El coadjutor de la parroquia de Los Villares (Jaén), Pedro Pardo Barrón, es otro de los 124 mártires, cuya beatificación ha sido aprobada por el papa León XIV. Cuando se anunció dicha aprobación, hace unas semanas, hubo algunos medios de comunicación que silenciaron la noticia, según el sectarismo al que nos tienen acostumbrados y la mayoría de los que dieron la noticia lo hicieron tan brevemente que pasó inadvertida; y solo algunos portales, sobre todo los que se dedican a la información religiosa, publicaron la lista completa de los 124 mártires, con sus nombres, apellidos, actividad o cargo que desempeñaron y fecha del martirio. Pero toda la información de cada uno de los mártires cabía en dos o tres líneas; de modo, que en menos de 400 líneas se despachaba toda la noticia de ¡124 mártires...! Para esto hay que valer.

La sangre de un solo mártir me parece tan importante, que cuando leo los documentos me quedo sobrecogido; así es que no digamos la sangre de 124 mártires, que forman parte de los miles de mártires españoles, que derramaron su sangre en defensa de la fe, durante la Segunda República y la Guerra Civil, en la mayor persecución que ha padecido la Iglesia católica en sus dos mil años de existencia.

A fuer de sincero, les diré que cuando me sobrepongo de la primera impresión, siempre me golpea en la conciencia la misma pregunta: “Y tú, ¿qué piensas hacer?” Pues si llegara el caso solo esperar una gracia especial para no negar a Cristo, así es que de momento lo único que puedo hacer es poner mi oficio de historiador al servicio de los mártires, palabra que significa testigo, para que su mensaje se trasmita completo y sin distorsiones.

  

Y como esta sinfonía de los mártires no se puede tocar de oído, me veo obligado a buscar la partitura en las bibliotecas y en los archivos, que custodian el maravilloso ejemplo que nos dieron.

Los Villares es una localidad situada en la comarca metropolitana de Jaén, tan solo a 9 kilómetros de la capital de la provincia, que cuando estalló la Guerra Civil tenía unos cinco mil habitantes.

Y buscando estos datos, descubrí que el Ayuntamiento de Los Villares está regido en la actualidad por el Partido Popular, concretamente su alcaldesa se llama María Estela Palacios Aguilar. Esto me animó a entrar en la página oficial del Ayuntamiento y pinchar la solapa “Patrimonio Histórico”. Lo que se publica ahí sobre la parroquia de San Juan Bautista empieza tan bien que no me resisto a transcribirlo:

“El templo original se dispuso por Juan de Requena y Bastián Ruiz del Salto el 22 de abril de 1539, dando a su planta unas medidas de 50 varas de largo por 41 de ancho. Se dedicó a San Juan Bautista y el primer clérigo que la sirvió fue Miguel de Biedma. Durante el siglo XVII se experimentó la necesidad de ampliar aquel reducido templo, e incluso el insigne arquitecto Eufrasio López de Rojas llegó a realizar un sencillo proyecto, que no se llevó a cabo por falta de medios”.

Ahí lo tienen, una prueba más de que, entre los políticos, “cuando Periquito quiere, siempre va el cántaro a la fuente”. Y, como estos del PP son los que nos van a arreglar lo de la totalitaria ley de la memoria democrática del PSOE, me animé a seguir leyendo para ver cómo contaba esta página lo que pasó en la Guerra Civil. Y esto es todo lo que se puede leer, bien poca cosa: “En los sucesos de la guerra civil, la parroquia fue incautada el 3 de agosto de 1936 procediéndose a su desmantelamiento y perdiendo su reducido pero interesante patrimonio mueble”.

¿Sucesos…? ¿Desmantelamiento…? ¿Solo el reducido patrimonio mueble…? Señora alcaldesa, Doña María Estela Palacios Aguilar, le voy a contar lo que sucedió en su pueblo durante la Guerra Civil, por si tiene a bien ampliar la información de su página oficial.

 

Como a los socialistas, a los comunistas y a los anarquistas, ya desde la Segunda República no les hacía ninguna gracia escuchar el sonido de las campanas de las iglesias, hasta el punto de que prohibieron el toque de campanas, durante la Guerra Civil derribaron las cuatro campanas grandes de la parroquia de San Juan Bautista de Los Villares y las hicieron chatarra. Y para anular las ganas de reponerlas, destruyeron el campanario. Y puestos a meter la piqueta de derribos, después de la torre del campanario se emplearon a fondo en el tejado de la iglesia.

Durante toda la Guerra Civil quedó suprimido el culto en la parroquia porque el templo fue profanado y utilizado para diversiones públicas, como el baile o el cine, y para almacén de lo que decidiesen los dirigentes del Frente Popular de Los Villares. De modo, que cuando acabó la Guerra Civil, la iglesia de Los Villares, además de los desperfectos descritos, presentaba sus paredes vacías y ennegrecidas. Todas las imágenes de la iglesia primero fueron profanas y acabaron después en el fuego, todos los altares con sus retablos fueron destruidos, los cuadros que había los robaron, otros tanto hicieron con las joyas de las imágenes y con los vasos sagrados y los ornamentos sagrados desparecieron.

Esto es lo que ocurrió con el martirio de las “cosas sagradas”, a lo que hay que añadir el martirio de las personas, de lo que la página del Ayuntamiento de Los Villares regido por el PP ni se menciona. En Los Villares, como en todas las localidades que controlaba el Frente Popular, muchos laicos fueron asesinados acusados del delito de “oler a cera”. En este artículo, no me voy a ocupar de los laicos que asesinaron en Los Villares, sino solo de los sacerdotes de este pueblo.

En 1936 en la parroquia de San Juan Bautista de Los Villares había tres sacerdotes, un prior que hacía las veces párroco y dos coadjutores. Uno de los coadjutores, Emilio Palop Soro, logró escapar de sus perseguidores y después de la Guerra Civil ejerció su sacerdocio en dos parroquias de Jaén, concretamente en los pueblos de Marmolejo y Mancha Real.

En Los Villares, como en todas las localidades que controlaba el Frente Popular, muchos laicos fueron asesinados acusados del delito de “oler a cera"

El prior se llamaba Francisco Ortega Espejo; en 1936 tenía sesenta años. Unos días antes de que estallara la Guerra Civil se trasladó a Madrid y desconozco el motivo del viaje, si es que huyó del peligro que veía venir o fue a la capital por otra causa. Lo que sabemos es que en el mes de septiembre estaba hospedado en la pensión Pereda, que regentaba una mujer de Mira Bueno (Guadalajara), llamada María Paz Gallego. Desde los Villares marcharon a Madrid, Manuel Cabrera Araque y el socialista José Hernández Parra y lo encontraron. Lo asesinaron el 16 de septiembre. Son muchos los casos de personas asesinadas en Madrid, que buscaron escondite en la gran ciudad; pero en sus respectivos pueblos, sus perseguidores consiguen que sus familiares o amigos les den su localización, y no precisamente pidiéndoselo por favor.

Respecto al tercer sacerdote, Pedro Pardo Barrón, que próximamente será declarado beato, esto es lo que cuenta un documento de archivo de su final y el de otros 31 hombres de Los Villares:

“Los tuvieron detenidos y haciendo unos trabajos en la plaza pública en unas zanjas, más que por el rendimiento que dieran, por la burla de que eran objeto que los señores de la población con el cura la cabeza, hicieran estos trabajos manuales.

Téngase en cuenta que murieron 32 en una noche y había bastantes más en aquellas faenas de limpieza y de excavaciones, y en las horas de la comida, allí a pie de obra, acudían las madres y los hijos de los detenidos a llevarles los alimentos en presencia de todos.

Al terminar el trabajo, volvían a la cárcel, que se había habilitado en los calabozos del Ayuntamiento y en el local de las escuelas, porque no había sitio para todos los detenidos en los primeros.

Con la toma de Alcalá la Real por las tropas nacionales, algunos milicianos huyeron del frente y quisieron asesinar a los detenidos de Valdepeñas, pero allí el alcalde dijo que se habían perdido las llaves de los calabozos y pasaron de largo, y al día siguiente fueron liberados.

Siguieron su ruta aquellos asesinos y llegaron a Los Villares, donde encontraron a un alcalde débil y condescendiente, y seguido de algunos paisanos del pueblo, no tuvieron inconveniente en darles los detenidos para su ejecución.

Don Pedro al ver lo que se presentaba, los fue preparando para bien morir, siendo ejemplar su actuación, alabada después por los pocos que quedaron con vida, por la manera admirable con que les hablaba y los oía en confesión con amor y sangre fría.

Murió el 2 de octubre de 1936, en la carretera de Jaén a Los Villares en las proximidades del lugar conocido como el Portichuelo. Al final -fue el último en morir aquella noche- fue salvajemente martirizado y mutilado. Sus orejas amputadas fueron exhibidas al amanecer, cuando aquellos criminales se acercaron a una taberna a tomar unas copas, después de haber finalizado tan trágica y atroz tarea. Asesinaron a treinta y dos hombres durante aquella noche, que no habían cometido más delito que ser de derechas, según su vulgar saber y entender.

La exhibición de aquellos trágicos trofeos fue presenciada por la tabernera del pueblo, que después lo comentó y propagó entre vecinos y conocidos, también su testimonio aseguró que había algunos arrepentidos de su acción, comentando lo enojoso de aquel último asesinato del cura, que tan hermosas palabras había dicho antes de morir, perdonando incluso a ellos mismos”.

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá