Madrid y 18 de julio… Pero, ¿de qué año? ¿Se repetirá lo de la Segunda República? ¿Volveremos a lo del 36? Estas son las preguntas que en más de una ocasión me han hecho algunas personas, confiando en que, por mi condición de historiador, les pueda contestar. Así es que hoy es un buen día para responder.

A los que tienen esta preocupación no se les puede tachar de alarmistas, porque son muchas las actuaciones del gobierno de Pedro Sánchez y de los socios que le mantienen en el poder que provocan estas inquietudes. En verdad, no son pocas las manifestaciones de la izquierda que manifiestan que su legitimidad se encuentra en la Segunda República, y por eso, unos por lo bajinis y otros más a las claras. están empeñados en cargarse el régimen del 78.

Ciertamente que la respuesta a las preguntas anteriores no tiene una fórmula simple, y por eso tendré que matizar y contar lo que pasaba entonces y lo que está pasando ahora. Vamos a intentarlo.

En verdad, no son pocas las manifestaciones de la izquierda que manifiestan que su legitimidad se encuentra en la Segunda República, y por eso unos por lo bajinis y otros más a las claras están empeñados en cargarse el régimen del 78

El punto más importante y más grave en el que coincide el actual Gobierno con los dirigentes de izquierda de la Segunda República consiste en eliminar el componente fundamental de nuestra civilización occidental, que no es otro que el cristianismo. Pero a diferencia de lo que ocurría hace noventa años, ahora no hay en la sociedad española una fuerza que plante cara a este intento; por lo tanto, por este lado no hay posibilidad de que ahora estalle una guerra civil, porque para que esta se produzca es necesario que haya dos frentes y ahora solo hay uno. En efecto, de seguir así las cosas no habrá Guerra Civil, pero se establecerá una sociedad materialista y atea.

Se me podrá objetar que existen defensores valientes y coherentes dispuestos a cimentar la sociedad sobre el cristianismo. Claro que hay personas individuales que defienden el fundamento cristiano de nuestra cultura y de nuestra sociedad, pero quienes esto defienden son personas aisladas -nunca mejor dicho- y expulsadas del sistema. Y paradójicamente quienes han impedido la presencia en la vida pública a los defensores de una sociedad cristiana y les han silenciado han sido católicos incoherentes para poder disfrutar del cargo y del sueldo, y los han condenado al ostracismo tachándoles de radicales, para que no les pongan en evidencia y su incoherencia de vida no quede de manifiesto.

En la II República había sacerdotes y religiosos porque como no tenían para comer... Ahora, los pocos que hay, sin embargo son buenísimos y todos tienen rectitud de intención: ¿a que no?

Otra diferencia notable entre la Segunda República y nuestros días la encontramos en el número y la calidad de los obispos y los sacerdotes. Del clero actual, qué voy a decir que no sepan mejor que yo mis lectores… Así es que me limitaré a describir al clero de los años treinta del siglo pasado, que es menos conocido.

El clero de la Segunda República era mucho más numeroso que el de nuestros días. Y juzgando tal cuantía, escuché en ámbitos clericales una interpretación tan hipócrita como falsa, consistente en afirmar que entonces había tantos sacerdotes y religiosos, porque como no tenían de que vivir se metían en el seminario para poder comer un plato de garbanzos, y que ahora los pocos que hay, sin embargo son buenísimos y todos tienen rectitud de intención.

Me parece una burda hipocresía tratar de medir las conciencias, porque el “concienciómetro” no existe y por lo tanto es imposible medir las conciencias ni las de antes ni las de ahora, operación que de momento queda reservada al juicio divino.

Y además el argumento también es falso, lo que se demuestra por el comportamiento del clero del primer tercio del siglo XX. Porque si todos los motivos de la vocación del clero de la Segunda República se reducían a llenar la andorga de garbanzos, no se entiende, ni poco ni mucho, por qué a la hora del martirio entregaron su vida por miles a sus perseguidores, sin que se tenga noticia de alguna apostasía.

Jorge López Teulón ha publicado recientemente un libro titulado La profanación de la clausura femenina, en el que se describe magistralmente la calidad humana y espiritual del clero de esos años. Concretamente en este libro se reproducen fragmentos de una carta de Felipe Celestino Parrilla, capellán de las carmelitas de Cuerva, escrita en el mes marzo de 1936 a unas primas suyas y en la que da razón de su vocación sacerdotal. La carta comenzaba así: “Yo no tengo miedo, me ofrecí a Dios en mi ordenación sacerdotal, y deseo que se cumpla en mí su divina voluntad”. Y concluía con esta despedida: “Recibir mi bendición y si nos vemos separados en la tierra que nos estrechemos con un abrazo infinito en el Cielo. Vuestro primo”. Y en efecto, el 25 de julio de 1936 murió mártir y su causa está en proceso de beatificación.

Si la vocación del clero de la Segunda República consistía en llenar la andorga de garbanzos, no se entiende por qué a la hora del martirio entregaron su vida por miles, sin que se tenga noticia de alguna apostasía

Tampoco es cierto que la preocupación por los pobres sea un descubrimiento del llamado espíritu del Concilio Vaticano II. No hace falta urgar mucho en la historia para comprobar las mil y una manifestaciones de la atención de la Iglesia en beneficio de los pobres, desde hace dos milenios.

Pera ya que nos estamos refiriendo al clero de la Segunda República, en el libro antes citado, López Teulón aporta el siguiente dato del sacerdote Saturnino Ortega, mártir de la Guerra Civil ya beatificado: “En Santa Cruz de Retamar hubo de intervenir en más de una ocasión a favor de los braceros, simples jornaleros del campo, explotados miserablemente por los terratenientes del lugar que se aprovechaban de ellos y de sus carencias. Esta dedicación hacia los más pobres le originó no pocos disgustos pues los caciques del pueblo, acostumbrados a hacer y deshacer a su antojo, no estaban dispuestos a que viniese un cura a perturbar su egoísmo con prédicas a favor de la justicia social hacia aquellos a los que acostumbraban a valorar en menor grado que a simples animales […] Su celo apostólico le llevó a idear algo hoy corriente, aunque entonces totalmente novedoso, para que las mujeres con menores recursos pudiesen aportar un salario a la economía familiar. Creó una cooperativa de confección, a la que dieron el curioso título de Sindicato de la Aguja”.

Admirable fue también la vida ejemplar de Joaquín de la Madrid, otro sacerdote martirizado durante la Guerra Civil y beatificado, del que se ocupa López Teulón en el libro ya citado. Joaquín de la Madrid tenía una salud muy frágil, lo suficientemente débil como para que estuviera justificado que olvidándose de los demás, se dedicara a cuidarse.

Los casos de heroicidad y martirio de sacerdotes durante la II Republica y la Guerra Civil marcan la diferencia con cualquier otra época histórica: irrepetible

Pues bien, siendo seminarista en Murcia, Joaquín de la Madrid ya tuvo una destacada actuación en favor de las víctimas de la famosa riada de Santa Teresa, que tuvo lugar el 15 de octubre de 1879. El río Segura se elevó, en solo unas horas, diez metros a su paso por Murcia y por Orihuela. La Vega Baja quedó anegada. El caudal del río fue de 1900 metros cúbicos por segundo y se llevó un puente en Murcia. Hubo que lamentar más de 1.000 muertos, 700 de ellos en Murcia, y 2.000 heridos. Perecieron más de 2.200 animales y quedaron destruidas más de 6.000 viviendas.

Más tarde, Joaquín de la Madrid se trasladó a Toledo, donde ya sacerdote organizó un orfelinato, que mantuvo tan a sus expensas que se le veía a menudo por los puestos del mercado con una cesta, pidiendo comida para sus huérfanos. Pero Joaquín de la Madrid no solo se ocupó del mantenimiento material de aquellas criaturas, sino que también les proporciono educación y ayuda espiritual, como lo prueba el papel que desempeñaron muchos de ellos en la vida civil y los 54 (cincuenta y cuatro, pongámoslo en letra para que no haya duda) de aquellos huérfanos que se ordenaron de sacerdotes. Entre ellos, Narciso de Esténega, que fue obispo de Ciudad Real y que al igual que su protector durante la infancia, también fue mártir durante la Guerra Civil y está beatificado.

Pues bien, esta generación numerosa y ejemplar de clérigos fue víctima de la persecución religiosa durante la Segunda República y la Guerra Civil, por el número de mártires la mayor persecución religiosa de la Iglesia Católica de todos los tiempos. Y esta es otra de las diferencias entre los integrantes del Frente Popular y el Gobierno actual: antes mataban a los integrantes del clero, porque los obispos y los sacerdotes de la Segunda República mantenían viva la fe en las almas y eso impedía el establecimiento de una sociedad materialista y atea; pero ahora les dejan vivir y hacer porque con todas las excepciones que ustedes conozcan, los obispos y los curas moderaditos a base de no predicar a Cristo están matando las almas.

Javier Paredes

Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá