Cuando el día de San Fermín de 1950 se adjudicó en un concurso público la construcción de la Cruz del Valle de los Caídos a la empresa Huarte, su fundador ya gozaba de un enorme prestigio como empresario. Bien es cierto que partió de la nada el 1 de agosto de 1927, al firmar la escritura de constitución de la constructora. Es más, hasta el primer dinero para empezar se lo tuvo que prestar el potentado pamplonés Toribio López.

Bien pronto Pamplona se le quedó pequeña a la impetuosa actividad de Félix Huarte y a finales de 1929 se desplazó hasta Madrid para comenzar a trabajar en la capital de España: un chalet particular en Las Rozas y la Escuela Nacional de Sanidad, en la plaza de España, fueron sus dos primeras realizaciones.

Cuando la empresa empezó a crecer, Emilio Malumbres se vino a Madrid, y Huarte se quedó en Pamplona, donde estaban las obras más importantes

En esta empresa le acompañó durante toda su vida su amigo y socio Emilio Malumbres. Los dos vivieron en concordia ejemplar de amistad y trabajo durante toda la vida, que respetaron y mantuvieron sus descendientes, los hijos de Huarte y Malumbres.

Cuando la empresa empezó a crecer, Emilio Malumbres se vino a Madrid, y Huarte se quedó en Pamplona, donde estaban las obras más importantes. Es increíble asistir a los sencillos y hasta ingenuos comienzos de una empresa que acabó siendo una de las más grandes de España.

En una carta que Felix Huarte le escribió desde Pamplona el 31 de mayo de 1930, le explicaba a Emilio Malumbres cómo tenía que llevar la contabilidad. No sé lo que pensarán, aunque me lo imagino, todos esos que hablan de economía empleando palabrotas en inglés. Yo me quedo con  la claridad de un creador de riqueza como fue Félix HUarte, que le decía esto a su socio: “Para que tú sepas que no te falta dinero por dejarte de apuntar, llevas un libro que se llama de Caja; en el lado derecho, donde dice Haber, anotas todos los gastos, y en el otro, Debe, todos los ingresos de dinero; al hacer el arqueo todos los días no tienes más que sumar todas las partidas del Haber por un lado, las del Debe por otro, y se restan estas sumas una de la otra; la diferencia es el dinero que tiene que sobrar y si te falta es señal de que algo te has dejado de anotar”.

Pero fue durante la Segunda República cuando se consagró como gran constructor al levantar, entre otros edificios, la Facultad de Filosofía y Letras y buena parte de los Nuevos Ministerios. La inauguración del edificio de Filosofía y Letras en la recién creada Ciudad Universitaria fue todo un espaldarazo para Félix Huarte. El segundo domingo de enero de 1933, a las doce de la mañana, llegó a la Facultad el presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora. Félix Huarte formaba parte de la comitiva que le esperaba a la entrada. En efecto, allí estaba el constructor recibiendo al jefe del Estado en compañía de Manuel Azaña, presidente del Gobierno, de Fernando de los Ríos, Indalecio Prieto, Giral y Zulueta, ministros respectivamente de Instrucción Pública, Obras Públicas, Marina y Estado. Formaban también parte de esa comisión de recepción Claudio Sánchez Albornoz, como rector de la Universidad, García Morente, como anfitrión por ser el decano de la Facultad, además de Unamuno, Menéndez Pidal, Américo Castro, Negrín, Pittaluga, Rafael Altamira, Rafael Sánchez Guerra, y el alcalde de Madrid, Pedro Rico.

Todo este gran conjunto de los Nuevos Ministerios se adjudicó en concursos de contratas del Estado a varias empresas, fundamentalmente a Huarte y Agromán

Sin embargo, la obra más importante para Félix Huarte durante la Segunda República fue la de los Nuevos Ministerios. Este gran complejo administrativo era también importante y mucho para Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero, ministros respectivamente de Obras Públicas y de Trabajo, pues los edificios además de formar parte de un plan mucho más amplio, como era la nueva ordenación urbana de Madrid, guardaban estrecha relación con la política laboral que se había trazado el ejecutivo para combatir el paro, mediante el impulso de las obras públicas. Todo este gran conjunto de los Nuevos Ministerios se adjudicó en concursos de contratas del Estado a varias empresas, fundamentalmente a Huarte y Agromán. Concretamente Huarte realizó el movimiento de tierras, la cimentación del edificio y la galería de servicios en 1933. En una segunda fase Huarte construyó dos grandes unidades: el Ministerio de Obras Públicas y la Dirección General de Seguridad.

Cuando Félix Huarte se trasladó a la sucursal de Madrid, porque la navarrísima empresa de Huarte siempre tuvo su sede principal en Pamplona, se trajo a la capital de España a todos los amigos navarros que habían empezado a trabajar con él. Entre ellos vino un carpintero que le preparaba el manderamen de las construcciones. Se llamaba Sofronio Borda.

Y este carpintero fue testigo de la corrupción y del matonismo de los socialistas durante la Segunda República, cuya historia falsean sus descendientes actuales, que alardean de un pasado que se han inventado de honradez, tolerancia y respeto por los demás. La realidad fue muy distinta. Esta es la verdadera historia que cuentan los documentos de archivo: “Por una imposición que tuvimos de Mariano Ansó [militante de Izquierda Republicana y ministro de Justicia de Negrín] de tomar a nuestro servicio a un hijo de Largo Caballero, que no le podía sujetar su padre (palabras textuales) por ser un granuja y cuya imposición fue rechazada por nosotros varias veces y por espacio de unos tres meses, hubimos por fin de acceder a tal pretensión, por haber pesado sobre Félix Huarte una amenaza de muerte, tomándolo a nuestro servicio en calidad de dibujante para la oficina, con 300 pesetas mensuales de este sueldo, en calidad podemos apreciar así de postergado, pues jamás tuvo la consideración de nosotros, ni del personal, siendo su trabajo nulo pues no tenía competencia.

Y no sé si calificar como una burla o como un  insulto a la inteligencia, o como las dos cosas juntas, que los socialistas de ahora hayan puesto y mantengan una estatua a Largo Caballero justo en los Nuevos Ministerios

Este Caballero citado, y hará aproximadamente un año, en una conversación sostenida sobre cuestiones sociales con don Sofronio Borda, industrial carpintero de esta plaza, le manifestó que el día ya próximo de la revolución social, había de cortar la cabeza de los primeros a Huarte, por romántico, mucho más funesto para la causa de ellos que los patronos déspotas, y ante la sorpresa del Señor Borda de tal afirmación, le preguntó qué harían con él, con Borda, contestándole:

—Y a usted también, por ser patrono, pues no ha de quedar uno, y en nuestro concepto es patrono todo aquel que tiene un solo hombre a su servicio.

Se preguntará, ¿Y cómo teniendo en casa un monstruo semejante no se le despedía? La contestación es sencilla; equivalía, dada la forma en que se vivía, a la pérdida de la vida estérilmente por lo menos del socio Don Félix Huarte, quien hubiera sido asesinado por los pistoleros”.

Y no sé si calificar como una burla o como un  insulto a la inteligencia, o como las dos cosas juntas, que los socialistas de ahora hayan puesto y mantengan una estatua a Largo Caballero justo en los Nuevos Ministerios, la construcción donde colocó a su hijo para cobrar sin trabajar, lo que tuvo que aceptar Félix Huarte porque de lo contrario le hubieran asesinado.

Tras el obligado paréntesis de la guerra civil, Félix Huarte prosiguió su carrera ascendente como constructor, estando presente en muchas de las grandes obras que se llevaron a cabo por toda la geografía de España y más allá de nuestras fronteras

Al estallar la guerra civil, la empresa de Huarte tenía intereses comerciales en las dos zonas. Los republicanos incautaron todos los bienes de Madrid al presentarse una denuncia contra Félix Huarte de que en su factoría de Industrias Metálicas de Pamplona había blindado unos camiones del ejército de Franco. Por su parte, en Pamplona, la empresa Huarte fue acusada de colaboracionista con el bando contrario, por lo que se le tildaba de izquierdista y, en consecuencia, se le incautaron todos los recursos financieros.

Tras el obligado paréntesis de la guerra civil, Félix Huarte prosiguió su carrera ascendente como constructor, estando presente en muchas de las grandes obras que se llevaron a cabo por toda la geografía de España y más allá de nuestras fronteras. Y fue en esta última fase cuando desplegó todas sus capacidades como gran empresario y creador de riqueza.

Cuando falleció en 1971 Félix Huarte, aquel pamplonés que tuvo que pedir dinero prestado para comenzar en 1927, dejaba en herencia un grupo industrial de 70 empresas que daban trabajo directo a 17.611 personas. La iniciativa de Félix Huarte había desplegado una gran variedad de actividades, pues esas 70 empresas se pueden agrupar en cinco grandes sectores: transformaciones metálicas, papel y embalaje, comercio exterior y servicios, alimentación y por supuesto, construcción, infraestructuras e inmobiliario, el auténtico motor del grupo Huarte que daba trabajo a 12.350 personas.

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá