Aunque con lagunas, conocemos los nombres y las circunstancias de los miles de sacerdotes, religiosos y monjas martirizados durante la Segunda República y la Guerra Civil de España. Por el contrario, la información de los laicos martirizados en esas fechas por los republicanos más que lagunas tiene mares y hasta océanos de desconocimiento.

Y a pesar de esos huecos de ignorancia, que futuras investigaciones deberían rellenar, estamos en condiciones de afirmar que fueron los laicos los que en dicha persecución religiosa se llevaron la peor parte; o la mejor, si se considera que el martirio es un pasaporte directo hacia el Cielo.

Sin duda, los procesos de beatificación que se han instruido en los últimos años han contribuido a enriquecer lo que sabíamos de la persecución religiosa llevada a cabo por los socialistas, los comunistas y los anarquistas durante la Segunda República y la Guerra Civil, porque como repetidas veces he dicho y no me cansaré de decir, no son como se les denomina oficialmente con torpeza —al menos con torpeza histórica— mártires del siglo XX, ni de la década de los años treinta. Los verdugos de los mártires no fueron ni el siglo XXI, ni la década de los treinta.

Hace dos meses, el 16 de octubre pasado, fueron beatificados en la catedral de Córdoba 127 mártires. Ceremonia que fue calificada de franquista por un dirigente comunista de esa ciudad, que justificó aquellos asesinatos como la “respuesta republicana al fracaso del golpe de Estado de Franco”, y como los curas, los frailes, las monjas y los católicos se unieron a Franco, pues no hubo más remedio… Pero prefiero no seguir con el argumento, que si no fuera perverso y carente de arrepentimiento, lo calificaría de infantil como la confesión que de niña hizo mi amiga Ana:

—Padre, me acuso de que he pegado a mi hermana, pero se lo merecía…

Sin duda, los procesos de beatificación que se han instruido en los últimos años han contribuido a enriquecer lo que sabíamos de la persecución religiosa llevada a cabo por los socialistas, los comunistas y los anarquistas durante la Segunda República y la Guerra Civil

Por lo que decía más arriba, en la beatificación de los 127 mártires de la catedral de Córdoba llama la atención, que 39 de ellos sean laicos. No son los primeros, pero lo esperanzador es lo que indican: cada vez, en las beatificaciones, su proporción es mayor.

Desde luego que se entiende que sean pocos laicos los que han sido beatificados hasta el momento en proporción con los clérigos, pues un proceso de beatificación exige trabajo y dedicación para probar que murieron por motivos religiosos, y no por cuestiones políticas o sociales. Y para llevar a buen término este trabajo tienen más recursos los obispados y las órdenes religiosas, que las familias de los laicos que fueron martirizados.

Por lo tanto, sería deseable que los obispos, en colaboración con las Universidades privadas de España pertenecientes a instituciones religiosas, impulsaran todos estos trabajos de documentación del martirio de los laicos cuanto antes, pues el paso del tiempo borra las huellas históricas. Y para ello no sería necesario hacer un esfuerzo económico nuevo, sino cambiar el sentido de alguno de los que ya se hacen. Bastaría con dotar con becas la realización de unas pocas tesis doctorales en cada diócesis, para lo que sería más que suficiente destinar a este objetivo el dinero que se emplea en tapar las deudas millonarias de 13TV en cada ejercicio.

Sería deseable que los obispos de España, en colaboración con las Universidades de la Iglesia privadas de España, impulsaran en sus respectivas diócesis todos estos trabajos de documentación del martirio de los laicos cuanto antes, pues el paso del tiempo borra las huellas históricas

Veamos tres ejemplos de asesinatos de católicos laicos. El primero fue el de un estudiante de 23 años llamado Jerónimo Carrillo de Albornoz y Trujillo. Un sargento que mandaba las milicias socialistas del Este fue a detenerle a su domicilio. La declaración de su madre cuenta que su hijo “fue detenido por cuatro milicianos del Partido Socialista en su domicilio de la calle de Lista 96, el día 20 de julio de 1936, siendo llevado a un centro socialista sito en la calle Alcalá, esquina a la calle de fuente del Berro, más tarde a Gobernación, ingresando en la Dirección General de Seguridad, desde donde fue trasladado a la Cárcel Modelo, siendo extraído en una expedición para Chinchilla, creyendo que fue asesinado en Paracuellos del Jarama”.

En efecto ya hemos visto que las llamadas sacas de los presos al Levante español eran falsas y que acabaron en las masacres de Paracuellos de Jarama, Torrejón y otros lugares.

El caso de Jerónimo es típico, porque lo mismo sucedió en otros lugares. Si los socialistas pudieron ir a cazarle a su casa, fue porque antes habían robado los ficheros de Acción Católica y por eso conocían la dirección de Jerónimo. Ese fue el delito por el que muchos católicos murieron mártires: pertenecer a la Acción Católica o alguna institución religiosa.

Cruzando los datos de archivo se llega a la conclusión de que lo que dice su madre es cierto, pues a Jerónimo le asesinaron en Paracuellos el 7 de noviembre. El Centro Socialista al que se refiere la madre de Jerónimo estaba situado el número 138 de la calle de Alcalá, sede del Círculo Socialista de Este. En realidad, esto era una checa del PSOE, que tenía sus calabozos en el número 148 de la calle de Ayala, donde antes había un colegio. Y a partir de septiembre de 1936 esta checa socialista se trasladó desde la calle de Alcalá al chalet que le incautaron a Alejandro Lerroux, que era su vivienda, situado en el número 8 de la calle O`Donnell.

El caso de Jerónimo es típico, porque lo mismo sucedió en otros lugares. Si los socialistas pudieron ir a cazarle a su casa, fue porque antes habían robado los ficheros de Acción Católica

El jefe de esta checa se llamaba Segundo Pérez Latorre, uno de los jefes de las Milicias de Retaguardia, que después de la guerra fue juzgado, acusado de “dar paseos” a los presos de su checa. No fue condenado a muerte. Antes del juicio estuvo prisionero en el campo de concentración de Albatera (Elche), uno de los campos de trabajo que el Gobierno presidido por el socialista Largo Caballero creó por decreto de 26 de diciembre de 1936. Al acabar la guerra fue convertido en cárcel, hasta el mes de octubre de 1939, fecha en la que se clausuró.

En otros artículos ya me he referido a las violaciones que sufrieron algunas monjas antes de ser asesinadas. De estos casos el más conocido por la saña diabólica con que se comportaron sus verdugos fue el de tres hermanas Misioneras del Corazón de María, que además de hermanas de religión también lo eran de sangre, me refiero a las hermanas Ferragutcasas.

Sin embargo, aunque menos conocidas, las violaciones de católicas laicas fueron muchas más, y todavía más crueles y más inhumanas, pues los milicianos las violaban en grupo, como hicieron en la Casa del Pueblo del PSOE con las tres enfermeras de Somiedo, ya beatificadas. Y muchas veces obligaron a presenciar tal atrocidad al marido o a los familiares de la víctima.

Hubo violaciones que sufrieron algunas monjas antes de ser asesinadas y aunque menos conocidas, las violaciones de católicas laicas fueron muchas más, y todavía más crueles y más inhumanas, pues los milicianos las violaban en grupo

Esto es exactamente lo que les sucedió a dos mujeres, que la Iglesia ya ha subido a los lectores. La primera es la beata María del Olvido Noguera Albelda. María del Olvido estudió en el colegio María Inmaculada de Carcagente (Valencia), que publicó en 2005 una biografía suya, donde se describe su martirio.

El relato cuenta lo que pasó: “un cuñado de uno de sus asesinos me dice ‘han masacrado a Olvido Noguera y a su hermano, en el Portichol’. Dijo también que, antes de matarla intentaron violarla, pero ella se defendió enérgicamente, teniéndola que sujetar entre cuatro hombres, y así la violaron seis hombres con brutal violencia, ante su hermano, a quien ataron a un olivo para que no pudiera impedir este depravado delito. La remataron con arma de fuego, después de haber profanado y ultrajado salvajemente su cuerpo, si bien ella todavía tuvo aliento para gritar hasta el final: Viva Cristo Rey”.

La segunda mujer mártir es Isidra Fernández Palomero, beatificada junto a su marido Isidoro Fernández Rubio en la catedral de Córdoba el pasado mes de octubre. El matrimonio tenía una posición humilde, el marido era labrador y ella atendía la casa, vivían en Villaralto, un pequeño pueblo de Córdoba de poco más de dos mil habitantes. Y el motivo por el que los asesinaron fue porque Isidra era la presidenta de Acción Católica de la mujeres de su pueblo. Un cargo que ya se ve la influencia que podía tener, pero que pone de manifiesto el carácter radical y total de la persecución religiosa durante la Guerra Civil, pues los socialistas y los comunistas segaron todo brote religioso que encontraron a su paso por pequeño que fuera. Impulsados por su sectarismo antirreligioso, los socialistas y los comunistas se propusieron arrancar de raiz la fe católica de las tierras de España. Empeño que fue frenado en seco por la victoria de las tropas de Franco.

Copio, sin ningún comentario por mi parte, textos oficiales de sus procesos de beatificación que describen cómo fue su martirio: “Llevados ambos al pozo de la mina Cantos Blancos, sus captores los ataron con los brazos en forma de cruz en las rejas de su entrada, uno frente al otro. Fueron azotados en brazos, manos y muslos, así como sometidos a otros tormentos y vejaciones como clavarles en partes sensibles varas y cañas afiladas. Incluso Isidra fue violada repetidas veces por al menos cuatro de los milicianos y ello delante de su marido. Durante los tormentos, Isidra conservó siempre el ánimo, no dejando de exhortar a su esposo a mantenerse firme en la fe diciéndole constantemente: Isidoro, di conmigo: ¡Viva Cristo Rey! e Isidoro, que nos matan, di: ¡Viva Cristo Rey!.

Después de utilizarles como si de blancos de una feria se trataran, finalmente acabaron con ellos descerrajándoles varios tiros a quemarropa; incluso a ella la degollaron. Arrojados los cuerpos al pozo de la mina, el de él fue al fondo, pero el de ella permaneció sobre una viga que atravesaba dicho pozo hasta que fue rescatado al acabar la guerra, casi tres años después, comprobándose que aún conservaba el palo que le habían clavado en los muslos para que mantuviera las piernas abiertas”.

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá