“Señorías hablando de memoria histórica, la Guerra Civil fue un enfrentamiento entre quienes querían la democracia sin ley y quienes querían la ley sin democracia”. Esto fue lo que dijo el miércoles pasado en el Congreso el jefe de la bancada del PP, Pablo Casado, con motivo del debate sobre los indultos concedidos a los separatistas catalanes.

Pablo Casado no es que tenga en su poder una lámpara con un genio dentro, que le concede títulos universitarios en un abrir y cerrar de ojos, es que a lo mejor es el genio de la lámpara, una lumbrera de la Historia, que ya están tardando las autoridades académicas universitarias en concederle un doctorado honoris causa, que es el único galardón que le debe faltar en su colección de títulos universitarios.

La definición que hace Pablo Casado de la Guerra Civil refleja la mentira habitualmente usada por un manipulador de la política, cuyo único horizonte es llegar al poder y mantenerse en él al precio que sea, estrategia en la que Pedro Sánchez le saca metros de ventaja.

La definición que hace Pablo Casado de la Guerra Civil es propia de un trilero de la historia, porque en modo alguno sirve para explicar el pasado, ya que su única finalidad es manipular la Historia para justificar su ascenso en el poder. Porque descartado el bando de las izquierdas, “los que quieren la democracia sin ley”, y desacreditado el bando de las derechas, “los que quieren la ley sin democracia”, ya solo queda el centro de Pablo Casado, que además de querer la democracia y la ley, lo que anhela sobre todo es ser presidente del Gobierno.

No, lo que ha dicho el líder de la oposición no tiene nada que ver con lo que pasó y es falso en todos sus términos. La Guerra Civil española fue algo más complejo que la melonada que ha soltado Pablo Casado en sede parlamentaria.

Y la frasecita en cuestión además de ser falsa es de una torpeza política de tamaño buque. La izquierda que gobierna España ha construido su prestigio con cimientos históricos falsos, sobre los que levanta una gran mentira, según una vieja táctica del comunismo, que solo puede descubrir el que quiere ser libre.

Esta situación de engaño la describió magistralmente Aleksandr Solzhenitsyn. Cuenta el escritor cómo uno de sus personajes se muestra abatido en el gulag, mientras con un palo hace dibujos escarbando en la nieve. Y como todo lo que tiene es ese palo, se angustia porque piensa que con ese palo es imposible derribar el edificio del comunismo. Pero al momento se le ilumina la cara, al darse cuenta de que con ese palo sí que puede derribar al comunismo, porque todo su edificio es falso, ya que es una imponente fachada, pero de cartón.

El centro y la derecha parlamentaria de España, es decir, el PP y Vox, tienen en la Historia su principal argumento contra la izquierda y no la están utilizando, no vaya a ser que alguien les tache de franquistas.

Es más, en el caso de Pablo Casado que nos ocupa, no solo se niega a utilizar la historia, sino que parte de la aceptación de la memoria histórica, que para no quedar de carcas su partido aceptó en su día.

De manera que Pablo Casado se ha creído la trola de que la Segunda República fue una fiesta alegre y juvenil hasta que vino el lobo y se comió a los inocentes y democráticos cabritillos. Pero… ¿Qué creencia en la democracia es esa que consiste en utilizar a la policía para asaltar el domicilio de Calvo Sotelo, jefe la oposición parlamentaria, secuestrarle de noche y asesinarle de un tiro en la nuca?

Bien distinta a la idea de una “democracia feliz” de la Segunda República de Pablo Casado era la que tenían los protagonistas del momento, como la de una alta dirigente del PSOE, Regina García, que nos trasmite esta versión: “La República seguía sus línea de incongruencias, y titulándose de trabajadores y aspirando a ser de las más avanzadas del mundo, estaba presidida por un terrateniente [Niceto Alcalá-Zamora] que había sido, además, ministro de la monarquía, y que ejercía en Priego su pueblo, un verdadero cacicato rural.

Siempre a las órdenes de Moscú, la Juventud Socialista Unificada comenzó a jalear a Largo Caballero. Yo asistí a varios actos organizados por la dicha Juventud Socialista Unificada, uno de ellos en las Escuelas de Verano organizadas en Campamento, y escuché de labios de Caballero los discursos, más subversivos y comunizantes. En uno de ellos dijo, entre otras cosas, que 'confiaba en la Juventud como impulsora de la República hacia su verdadero destino, que para nosotros era la República Social, pues si la burguesa era un meta para los republicanos, para los socialistas no podía ser más que un medio'.

Al final del acto los jóvenes vitorearon a Largo Caballero, llamándole el Lenin español, cosa que se repitió en actos sucesivos".

Tan poca fe tenían en la democracia los socialistas, que cuando perdieron el poder, organizaron un golpe de Estado en 1934, es lo que algunos llaman revolución de Asturias, denominación esta que falsea la realidad, porque podría ofrecer una idea de que todo consistió en una benéfica acción para liberar a los oprimidos de los opresores. Nada más lejos de la realidad, porque fue un intento fallido de golpe de Estado, donde aparece el sectarismo antirreligioso, ya que los revolucionaros destruyeron 58 edificios religiosos y asesinaron a 34 sacerdotes, religiosos, seminaristas y novicios, preludio de lo que sucederá durante la Guerra Civil, en la que los “creyentes de la democracia” —según Pablo Casado— llevaron a cabo la mayor persecución de la Iglesia Católica de todos los tiempos.

Tanto creían en la democracia que en las elecciones de febrero de 1936 el Frente Popular llegó al poder mediante un pucherazo, que falsificó el resultado electoral. Había que reparar el fracaso de 1934 y por eso la campaña electoral de esas elecciones se convirtió en una vendetta contra sus adversarios, cuando todavía no se habían liquidado las consecuencias judiciales de 1934.

Marcelino Valentín Gamazo, fiscal General de la Segunda República, que había solicitado para Largo Caballero 30 años de prisión por un delito de rebelión, se sintió amenazado desde la celebración del juicio. Por su parte, Largo Caballero, por presiones políticas, en muy pocas sesiones quedó en libertad.

Y pocos días después, una crisis de gobierno aupó al poder a Manuel Portela Valladares, grado 33 de la Masonería, en la que se había iniciado en el año 1920 en la Logia Fénix nº 381 de Barcelona. Así es que tres días después de tomar posesión de su cargo como presidente de Gobierno, Marcelino Valentín Gamazo, presentó su dimisión como fiscal general de la República.

Desde entonces, Marcelino Valentín Gamazo se sintió perseguido, por eso pocos días antes de que estallara la guerra Civil, Valentín Gamazo huyó de Madrid con su familia al pueblo de Rubielos Altos en la Mancha. Y allí se presentaron el 4 de agosto de 1936 unos pistoleros de la UGT para vengar lo ocurrido en el juicio de Largo Caballero: asesinaron al exfiscal general de la Segunda República, junto a sus tres hijos, Francisco Javier, José Antonio y Luis Gonzaga, de 21, 20 y 17 años respectivamente. 

 

Javier Paredes

Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá