Francisco Morales Collado (1894-1936), párroco de Mengíbar (Jaén), forma parte de esa lista de los 124 mártires de Jaén, cuya beatificación ha sido aprobada recientemente por el papa León XIV. Mártires de los que nos venimos ocupando desde hace unas semanas, porque además de que su ejemplo es edificante, lo que le ocurrió antes incluso de su martirio, ayuda y mucho a entender nuestra historia más reciente.
Concretamente, lo que le tocó vivir a Francisco Morales Collado como párroco de Mengíbar durante la Segunda República explica que lo de los mártires durante la Guerra Civil no fue obra de unos descontrolados, ajenos al Frente Popular, como en alguna ocasión se ha dicho, sino que fue una acción programada por los socialistas, los comunistas y los anarquistas, alentados por los masones, para llevar a cabo una persecución contra los católicos en España, que por el número de mártires es la más importante que ha padecido la Iglesia católica en sus dos mil años de existencia.
El ayuntamiento de Mengíbar estaba controlado por el PSOE. El alcalde era el socialista Francisco Navarro Polaina, que al estallar la Guerra Civil presidió el Comité Agrícola de Incautaciones del Frente Popular, más que a labrar las tierras se dedicó a robárselas a los vecinos del pueblo. Y el alcalde de Mengíbar culpó de lo sucedido al párroco, lo que puso en su contra a muchos vecinos. ¿Les suena?
Veamos lo que pasó. Mengíbar es un pueblo situado a orillas del río Guadalquivir, muy cercano a la capital de la provincia. A estas dos localidades solo les separan unos veinte kilómetros. Francisco Morales Collado pertenecía a una familia humilde de Alcalá la Real y cursó sus estudios eclesiásticos en el seminario de Jaén. En diciembre de 1920 fue ordenado sacerdote y su primer destino lo tuvo en la parroquia de la Inmaculada de La Pedriza, una aldea de la comarca de Alcalá la Real. En 1930, vísperas de la proclamación de la Segunda República, es nombrado párroco de Mengíbar. Llegaba, pues, a un pueblo nada fácil, en el que desde el principio pudo experimentar la acción de las fuerzas antirreligiosas, que acabarían martirizándole.
No llevaba ni dos años en el pueblo, cuando tuvo el primer aviso serio de lo que le podía pasar. El 3 de mayo de 1932, se celebró en Mengíbar la fiesta de la Cruz de Mayo, una devoción antiquísima y muy arraigada en España. Esa noche en las calles se levantaban cruces adornadas con flores, por lo que el párroco salió por el pueblo para visitarlas. En su recorrido le acompañaban un grupo de feligreses, entre los que se encontraban el médico del pueblo, Jesús Navarro Funes, y el secretario del Ayuntamiento, Ricardo Bernal Martínez. Al llegar a la calle Colón le salió un hombre, con signos de embriaguez, gritando blasfemias y muertes al cura, que para defenderse le plantó cara, y no llegaron a los manos, porque los que acompañaban al sacerdote lo impidieron. Pues bien, lo que tenía que acabar en un incidente sin más, se convirtió en un problema mayor, al intervenir el alcalde.
El Ayuntamiento de Mengíbar estaba controlado por el PSOE. El alcalde era el socialista Francisco Navarro Polaina, que al estallar la Guerra Civil presidió el Comité Agrícola de Incautaciones del Frente Popular, que más que a labrar las tierras se dedicó a robárselas a los vecinos del pueblo. Y el alcalde de Mengíbar culpó de lo sucedido al párroco, lo que puso en su contra a muchos vecinos.
Los niños fueron un objetivo básico de la II República: se trataba de pervertir a la infancia, inculcándoles el odio a la fe, a las derechas... y a la Guardia Civil
Envenenada la gente, volvieron a repetirse las agresiones contra el párroco. Días después, tuvo que llevar el viático a un moribundo, y salió de la iglesia a la casa del enfermo como entonces se hacía: revestido con ornamentos y precedido de la cruz procesional. Y en un momento dado descargó sobre la comitiva religiosa tal granizada de piedras, que tuvieron que refugiarse en una casa particular.
Además, el 17 agosto de ese mismo año de 1932, se murió el padre del sacristán, y el alcalde no solo prohibió que las campanas de la iglesia tocaran a muerto, sino que también prohibió que se le enterrase con signos religiosos. Y desde ese día la cruz parroquial ya no pudo salir a la calle.
Por otra parte, el triunfo electoral de las derechas de 1933, que podía haber significado una distensión en la convivencia de Mengíbar, produjo en este pueblo un efecto contrario y nada democrático. Desde ese momento, proliferaron en Mengíbar las manifestaciones callejeras contra el gobierno que había ganado las elecciones, y que tenían tres blancos en su diana: los ministros del Gobierno, la Guardia Civil y, sobre todo, al párroco.
Dos días después de que estallara la Guerra Civil, el día 20 de julio, dispararon contra las ventanas de la casa del párroco. La señal era lo suficientemente clara, como para que Francisco Morales Collado buscase un escondite. Y lo consiguió, gracias a que un buen feligrés, Mario Félix San Martín Parraga, le acogió en su casa. El problema es que este hecho no podía ser un secreto para todos los vecinos, por lo que llegó a oídos de los socialistas que controlaban Mengíbar.
Sin embargo, antes de contarles el desenlace del párroco de Mengíbar, me van a permitir que les trascriba un documento muy elocuente. Está escrito por el que fuera el maestro del pueblo, al que el estallido de la guerra le cogió de vacaciones y que volvió a hacerse cargo de la escuela, tras el conflicto armado.
Cuando estaba preparando este artículo me ha llegado el enlace de un blog muy difundido de un escrito titulado así: “La educación no-católcia de las escuelas católicas. Y como leía a la vez este texto y el documento que les voy a transcribir, me reafirmaba en que la Historia es maestra de la vida, ya que comprobaba que hemos llegado a la situación en la que estamos porque los socialistas de Jaén de la enseñanza, aunque eran muy pocos durante la Guerra Civil, solo veinticinco, ponían en práctica lo que pensaban, y nuestros dirigentes actuales de las escuelas católicas… Mejor no sigo, lean ustedes el enlace que les he puesto del blog de elwanderer. Y ahora reproduzco íntegramente el documento que les prometí, sin comentarios por mi parte. Háganlos ustedes libremente por su cuenta. Este es el documento:
“Al iniciarse el Glorioso Movimiento Nacional, se encontraban las clases en período de vacaciones, y varios titulares de la enseñanza en la zona nacional unos, y ausentes otros. Es destituido de su cargo el inspector jefe, D. Agustín Serrano de Haro, y el Ministerio nombra inspectores a un maestro de Jaén y dos más, el primero del partido comunista, y los dos últimos sin más méritos que haber terminado la carrera y ser dirigentes de la Federación Española de Trabajadores de la Enseñanza (afecta a la UGT), organización que contaba en esta provincia con unos 25 afiliados. Empiezan estos su labor, proponiendo a la superioridad la destitución de unos maestros y el traslado forzoso de otros con el fin de colocar en las localidades más importantes a los afilados de la organización ya citada.
Abiertas las clases con los restantes maestros que quedaron en sus puestos y los nuevos enviados por la inspección, a esta localidad tocaron en suerte uno evacuado de Alcalá la Real, y otro afiliado al partido comunista, que fue nombrado árbitros de los destinos de la enseñanza y que se distinguió por sus persecuciones contra los demás.
Implantada la coeducación en las escuelas y suprimidas del programa las asignaturas de religión, moral y educación cívica, toda la tendencia de la inspección roja era la de inculcar a los niños y niñas las ideas avanzadas y extremistas de las Internacionales, importándoles un bledo el que adquirieran los conocimientos más necesarios al saber humano, así como leer, escribir y contar; siendo amonestado su maestro de esta y amenazado de destitución por el inspector jefe si en la próxima visita no estaban mezclados niños y niñas en la clase, en vez de la separación de sexos, como se había dispuesto; si a niños y a niñas no se les dictaban los párrafos más revolucionarios de la prensa y si no se les había enseñado los himnos revolucionarios, para lo cual el maestro había de presentar a fin de curso un cuaderno en el que estuviesen copiados los ejercicios dictados a los alumnos durante el curso. Presentado el cuaderno con unos supuestos ejercicios fue rechazado porque no eran ‘al rojo vivo’.
Primero se amenaza al párroco, luego se le insulta y agrede, luego... "el 3 de septiembre de 1936, le sacaron de la cárcel municipal y le subieron a un camión, junto con otros dos detenidos: Horacio del Moral Muñoz y Gerardo Santos Fernández. Llegados al puente medio de la carretera de Jaén, los bajaron y los acribillaron a tiros en el sitio llamado Casa Blanca"
Perdida la disciplina y desorganizada la enseñanza por las órdenes encontradas de unos y otros inspectores, con arreglo a su ideología, la labor en estas escuelas fue casi nula, encontrándose la población escolar al ser liberada la zona por el glorioso Ejército Nacional con escasos conocimientos y unos cuantos cánticos revolucionarios”.
En cuanto al párroco que se había escondido, como les dije, el socialista Alonso Camón López, que ejercía de alcalde en esos momentos, ordenó al cabo de los serenos, Juan Miguel Moya Moreno, y a otros más que fueran a la casa de Mario Félix San Martín Parraga, le detuvieron y lo llevaron al Ayuntamiento, donde estuvo preso, antes de que le trasladaran a la prisión municipal. El 3 de septiembre de 1936, le sacaron de la cárcel municipal y le subieron a un camión, junto con otros dos detenidos: Horacio del Moral Muñoz y Gerardo Santos Fernández. Llegado al puente medio de la carretera de Jaén, los bajaron y los acribillaron a tiros en el sitio llamado Casa Blanca.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá













