabía ni cuándo ni donde nació. Era coloradete y gordito, con una grande papada y una verruga en la cara. Padecía una grave discapacidad mental. Las monjas del hospital de la calle de San Julián le convirtieron en su recadero y le permitieron vivir en una de las dependencias del convento. Era muy conocido de todos los feligreses porque se encargaba de llevar las capillas de la Virgen del Carmen de casa en casa donde permanecía unos días, según costumbre de entonces.

Y ser el recadero de las monjas fue considerado por los socialistas un delito suficiente para condenar a muerte a un discapacitado profundo. Así es que la víspera de Nochebuena de 1936 subieron a la caja de un camión a “Bernabé Toribio, El de los Majitos”, junto con el párroco y otros vecinos de Marmolejo y les llevaron a La Centenera, donde les asesinaron. Una mujer, conocida por el alias de “La Miguelona”, pisoteó los cadáveres, bailando encima de ellos. Después los rociaron con gasolina y los prendieron fuego, para que no quedara rastro de lo que habían hecho.

Y Bernabé Toribio, “El de los Majitos”, sin orígenes, sin buena presencia física, sin medios económicos y casi sin capacidad mental, será reconocido en breve por la Iglesia como beato, por haber cumplido con creces el fin de la Historia, que es este: que el hombre sea plenamente hombre, que vuelva a Dios, que sea santo.

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá